“La primera pregunta que Dios le hace al hombre después del pecado: ‘Adán, ¿dónde estás?” recordó Francisco en Lampedusa.
Y siguió: “Caín, ¿dónde está tu hermano Abel?”.
Finalmente nos golpea con la claridad del relámpago que electriza el alma y conmueve la carne: “Estas dos preguntas de Dios resuenan hoy con toda su fuerza, estamos desorientados, no estamos atentos al mundo en el cual vivimos, no cuidamos aquello que Dios creó para todos, no somos capaces de cuidarnos uno a otros, y cuando esta desorientación alcanza la dimensión del mundo lleva a tragedias como aquella a la cual asistimos aquí. ¿Dónde está tu hermano?’, no es una pregunta hecha a los demás, sino a mí, a ti, a cada uno de nosotros”.
Lo veo mientras escribo esto, trepado a ese púlpito en semejanza de un navío, llevándonos proa al viento directo al problema de nuestro momento histórico: la mundialización triunfante de un materialismo virtual.
Todo lo demás es consecuencia y circunstancia de este triunfo aparente, porque no estamos perdidos, sino “desorientados”.
Nos han globalizado, señores.
Nos han publicitado una uniformidad impuesta. Han suplantado el silbato de la fábrica por la alarma de un correo entrante y nos dicen que con eso somos libres y “aldea”. Pues una aldea con un tercio de sus vecinos sumidos en la miseria mientras el resto se horroriza en High Definition no es una aldea, es una gran sala de cine.
Bajo la máscara bienpensante de la “globalización” y del “respeto por la diversidad”, bajo el monstruoso afiche “multicultural”, se esconde la nueva forma de la vergüenza por lo original y por lo diferente. Se quiebra la fuerza creadora del individuo en su perfecta proporción, esa que alcanza cuando siente la convicción de ser quién es, siempre, con los otros. Se avasallan las idiosincrasias nacionales y las organizaciones sociales con un trasfondo de inconfesable afán totalitario: anular al Hombre en su sagrada dimensión de ser individual y social. Es decir, solidario y político.
El Hombre ha extraviado su verdadera escala y desconoce su magnitud frente al Mundo, las cosas y sus hermanos.
Nos han hecho creer, hábilmente y entre la marea de información y tecnicismos, en la fantasía de una “globalización” que hasta hoy solo ha servido para propagar la relatividad de la condición humana y mermar su orgullo individual. Solo ha servido para que los hombres vivan una cómoda fantasía aldeana sin ver, sin tocar y sin sentir las tragedias de sus hermanos reales, los de la aldea que está concretamente en las parroquias, en los clubes de barrio, en las sociedades de fomento. La “globalización” ha resultado ser la supremacía del mundo sobre el hombre y de lo mundano sobre lo trascendente.
Solo ha sido útil a un fin: convencer al Hombre de su poquedad.
La alta herramienta que pudo haber sido (y que aún puede ser) para el desarrollo humano el avance en comunicaciones físicas o virtuales, por carecer de una idea (de la luz previa que algunos llamamos fe), y de un modelo de organización de las comunidades, los pueblos, las naciones y finalmente del mundo, es hoy una colección de anarquías pequeñas e inconducentes al servicio de una hegemonía fría.
Lo mismo que ha hecho “la máquina” en el S. XIX desde el capitalismo industrial con su reacción marxista, lo hace hoy la “globalización” pero con una aparente homogeneidad y consenso. La famosa montaña de ceros que ha criticado Perón, sobre la cual se alza poderoso un nuevo orden sin hombres, es una realidad.
La Humanidad y sus luchas con sus hitos de claridad y sus fosos de penumbras no pueden desembocar en una buena intención. El “fin de la historia” no será una ong.
Esta “virtualidad” nos ha extraviado porque nos ha quitado la sagrada condición del individuo al abandonar la convicción de ser portadores innatos de una esencia que nos hace mejores de lo que somos pero iguales entre todos estos que somos tan distintos.
El resultado es previsible. Si el Hombre no es nada especial, si tanto valen sus derechos como “los derechos de la ostra” (al decir genial de Víctor Hugo), su explotación no debe asombrarnos.
Es la era del Hombre Insecto, del Hombre Estadístico, del Hombre Virtual. Un ser sin carne pero materialista. Un ser sin alma, pero pura entelequia. Un ser que no existe pero que se supone y que se toma como medida moderna. En esto seguimos la crítica a la “globalización” hecha por el filósofo peruano Wagner de Reyna allá por el ’99 en Buenos Aires.
Francisco nos llama la atención sobre esto.
“¿Caín, dónde está tu hermano Abel?” resuena la pregunta de Dios haciendo eco en los milenios.
¿Cuál es la respuesta hoy? ¿Lo bloqueé en Facebook?
Vivimos a un click de la nada. Detrás de esa nada, millones de hermanos echados fuera de la “globalización”, esperan tener su aldea.
“Caímos en la globalización de la indiferencia”.
Francisco se ha instalado detrás de la nada, en la periferia de la “globalización” y parece decirnos: “esta es la realidad y de virtual no tiene nada”. Insiste, inamovible, en señalarnos que sin el Hombre en su mayor dimensión, sin su trascendencia, todo adelanto técnico será siempre una alienación. Sin fe, lo que queda es una insensata secuencia de eventos.
“La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar en nosotros mismo nos vuelve insensibles a los gritos de los otros, vivimos en pompas de jabón que son bellas, pero no son nada, son ilusiones de lo fútil, de lo provisorio y esto lleva a la globalización de la indiferencia. Estamos acostumbrados al sufrimiento de los otros no nos concierne, no nos interesa, no es asunto nuestro”.
Ilusiones de lo fútil, dice S.S. “Sombra de niebla sobe el agua” dice el tango. La nada.