#ProyectoPibeLector es un blog de ficción.Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
Entrega N° 48
Una noche en la 11
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Capítulo 3.
Al principio no pasó nada fuera de lo normal. Larry se aburría muy pronto y la mayoría de las puertas de la escuela habían quedado cerradas con llave. El llavero que las abría estaba colgado en dirección y se veía desde el agujerito de la cerradura por donde Larry había estado espiando, pero por más que trató de abrir la enorme puerta de madera ornamentada, vestigio de las mejores épocas de la 11, no pudo. No hubo patada que no resistiera. Así que, cansado de deambular por el pasillo y harto de la cocina, el chico se dirigió nuevamente a preceptoría y se repatingó en el sillón de caña que una de las preceptoras había donado para el lugar.
El parque Saavedra lucía extraordinario a esa hora. Las hojas de los árboles se habían teñido de rojo y violeta, el pasto se había vuelto oscuro y uniforme y un cielo anaranjado caía pesadamente sobre las rejas que lo bordeaban, haciendo suaves las puntas de flecha de los bordes. Larry conocía sus mediodías y sus tardes; quedó extasiado ante la novedad del atardecer, ante la noche. Pasó mucho tiempo pensando en nada, sólo observando las tonalidades del parque. Cuando salió la luna, decidió que ya no había peligro de acercarse a la ventana y se asomó. Nadie podría verlo ahí, adentro de la escuela. La oscuridad era total.
Fue en ese momento cuando se le ocurrió que, si prendía una luz, alguien del exterior podría darse cuenta de que en la escuela había un intruso y llamar a la policía. Lindo sería que vinieran los patrulleros, que llamaran a su abuela, a la directora, a un juez, que le abrieran una causa por usurpador, ladrón o lo que fuera y ya tuviera un prontuario a los 15 años. Un prontuario… “Lindo prontuario tenés vos adentro de esta escuela“, le había dicho una maestra cuando estaba en sexto grado, y a él le había molestado mucho a pesar de no tener ni idea de lo que quería decir la palabra “prontuario”. Decidió que no prendería ninguna luz por el momento, “a menos que fuera indispensable”. Y volvió a tirarse cuan largo era encima del silloncito.
Así estaba cuando oyó los primeros golpes. Primero pensó que venían desde afuera, del parque. Después pensó que era su imaginación, que lo molestaba. Pero cuando se hizo evidente que los golpes existían, que no eran imaginados y que venían desde adentro de la escuela… desde adentro, muy cerca de donde él estaba recostado en un silloncito en una habitación sin llave en la puerta… Larry dio un salto y se escondió dentro del armario de preceptoría,”para pensar qué haría”. Un miedo desconocido, una sensación espantosa de angustia, ansiedad y soledad lo invadió por completo. Esta vez sí que había metido la pata. Los golpes eran repetidos y fuertes, como si alguien le pegara con un palo a un caño hueco… no recordaba haber visto caños cerca de la puerta de preceptoría. Juntó valor y decidió salir. No podía ser nada grave. No podía ser alguien adentro de la escuela. Quizá tuviera que ver con la canilla que él mismo había estado pateando… Ese pensamiento lo envalentonó, agarró un borrador fuertemente para defenderse “por si acaso” y salió del armario.
Espió el pasillo. Oscuridad pura. Los golpes resonaban sonoros junto a la escalera.
_¿Quién está ahí?_ preguntó. Y se asustó por cómo había sonado su propio tono de voz en la plenitud del silencio.
_ ¡Clanc, clanc, clanc!
_ ¿Hay alguien ahí?
No pudo evitar un alarido tremendamente agudo al sentir el peso de una mano en su hombro. Aterrorizado hasta la médula se alejó lo más que pudo y blandiendo el borrador volvió a gritar:
_ ¿Quién sos? ¿Qué hacés acá?
Sus ojos se iban acostumbrando paulatinamente a la oscuridad. Vio primero una silueta, luego un poco más. Un chico común y corriente, vestido con un guardapolvo blanco un poco pasado de moda, estaba parado junto al borde de la escalera con un caño amarillo en la mano. Era con ese objeto que golpeaba otro caño, uno que evidentemente era de gas, que recorría la escalera junto al pasamanos. Larry no recordaba haber visto jamás ese caño de gas en la escuela, pero ése era un detalle sin importancia. Había un chico ahí adentro, con cara amigable, y ya no estaba solo.
_ Soy Roberto. Bienvenido a la noche de la 11.
Continuará…
Una noche en la 11 es un relato contado en 6 capítulos. Leé la próxima parte el viernes, cuando actualice #ProyectoPibeLector
Imagen: Adriana Lara.
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