No puedo evitar pensar que en estas tierras la incipiente prensa local Argentina, retrataba en folletines la organización miliciana para resistir las invasiones inglesas de 1806 y 1807. Hoy estoy parado en medio de un enorme centro comercial a cielo abierto. En el barrio de Palermo. En estas tierras, los cronistas ahora pintamos la silueta de la gente caminando entre negocios. Las notas, ávidas vivas, buscan atraer clientes. El barrio de Palermo es, quizás, la mejor expresión del la contracultura mercantilizada. En la noche de la Plaza Julio Cortázar, y sus alrededores, conviven turistas, artistas yupies, la troup de la intelligentsia nacional; algunos mendigos y una planta permanente de porteños vecinos del barrio, de segunda y tercera generación. Un nudo gigantesco, posicionado en el seno del pulmón verde que se forma por la junta de Plaza Italia con los bosques del Rosedal. Al pie de esa bocanada en medio de la furia, está la calle Jorge Luis Borges, en su intersección con Avenida Santa Fe, estación subte Linea D.
Las personas caminan entre los negocios de calles históricas, adornadas por antiguos y resistentes empedrados. Balcones de hierro que aún perdura y estructuras de principios de Siglo XX. Los límites naturales son las avenidas Córdoba, Scalabrini Ortiz, Santa Fe y Juan B. Justo. En ese cuadrado, se ofrece y sucede de todo. ¿Un lugar para tomar un trago entre semana? Allí. Cuando las estrellas se encienden y el trajín del día se apaga, el barrio entra en movimiento. Porque, como la galería de fotos exhibe, es un barrio vivo. Como la música que en sus bares suena. Grafittis, ropa de diseño y árboles elevados.
El aire se respira puro. Las personas toman café en las esquinas, algunos fuman puros importados. Sonríen. Hay, por las calles, locales de la más variada gama y calidad. Forman una suerte de telaraña de negocios que pone a rodar un barrio tan antiguo como cualquier otro. Una zona insulsa que atrajo a un público particular. Es como si, mañana, la plaza de tu barrio se transformara. “Plaza Serrano”, como se le llama comúnmente, es una zona en constante mutación. Vendedores de distintas nacionalidades llegan e instalan locales y desparecen, luego, sin levantar aplausos. Transeúntes incontables de la noche gastan sus billeteras en tragos y farra. Suena de fondo la música electrónica. Casi no suele haber riñas. Estudiantes universitarios, viajeros y solteros residentes en la gran capital llegan todos los días. ¿Te lo vas a perder? Mirá: