Por: Adriana Lara
#ProyectoPibeLector es un blog de ficción.Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
Entrega N° 48
Una noche en la 11
a Juan C. Araya, mi lector incondicional
Capítulo 1
Había sido una tarde común y corriente en la 11 hasta que Larry había resuelto, en un impulso inexplicable hasta para él mismo, subirse sobre la mesadita del baño y patear la puerta hasta destrozarla; mesadita y Larry habían caído violentamente sobre el piso arrastrando el lavatorio y rompiendo las cañerías… En el momento en que empieza nuestra historia, tenemos a Larry intentando disimular su dolor en la espalda sentado en la silla más atrás de los atrases, adentro de la pecera, en plena hora de Literatura. Y acá tengo que detenerme y explicar a los lectores qué es la pecera, en primer lugar, y destacar que la ropa empapada del chico era imposible de ocultar por más pecera que se llamara el salón de clases.
La 11 funciona en un edificio inmenso, centenario, diseñado expresamente para ser una escuela. Tiene altísimas paredes, escaleras de mármol, ventanas enormes bordeadas de granito, un patio extenso con zonas arboladas y pasto, un salón de actos que en sus épocas habrá sido envidiable, un ambiente fresco que te invade cuando la portera te abre la enorme puerta enrejada y un ajetreo incesante y sonoro de niñez y adolescencia latiendo, de maestras y profesoras trabajando a pleno, de lapiceras, y risas, y sanguchitos en movimiento. Fue una escuela primaria durante muchísimos años, hasta que se adaptó al cambio de la secundaria y se dividieron las dos instituciones en el mismo edificio. La pecera es testimonio de los malabares arquitectónicos de esa metamorfosis, el durlock simulando ser pared en aulas otrora inmensas y ahora reducidas, ruidosas hasta el tormento, la biblioteca llena de libros que sirven para la primaria y no para la secundaria, el patio vedado a los de la secundaria que quedaron relegados a los pasillos, el kiosquito que a veces está y a veces no, también vedado, y muchos etcéteras. Llamamos pecera al salón inventado al costado de la biblioteca porque sus paredes son de vidrio opaco y vaya a saber por qué razón, hay una franja de ese vidrio que no está pegada a la pequeña parecita que otrora fue pasamanos de escalera y que permite que, además de entrar ruidos constantemente dentro del salón, los alumnos sean observados por los que están afuera y se paran en la escalera a mirar, contribuyendo al efecto de sentir ser un carassius, un pez ángel, un pequeño bagre o un pececito exótico en el mejor de los casos…
En el presente de este relato, Larry no parecía un pez ángel en absoluto y todos dentro del aula sabíamos que sobre su cabeza había un letrero invisible pero fosforescente titilando CULPABLE en letras rojas.
Golpearon la puerta.
Tres de los alumnos que estaban deambulando se abalanzaron a abrirla con una tijera en mano (la puerta de la pecera no tiene picaporte y todos hemos desarrollado habilidades para abrirla con tijera). Era la directora.
_ ¿Quién fue el que rompió todo el baño? ¿Quién fue? ¿Cómo pudieron hacer una cosa así? Fue en el baño de varones, los únicos cursos que estaban en el recreo eran ustedes y el otro primero y yo vengo de allá y…
La directora habla y de sus ojos sale cansancio, de sus manos emana tristeza, de sus piernas frustración e impotencia. Habla sentada; pocas veces la he visto hacer eso. Toda esa fuerza y energía que durante años contemplé en ella, ya no está. Mis ojos van hacia Larry, que desde allá, a mil kilómetros de distancia, simula escuchar. No está oyendo nada de lo que la directora dice. No está percibiendo su dolor, su preocupación, su enojo. Sólo está pensando en cómo pasar desapercibido, en cómo no responsabilizarse de lo que hizo, en cómo…
_ Y no son buenos amigos si encubren a la persona que hizo semejante acto de vandalismo con nuestra escuela, semejante barbaridad. Ahora el baño, el que ustedes necesitan y usan todos los días junto a todos los varones de la escuela, está inutilizado. No son buenos amigos si lo encubren. Larry, estás mojado.
_ …
_ Te estoy hablando a vos, Larry. Estás mojado.
_ ¿Yo? ¿Y qué? Yo no fui, no tuve nada que ver.
_ Vení a dirección. Profesora, me llevo a Larry. Disculpe. Puede proseguir con la clase.
Proseguir con la clase quiere decir que tres de las chicas saquen peines y espejitos y comiencen a maquillarse y peinarse los flequillos. Que cuatro varones sentados atrás prosigan un partido de truco con las barajas escondidas entre las piernas, bajo los bancos. Que una de las chicas apoye la cabeza sobre un brazo y se duerma. Que otra de las chicas me mire desafiante y declare “Hoy no pienso hacer nada, profe”. Que los tres que deambulaban por la pecera con la tijera en la mano se retiren hacia atrás, siempre más atrás, a conversar y especular sobre qué le van a hacer a Larry en dirección esta vez. Que cuatro o cinco caritas cansadas me miren preguntándose qué voy a hacer hoy para arreglármelas para que alguien me dé bolilla mientras hablo. Porque yo hablo. Y esta vez, hablo un rato largo sobre el porqué destrozar la querida escuela, de porqué no prestar atención en clase, del verdadero sentido de amistad, de pertenencia, de… y entra Larry. Así que se paran todos y se le abalazan reclamando el relato de qué pasó, qué le va a pasar, qué le hicieron en dirección…
_ Nada. Yo no fui.
Por suerte la curiosidad la satisface un chico de otro curso que estaba en dirección porque había tomado sin querer el celular de otro y presenció la escena. Cumpliendo su rol de testigo vociferó a través de la hendija de la pecera, parado en la escalera: “Le hizo un acta. Lo suspendieron. Tiene que venir con los padres mañana porque si no, no lo dejan entrar”.
Larry me mira mientras me aproximo a hablarle, pero se encoje de hombros. Se escucha la campana y me doy vuelta para vigilar mi cartera, que quedó sobre lo que en una época fue un escritorio y ahora es un mueble indefinido y enclenque. Mi cartera está ahí, intacta, pero cuando me vuelvo ya he quedado sola. Todos salieron corriendo hacia la calle, todos, pensé. Lo que no sabía, lo que nadie sabía, era que una persona se había escondido tras la puerta abierta. Así que nos fuimos, la portera cerró la escuela y ahí quedó, detrás de la puerta de la pecera… y sí, quién va a ser, ahí quedó Larry.
Continuará…
Una noche en la 11 es un relato contado en 6 capítulos. Leé la próxima parte el viernes, cuando actualice #ProyectoPibeLector
Imagen: Adriana Lara.
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