“La primera pregunta que Dios le hace al hombre después del pecado: ‘Adán, ¿dónde estás?” recordó Francisco en Lampedusa.
Y siguió: “Caín, ¿dónde está tu hermano Abel?”.
Finalmente nos golpea con la claridad del relámpago que electriza el alma y conmueve la carne: “Estas dos preguntas de Dios resuenan hoy con toda su fuerza, estamos desorientados, no estamos atentos al mundo en el cual vivimos, no cuidamos aquello que Dios creó para todos, no somos capaces de cuidarnos uno a otros, y cuando esta desorientación alcanza la dimensión del mundo lleva a tragedias como aquella a la cual asistimos aquí. ¿Dónde está tu hermano?’, no es una pregunta hecha a los demás, sino a mí, a ti, a cada uno de nosotros”.