#Ni Una menos. “Las Pibas de las fotos”

Esta semana, #ProyectoPibeLector se suma a la convocatoria contra el femicidio: #NiUnaMenos

55. Las Pibas de las fotos

obra teatral breve

Sala de espera. Hombre Cualquiera detrás de un mostrador, sellando papeles. Asientos vacíos. Detrás de ellos una pared en donde pueden verse recortes de diarios enormes con imágenes de chicas víctimas de femicidio. Intercalados entre los recortes, en letras grandes, titulares de diarios que exhiben mujeres en poses eróticas, del estilo: “Infartante”, “Baile del caño”, “Diosa”, “Curvas envidiables”, “Morocha Escultural”, etc. Hay un tacho de basura en un extremo. 

Al correrse el telón sólo hay dos asientos ocupados por la Señora 1 y la Señora 2. Todos los personajes permanecerán imperturbables hasta el final menos uno: la Madre de la Piba.

Entra en escena, desesperada y desencajada, la Madre de la Piba. Lleva un afiche en las manos, enrollado.

Madre de la Piba: ¡Mi hija no volvió a dormir anoche!  ¡Necesito ayuda!

Hombre Cualquiera: Cálmese, señora. Debe andar con algún noviecito, por ahí.

Las señoras han levantado la vista y asienten, inexpresivas. 

Señora 1: ¡Hummm! Noviecito… Seguro que andaba con algún tipo.

Señora 2: Seguramente un hombre mayor, casado, con hijos, la desvergonzada.

Madre de la Piba: a los gritos, gesticulando, en profundo contraste con los demás, que parecen robots. ¡No! ¡Mi hija no tiene novios y jamás se ausentó de nuestro hogar! ¡Estoy segura de que algo malo le pasó!

Hombre Cualquiera: A ver… ¿descripción? ¿edad? con tono libidinoso ¿bonita?

Madre de la Piba: despliega el afiche enrollado y muestra una foto enorme de la cara de su hija, sonriente, bajo el letrero: “Buscada” Ella es la alegría de nuestra familia, nuestro amor más enorme. Me dijeron que acá podía pegar la foto… Pega la foto en la pared, en el centro de todos los recortes. Es muy inteligente, estudia Ingeniería.

Las señoras mueven negativamente la cabeza, desaprobando.

Señora 1: Ingeniería no es una carrera apropiada para una señorita.

Hombre Cualquiera: ¿Y a qué hora salió? ¿A dónde iba?

Señora 1, Señora 2 y Hombre Cualquiera: al unísono ¿Cómo iba vestida?

Madre de la Piba: Como todas las chicas de su edad…

Tanto el Hombre Cualquiera como las dos señoras mueven la cabeza con desaprobación ante 

las palabras de la mujer. Entra la Señora 3 y se acomoda en uno de los asientos vacíos.

Madre de la Piba: Salió en mi auto…

Señora 3: Las mujeres no deberían tener permitido manejar.

Hombre Cualquiera: Es cierto. Quizás tuvo un accidente, por manejar mal. ¿Averiguó en los hospitales?

Madre de la Piba: desolada Recorrí todos. Ayúdeme haciendo que los vecinos miren la foto, por favor. Contempla con amor la imagen de su hija, sonriente desde la pared. Era de noche cuando salió.

Señoras 1, 2, 3 y Hombre Cualquiera: al unísono: Las señoritas decentes no deben andar por la calle de noche.

Madre de la Piba: Es que iba a trabajar…

Ingresa el Señor 1 y se suma a la voz, al unísono, de las Señoras 1, 2 , 3 y Hombre Cualquiera, que declaran: Las chicas decentes no trabajan a esas horas.

Madre de la Piba: desesperada, suplicante, dirigiéndose uno por uno a las presentes y luego al público de una forma desgarradora. ¡Ayúdenme a encontrar a mi hija! Trabaja en un laboratorio, adentro de una prestigiosa Clínica, haciendo turnos rotativos… Le tocaba turno nocturno ese día…

Los presentes se miran con sorna y murmuran, al unísono, con tono malicioso: 

Todos menos la Madre de la Piba: ¡Turno nocturno, la Piba!

La Madre de la Piba los mira, desolada. Se dirige al público, gesticula suplicante, sin decir palabra. Se va de la escena, derrotada. Entra el Señor 2 llevando un diario desplegado, se sienta aparatosamente y lee: 

Señor 2: Apareció el cadáver de otra piba.

Señora 1: ¿La violaron?

Señora 2: ¿Tenía la ropa puesta?

Señora 3: ¿Fue el novio?

Señor 2: Baja el diario y mira la imagen de la chica, sonriente desde la pared. No se sabe todavía. La mataron a trompadas.

Señora 1: Estaba vestida de forma provocativa.

Señora 2: Manejando sola, de noche.

Señor 1: Estudiaba una cosa de hombres.

Señora 3: Trabajaba en un lugar inapropiado para su edad.

Señor 2:  Guardando el diario. Vaya a saber qué le hizo al pobre infeliz que la mató. Si lo encuentran, se va a pudrir en la cárcel. Mira la foto de la chica nuevamente y se va de escena. 

Señora 1levantándose. Lo habrá querido dejar por otro… Mira la foto de la chica y sale de escena. 

Señora 2: levantándose. O lo engañaba y él descubrió que tenía un amante… Mira la foto de la chica y sale de escena. 

Señora 3: levantándose. O no le hizo caso y lo desafió…Mira la foto de la chica y sale de escena. 

Señor 1: levantándose. O no pasó nada de todo lo que se dijo acá, pero igual la mataron. Mira la foto de la chica y sale de escena. 

El Hombre Cualquiera ha quedado solo en escena. Sale de su puesto detrás del mostrador, se pone de pie al lado de la foto de la chica, que se va iluminando más y más, y afirma mirando al público: 

Por ser mujer, la mataron. A ella y a todas ellas. Señala las demás fotos.  Por nuestra culpa, porque nosotros lo permitimos cada vez que decimos cosas como las que escucharon hoy acá. De la sociedad entera depende que no haya más chicas desparecidas, chicas muertas, chicas exhibidas como si no fueran personas. Cambiemos entre todos este mundo injusto y violento. Se detiene a mirar las fotos. Despega los titulares “Infartante”, “Morocha curvilínea”, “Sensual rubia”, etc. Arruga esos papeles y los arroja al tacho de basura. Se marcha. La escena queda vacía. Una luz intensa ilumina la foto de la chica, que sonríe desde la pared. 

 

Telón

 

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Esta semana, #ProyectoPibeLector va sin imagen. LLevamos en nuestro corazón las fotos de las víctimas y acompañamos en su dolor a sus madres y seres queridos. 

#Ni Una menos. “Misoginia”

Esta semana, #ProyectoPibeLector se suma a la convocatoria contra el femicidio: #NiUnaMenos

53. Misoginia

El Diablo dedica su Tiempo sin Tiempo a tentar a Dios. Una manera de hacerlo es a través de la corrupción de la Humanidad. Consiguió que los pueblos olvidaran la identidad divina, que se confundieran y perdiesen el rumbo. Ensayó innumerables métodos hasta descubrir el mejor nutriente, el que llevó a los hombres hasta el extremo de la abominación: las demoníacas palabras. Así logró convertir a muchos en verdaderos monstruos.

Botticelli. "El nacimiento de Venus"

Botticelli. “El nacimiento de Venus”

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La Pequenina

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51. La Pequenina

para Rocío

La Pequenina es esa clase de chica que entra en los lugares tarde, cuando todos están ya ahí, gritando “Buenas…” e interrumpiendo cualquier cosa que cada uno esté haciendo para dar un beso sonoro, un manotazo o un golpe en la cabeza porque “es mi manera de decir hola, che, así soy yo”.

"La Gioconda" Leonardo da Vinci

“La Gioconda” Leonardo da Vinci

La Pequenina no pasa desapercibida en ninguna parte, a su pesar o a su favor, y eso ella lo sabe perfectamente. Si hay un mínimo atisbo de problema, ahí se va a escuchar la voz de la Pequenina. Si hay golpes, mejor para ella, no sólo se va a escuchar su voz sino que se la va a ver venir con el puñito cerrado y la expresión de Tigresa Acuña, y agarrate Catalina. Porque la Pequenina es chiquitísima, bajita, redondita, pero pega que da calambre.

Siempre que hay problemas, ahí está ella. Y si no hay problemas, los inventa para no aburrirse. Es por eso que a los 13 años ya tiene actas de todos colores en la escuela, prontuario policial y un acervo de historias coloridas que contar que puede entretener al público más desaprensivo. Porque la Pequenina es una excelente contadora de historias. Una excelente intérprete cuando lee relatos de su autoría o ajenos. Una excelente oyente. Una excelente persona.

Me conmueven enormemente las chicas que son como la Pequenina. Me generan entusiasmo, emoción, compasión, ganas de inventarles biografías pasadas y futuras. Acá va la de la Pequenina, en su honor:

“A Rosarito Pímpalo le dicen la Pequenina desde que tiene memoria y la explicación es que nació pesando 4 kilos y medio y fue una criaturita voraz y gigantesca durante toda su primera infancia, hecho que provocó que su abuela le colocara el irónico apodo. Venía con un “Guarda que ahí viene… la Pequenina” que la marcó para siempre, por lo que sus ingresos a cualquier ambiente se caracterizaron por algún tipo de escándalo ( y por lo que su estatura quedó resignada a un metro cincuenta).

La abuela se murió, la mami se fue y quedó la pobrecita Pequenina al cuidado de seis hermanastros de variados parentescos con ella, todos menores de seis años, cuando tenía 11. Al padre de la Pequenina lo conozco, se llama Juan y le gusta tomar vino hasta descerebrarse. Trabaja de changarín y la Pequenina y sus hermanos comen en la escuela, se visten gracias a lo que les da la escuela y adquieren toda su cultura a través de sus experiencias en la escuela (la Pequenina se anota y anota a sus hermanitos, los levanta, los viste, los trae, los lleva, se las rebusca para que todos tengan lápices, hojas y zapatillas, pero trata de que nadie se dé cuenta tapando sus acciones con gritos y mamporros y haciéndose la que “la escuela no me importa nada…”).

Rosarito Pímpalo jamás falta a la escuela. Anda en musculosa en pleno invierno, con pantalones cortados por arriba de las rodillas todo el año, y jamás se enferma. Es famosa por su capacidad de devorar cuatro alfajores Guaymallén en tres minutos y medio y desafía a cualquiera a romper su récord. Se las arregla para estar a la moda, como sus compañeras: ella misma se perforó en varios lugares la cara y el ombligo para poner improvisados piercings y se hizo extensiones pegando pelo cortado con o sin permiso a sus compañeras, con La Gotita, en la punta de su cabellera. Rosarito siempre se está riendo, o gritando, o haciendo lío, o peleando, todo en gerundio: la única vez que la vi quieta fue cuando se le había incendiado la casita precaria, hecho que logré que me contara después de varios meses de sucedido y que tuvo que confesar ante la evidencia de que ninguno de sus hermanos (ni ella) tenían más pertenencias de ningún tipo para vestirse y asistir a la escuela.

A los 14 la Pequenina se hartó de ser mamá de sus hermanastros y enfermera de su papá… y se las tomó. Se fue a la costa, andá a saber en qué tren, y anduvo vagando por allá a lo Alfonsina Storni a punto del suicidio. Decidió que allá no era la Pequenina sino acá, que allá había demasiado espacio como para llenarlo con su barullo y sus risas y sus manotazos y se volvió. A los 17 la encontré espiando la entrada de la escuela y se justificó con un “Quería ver cómo estaban mis hermanos…”, enjugándose las lágrimas con una manga que ya ni era manga de lo gastada y mugrienta.

A los 18 se enamoró. El pibe le pegaba. Y ella se dejaba pegar, aún sabiendo que si le devolvía el tortazo al desgraciado lo podía derribar con por lo menos la nariz rota. Porque así ella concebía el amor: “como sacrificio”.

A los 19 perdió un embarazo.

A los 23 empezó a estudiar Derecho en la Universidad Nacional de La Plata. Se recibió con honores. Se casó con un prestigioso médico a los 28, tuvo tres hijos que pesaron 4 kilos cada uno, “todos por parto natural”.

A los 46 fue feliz.

En la actualidad lo sigue siendo.”

Las chicas que son como La Pequenina pueden ser lo que quieran. Así como mis dedos tipearon esta historia inventada para una chica inventada esta tarde de sol en la que añoro mis escuelas, ellas pueden ir moldeando con sus decisiones y su imaginación las historias que quieran, con finales felices o infelices. La cosa es que darse cuenta de que uno es artífice de su propia vida, a veces lleva toda la vida.

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Las imágenes reproducidas en este blog pertenecen a autores diversos. Respetamos los derechos de autor de cada uno de ellos, nuestra finalidad al utilizarlas es educativa y cultural.

Consejos peligrosos para víctimas de bullying

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49. Consejos peligrosos para víctimas de bullying

 

El chico sale de la escuela e inmediatamente cambia su lenguaje corporal: en la calle, bañado por los rayos del sol del mediodía, ha dejado de ser alumno. Camina pensativo, tranquilo. Al llegar a su casa, golpea con firmeza la puerta de la habitación de su hermano mayor. 

_ ¿Qué?

_ Soy yo. Tengo un problema.

"El grito" Munch

“El grito” Munch

No es habitual que el chico hable con su hermano acerca de alguna cosa. Ni siquiera es común que hable con alguien. El mayor, sorprendido, hace girar la llave en la cerradura y lo deja pasar. La música es ensordecedora, pero el anfitrión no da signos de desear bajar el volumen ni de apagarla.

_ ¿Qué pasa?

_ Me están molestando mucho en la escuela.

_ ¿Quién? ¿Qué te hace? Seguro que te lo merecés, si siempre fuiste un mocoso insoportable y malcriado. Mirá la facha que tenés, la ropa que usás, mirate la cara. 

No es uno solo. Me tiran cosas, me revisan la mochila, me cargan. Me molestan. Ya no lo soporto más y no sé qué hacer.

_ ¿Le dijiste a mami? Pedazo de maricón, nenito de mamá, claro que le dijiste, para qué me gasto. 

Sí. Dos veces. Me estuvo acompañando y yendo a buscar, pero no puede ir todos los días y ya estoy grande para andar molestándola así. Me siento cada vez peor. No sé qué hacer.

_ Bueno, esto es lo que tenés que hacer: los agarrás bien a trompadas. Los machos se hacen a los golpes. Y si seguís dando vueltas y acompañado por tu mamita, va a ser peor. Nadie respeta a un nenito de mamá. Dejá que se arme bien y listo, aunque te ligues algunas piñas. No pretenderás que vaya yo a pegarle a unos nenes que deben tener tu edad…

_ No. Gracias.

El chico sale de la casa y se dirige hacia la de su padrino, que vive a unas cuadras. Toca el timbre y le contestan por el portero eléctrico.

- ¿Quién?

_ Soy yo.

_ Estoy ocupado ahora, ¿qué querés?

_ Tengo un problema en la escuela.

Silencio.

_ ¿Estás ahí?

_ Sí, pero estoy ocupado. ¿Qué dijiste que te pasa?

_ Tengo un problema en la escuela. Hay unos pibes que me molestan y no aguanto más.

Siempre pensé que eras un naboY bueno, querido, eso le pasa a todo el mundo, es más viejo que la humanidad. Cuando iba yo a la escuela, molestábamos a algunos (a los giles, a los cuatro ojos, a los mariquitas, a los gordos, a los negros, a los villeros, a los chetosy nadie murió por eso. Si nos habremos divertido con tu viejo. Agarrate a trompadas, dales una buena paliza y vas a ver cómo te dejan de joder.

_ Gracias.

El chico se queda en silencio, mirando el portero eléctrico. Unos minutos después, vuelve a su casa. Mientras está comiendo, llega su mamá. 

_ ¿Cómo te fue hoy? ¿Hablaste con la preceptora? Es todo culpa mía, por sobreprotegerlo. 

_ Hablé ya con todos. Me dicen que lo van a resolver dialogando, que van a hacer esto y lo otro, pero no hacen nada. Además, me mienten.

_ ¿Por qué te mienten? Claro que te mienten. Algo debés estar haciendo vos para que te molesten, pobre hijo mío. Te malcrié, te di todos los gustos. 

_ Porque me dicen una cosa y se les nota que están pensando lo contrario. El padrino me dijo que les pegue. Ya no doy más. Lo voy a hacer.

_ No, hijo. Dejá que los adultos lo arreglen. Mañana voy a ir a hablar de nuevo. Ahí voy a estar, en la puerta. Te amo tanto, pobre hijo mío. Qué no daría por vos. 

 

Es un mediodía soleado el que aguarda que los alumnos se conviertan en chicos, detrás de las rejas del viejo edificio. A pesar de que encandila la luz, se puede ver que un muchachito se destaca en el grupo. Tiene los puños cerrados, la cara desfigurada por la impotencia, o por el odio. La pelea comienza inmediatamente, sobre la vereda. Se hace una rueda de gente que grita, filma, saca fotos y patea. Una mujer que aguardaba pacientemente bajo un árbol se transfigura. En su brutal metamorfosis, desgarra su cartera y empuña un arma. 

El primer disparo hiere mortalmente a otra mujer, de aspecto insignificante, que con una fuerza sobrehumana intentaba rescatar a su hijo de una lluvia de patadas y golpes. 

El segundo y último disparo hiere al hijo de esa misma mujer, en el pecho.

Horas más tarde, la mujer devenida en asesina declaró en la comisaría lo siguiente: 

_ No sé porqué lo hice (No sé porqué lo hice). Todos sabíamos que iba a haber piñas en la puerta porque circulaba desde temprano el rumor. Fui a proteger a mis hijos.  A la señora le di sin querer (pobre mujer, ni siquiera la vi y dio la vida por su hijo). Al pibe le tiré por pura lástima, porque me miró como suplicándome que lo matara, empapado con la sangre de su madre muerta. (Al pibe, le tiré por lástima. Él quiso morir, me lo suplicó con los ojos). 

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Una noche en la Once. Capítulo final.

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Entrega N° 48

Una noche en la 11

Para leer los capítulos anteriores, hacé click aquí: Capítulo 1, Capítulo 2, Capítulo 3, Capítulo 4, Capítulo 5. El Capítulo 6 es el FINAL.

Capítulo 6.

Era un espectáculo de lo más extraño. El vestíbulo ancho y espacioso de la 11 se había llenado de gente que deambulaba, se saludaba, se abrazaba, se daba sonoros besos en ambas mejillas. Gente de los dos extremos: había muchos viejitos y muchos niñitos. Nada de adolescentes, casi. Nada de adultos. Algo tenían de raro, pero Larry no lograba darse cuenta qué era. Un no sé qué, qué sé yo… La sensación que le producía era inquietante.

Una noche en la 11

Una noche en la 11

Todo parecido a un acto escolar, prácticamente, excepto por la hora. La claridad de la luna se filtraba por los vidrios del gran portón enrejado de verde y las puertas de madera del salón de actos, abiertas de par en par, parecían ocultar efectos especiales sofisticados, que no eran más que los agujeros en el techo que dejaban pasar haces de rayos de luna, bellísimos, tenues, delicados. Larry no entraba allí desde que era chiquito, porque el salón de actos había sido clausurado precisamente a causa de esos agujeros. Sabía que estaba lleno de palomas durante el día, que sus cacas habían ensuciado el piso y las butacas antiquísimas cubriéndolas de indignidad. Y lo sabía porque una vez se había metido de incógnito, junto a sus amigos el Chispazo y El Piercing, en el palco del salón, y habían estado espiando y tirándole papelitos masticados con lapiceras usadas como cervatanas a las palomas. Obviamente no le habían pegado a ninguna, pero la habían pasado bárbaro y habían zafado de la hora de Física. 

 El salón lucía absolutamente diferente ahora. Era como si la oscuridad lo hubiera remozado, como si las sombras lo favorecieran ocultando las rasgaduras de las butacas plegables originales, el piso de madera, los escalones que llevaban al escenario, el telón. Las colgaduras parecían nuevas, intactas, aterciopeladas, y daban ganas de pasar la mano suavecito sobre ellas. De las palomas, ni noticias. El piano lucía solemne y bello, a un costado. Los cuadros colgaban derechitos. Y un run run de comienzo de espectáculo, de acomodadores, de función, inundaba la escena.

_ ¿Toda esta gente está acá porque hizo algo malo?

El Michi lo miró complacido. En el interior de Larry habían comenzado a encenderse los viejos mecanismos de inquietud, de curiosidad, de razonamiento ante lo incomprensible, ante lo nuevo y lo sorprendente. El Michi había estado al lado de Larry cuando su papá le revoleó la ropa, los cuadros, los libros, los maquillajes y la felicidad a Susana. Le había susurrado “tranquilo, tranquilo, no es con vos, tranquilo, tranquilo”, abajo de la cama, en donde Larry en esas épocas cabía y se había refugiado. Había estado junto al nene de los rulos rojos y la carita cubierta de lágrimas cuando la mamá juntó del piso lo que pudo, lo metió en una bolsa de consorcio, y se fue para siempre. Habían tardado años en decirle al chico que Susana se había ido a vivir a Paraguay. Y el chico, por su parte, había tardado años en vaciar su cabeza de cualquier recuerdo, de cualquier pensamiento, de cualquier ternura o caricia o sabor o perfume a madre. Para el padre había sido más fácil. Alcohol, drogarse hasta no dar más y llenarse de amigos, amigos, amigos de cualquier edad, irse, estar en la calle, no volver nunca a la casa, no pensar en nada. Y decían que Larry no se le parecía. Para el Michi, eran dos gotas de agua.

_ No, no es así. Cuando empieces a ver, si estás preparado para hacerlo, vas a descubrir la diferencia entre unos y otros. La mayoría está aquí porque amó muchísimo en algún momento de su vida a esta escuela, porque fue su casa, porque se sintió protegido y estuvo a gusto acá. Casi todos esos viejitos que ves ahí fueron alumnos de la 11, y añoran la sensación de ser niñitos de nuevo, de pasar la manito por el pasamanos, de respirar el aire embotado del salón y la mirada dulce de las maestras.  Las viejitas de allá trabajaron de alguna cosa durante decenas de años en este edificio… limpiaron mocos, consolaron lágrimas inconsolables, enseñaron a usar plumas y lapiceras, limpiaron la escalera, barrieron, atendieron el kiosquito, plantaron los árboles que ves en el patio, pintaron una pared o algo. Y los chicos que ves, son casi todos permisos especiales. Mirá, mirá el parque, Larry, mirá bien a ver si podés ver…

Larry miró fijamente las sombras del Parque Saavedra, escudriñando con atención. Una horda de siluetas pequeñísimas se dirigía hacia la 11 desde el otro lado, donde estaba el Hospital de Niños. Había siluetas jugando en las hamacas, en los toboganes, sentadas en los bancos y en el pasto. Una sensación de serenidad desconocida invadió el pecho de Larry, que murmuró…

_ Están todos muertos.

_ No, Larry. Están de permiso especial del director. Los deja venir a esta hora, desde el Hospital de Niños, para ver la función.

_ Algunos tienen una especie de luz… rodeándolos… Una luz que no ilumina pero que es como algo lindo…

_ Hacés progresos rápido, amigo. Vení, vamos a sentarnos antes de que se llene, que ya va a empezar.Y vos sos invitado especial. Ya vas a ver.

Se sentaron en primera fila. Larry pasó entre butacas colmadas de señoras y señores de pelo blanco, todos amables y con expresión bondadosa. Los niños no actuaban como niños, estaban demasiado quietos, eran demasiado respetuosos. La mayoría tenía las manos cruzadas sobre sus piernitas y esperaban en silencio, con los ojos cerrados. Larry tuvo un escalofrío. Así, con los ojos cerrados, había esperado debajo de la cama que no fuera cierto, que papá no se hubiera enojado tanto con mamá, que no la hubiera echado de la casa (¿a dónde se iba a ir? ¿a dónde se iba a ir?). Tuvo un sobresalto. Los viejitos también tenían los ojos cerrados.

_ ¿Y de qué es la obra? Yo nunca fui al teatro…

_ Shhhhhhhhhhhhhhhhhhhh.

El telón se abrió con magnificencia; los engranajes de las cortinas corrieron silenciosos y sin fallas. Se hizo mayor la oscuridad que imperaba, y Larry se olvidó de los viejitos ciegos. En el escenario se veía una escenografía de salón de clases, con los banquitos chiquitos, las mesitas pequeñas, ventanales preciosos con cortinajes blancos y un escritorio que ostentaba un florerito sencillo, rebosante de fresias. El aroma de las flores le recordó a su mamá;  un nudo en la garganta le impidió decir nada. De un costado salió Yohana Ruiz Díaz del Vivar, haciendo malabares con unas naranjas.

_ Esa chica cometió un error inmundo. Ofrecía “protección” a cambio de las moneditas de los nenes de la primaria, en la puerta del kiosquito, y había montado una especie de mafia que fue muy difícil de desbaratar en la escuela. Es tan testaruda que todavía no entiende las consecuencias de lo que hizo, el dolor que ocasionó a centenares de nenes durante su estadía en la 11. El director le encargó este trabajo hasta que se haga cargo de sus actos, pero ella no lo sabe. Lleva mucho tiempo acá. Hasta parece disfrutarlo a pesar de que sabe que los nenes no la están viendo…

A Larry no le importaba nada lo de Yohana Ruiz Díaz del Vivar. Un nene pelirrojo, pequeñísimo, enfundado en un guardapolvo planchado y almidonado con amor, estaba sentado entre muchos otros nenes, ahí, en su banquito, e intentaba tomar una lapicera por primera vez con sus manos torpes. Y Laurita, la bellísima Laurita, estaba sentada a su lado.

- ¡Mirá, Michi! Ése soy yo. Esa lapicera me la había comprado mi papá, y era de las que si las inclinabas para un lado se veía un auto rojo, y si las inclinabas para el otro, uno azul. Me acuerdo de esto. Ahora le señorita Beatriz se va a sentar al lado mío y me va a ayudar… Tenía un montonazo de paciencia esa seño, yo la quería tanto que le hice un dibujo cuando terminó el año para que pusiera en el arbolito de navidad…

La segunda escena representaba a alumnos de años más grandes, en el recreo. Estaban todos en el pasillo y el pelirrojito se había escapado de la mirada vigilante de la seño Dora, que lo cuidaba tanto, y se había escondido en el baño de los chicos de la secundaria. Larry sintió que las lágrimas se le escapaban y le apretó la mano a Michi.

- Fue horrible, es horrible. Ahora entro al baño y está Facundo Escalante fumando un porro. Y me agarra de los pelos, y del cuello, y me mete la cabeza en el mingitorio y me dice que si digo algo me va a matar…

El Michi oprimió la mano de Larry, fuerte, muy fuerte, como hacía siempre cuando su amigo sufría mucho. Larry lloraba como hacía años no había llorado, igual a ese día escondido bajo la cama de sus padres viendo volar cuadros y ropas de mujer y pensando a dónde, a dónde se va a ir.  La escena siguiente tardó un poco más en aparecer… el telón quedó corrido, respetando el dolor profundo del chico. Hasta Yohana pareció retirarse un poco hacia un costado, sin parar de revolear sus naranjas.

La escena siguiente era en el salón de 1ero. Larry quedó asombrado ante el cambio. El escenario, tan bello y de ventanas limpias y aroma de flores, ahora mostraba un salón descuartizado a escrituras, a patadas, a bancos desvencijados y pizarrones vejados por liquid paper. Ahí estaba él, como en las escenas anteriores, tallando una rajadura con una trincheta. Los ojitos bellos que había visto en los Larrys niños habían desparecido bajo un velo de indiferencia y cansancio. El guardapolvo había desaparecido y su ropa colgaba raída y sucia, descuidada, sobre su cuerpo desmesurado. Los rulos rojos eran una maraña que intentaba tapar la cara y lo lograba. Las seños no estaban. Había una profesora que iba cambiando de cara y se iba transformando en muchas profesoras anónimas que le decían que se sentara, que se callara, que prestara atención, que era un irrespetuoso, que era una porquería de persona, que era un sucio, un desagradecido, un mal amigo, que era feo, que era malo, que iba a terminar mal, que iba a terminar con un prontuario…

Larry se vio entrando en la pecera esa tarde, todo mojado y con dolor de espalda, después de destrozar el baño a patadas. Se vio sentado al fondo, vio entrar a la directora y escuchó lo que ella decía. Levantó la vista hacia la profesora y vio en su mirada la misma mirada que tenía la seño Beatriz, cuando se sentó al lado suyo para enseñarle a agarrar bien la lapicera. La lapicera que le había regalado su papá.

El telón se corrió por fin. Todos los nenes, todos los viejitos, todas las paredes de la 11, las ventanas, las cortinas, las escaleras, todos estallaron en un aplauso al unísono. “¡Larry! ¡Larry!¡Larry!” vitoreaban. El chico, asombradísimo y emocionado hasta haber perdido absolutamente la voz, miró al Michi.

_ Es tu obra. Vos la escribiste, la dirigiste y la protagonizaste. Ahora quieren que subas y digas unas palabras.

Literalmente, Larry fue subido por centenares de brazos y llevado al escenario, que Yohana abandonó respetuosamente. Jamás había hablado en público y lo que había vivido recién era demasiado emocionante como para saber si aún le quedaba voz. Sin embargo subió, y desde arriba pudo ver a los niños de ojos cerrados, a los viejos; le pareció ver a Beatriz, a Dora, a Norma, a las preceptoras, a la de Física… a él mismo siendo niño sentadito en la primera fila al lado del Michi, con los rulos peinados y brillantes, con el guardapolvo planchado por su mamá. No dijo nada. Solamente cerró los ojos él también, inspiró hondo, lo más hondo que pudo, y se llenó los pulmones de la 11. Se sintió bien por primera vez en años: estaba en su casa, la 11 era su casa,  los aplausos eran para él  a pesar de que había hecho cosas malas… porque no era que las había hecho malas… era que le habían salido mal…

_ Pero eso va a cambiar.

Larry se sobresaltó. Su voz había sonado hueca y estridente en el salón de actos vacío. Sólo el Michi lo esperaba, de pie, apoyado en una de las paredes.

_ Vamos, Larry. Fue una noche intensa y hay muchas cosas sobre las que tenés que pensar.

_ ¿Vamos a dónde?

_ En unos minutos, tu abuela va a venir a buscarte junto con la directora y la portera. Cuando tu abuela llegó a tu casa y no te vio pensó en llamar a la policía, a los hospitales, a los bomberos, a la NASA, qué sé yo qué escándalo iba a armar. Pero le susurré que llamara al Chispazo, bajito, y las abuelas y las madres siempre me escuchan. El Chispazo te vio escondido atrás de la puerta de la pecera y se hizo el que no veía nada… No te enojes con él… es un buen amigo, pero a veces confunde lo que realmente quiere decir la verdadera amistad. La cosa es que el Chispazo confesó que estabas acá encerrado y ahí vienen tu abuela, la directora y la portera a buscarte, locas de preocupación porque saben que acá no hay agua ni luz gracias a tu macana de la tarde y esperando que estés bien porque te quieren muchísimo…

_ ¿Y qué hago? ¿Qué les digo?

Larry se encontró solo en el umbral de la 11. Pudo escuchar unas últimas palabras del Michi, pero ya no pudo verlo.

_ Yo estaba cuando te pasó lo de Facundo Escalante y te pido mil disculpas por no impedir lo que te pasó en el baño, cuando eras un chiquito indefenso. El director me acaba de levantar la pena: he cumplido. De vos depende, Larry, ser el hacedor de tu propio camino… Ya no voy a estar para cuidarte… acordate… De vos va a depender ahora todo…

Una luz de linterna provenía de afuera, y el clanc clinc conocidísimo de la portera, que venía con todos los pelos parados y el maquillaje  corrido, le produjo una sensación de bienestar incomparable. “Te perdono”, murmuró. “Gracias por todo”.

_ ¡Neeeeeeeeeeeegrooooo! ¡Acá está, señora, vivito y coleando, no se preocupe!

Su abuela lloraba y lo palpaba y lo besaba y la directora lo abrazaba y la portera lo zamarreaba para ver si estaba bien.

_ Estoy bien. No se preocupen. Vamos a casa, abuela. Señora directora, mañana voy a venir a hablar con usted junto a mi padre y veremos cómo hago para pagar los daños que le hice a la escuela.

La directora Norma sonrió misteriosamente, abrazó a Larry y le dijo en el oído:”Shhh, no te preocupes. Sé que una noche en la 11 puede ser una experiencia pesada. Andá a descansar, que preocupaste a toda la gente que te quiere”. 

Larry miró a la gente que lo quería, mientras entraba en el remís que lo llevaría a su casa. Miró a su abuela, miró a la portera, miró a la directora, y por último, miró a la 11, que lo observaba majestuosa y cálida, envuelta en un manto de sombras que ya empezaban a dejar entrever tonos cálidos y rosados del amanecer. Y se sintió muy feliz, porque allí estaría su escuela, esperándolo para recibirlo mañana, y después de mañana, y después de después de mañana, y después de después.


                                                           FIN

Imagen: Adriana Lara.

 

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Una noche en la Once. Cap. 3

#ProyectoPibeLector es un blog de ficción.Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

Entrega N° 48

Una noche en la 11

Para leer el Capítulo 1 hacé click aquí 

Para leer el Capítulo 2 hacé click aquí

Capítulo 3.

Al principio no pasó nada fuera de lo normal. Larry se aburría muy pronto y la mayoría de las puertas de la escuela habían quedado cerradas con llave. El llavero que las abría estaba colgado en dirección y se veía desde el agujerito de la cerradura por donde Larry había estado espiando, pero por más que trató de abrir la enorme puerta de madera ornamentada, vestigio de las mejores épocas de la 11, no pudo. No hubo patada que no resistiera. Así que, cansado de deambular por el pasillo y harto de la cocina, el chico se dirigió nuevamente a preceptoría y se repatingó en el sillón de caña que una de las preceptoras había donado para el lugar.

Una noche en la 11

Una noche en la 11

El parque Saavedra lucía extraordinario a esa hora. Las hojas de los árboles se habían teñido de rojo y violeta, el pasto se había vuelto oscuro y uniforme y un cielo anaranjado caía pesadamente sobre las rejas que lo bordeaban, haciendo suaves las puntas de flecha de los bordes. Larry conocía sus mediodías y sus tardes; quedó extasiado ante la novedad del atardecer, ante la noche. Pasó mucho tiempo pensando en nada, sólo observando las tonalidades del parque. Cuando salió la luna, decidió que ya no había peligro de acercarse a la ventana y se asomó. Nadie podría verlo ahí, adentro de la escuela. La oscuridad era total.

Fue en ese momento cuando se le ocurrió que, si prendía una luz, alguien del exterior podría darse cuenta de que en la escuela había un intruso y llamar a la policía. Lindo sería que vinieran los patrulleros, que llamaran a su abuela, a la directora, a un juez, que le abrieran una causa por usurpador, ladrón o lo que fuera y ya tuviera un prontuario a los 15 años. Un prontuario… “Lindo prontuario tenés vos adentro de esta escuela“, le había dicho una maestra cuando estaba en sexto grado, y a él le había molestado mucho a pesar de no tener ni idea de lo que quería decir la palabra “prontuario”.  Decidió que no prendería ninguna luz por el momento, “a menos que fuera indispensable”. Y volvió a tirarse cuan largo era encima del silloncito.

Así estaba cuando oyó los primeros golpes. Primero pensó que venían desde afuera, del parque. Después pensó que era su imaginación, que lo molestaba. Pero cuando se hizo evidente que los golpes existían, que no eran imaginados y que venían desde adentro de la escuela… desde adentro, muy cerca de donde él estaba recostado en un silloncito en una habitación sin llave en la puerta…  Larry dio un salto y se escondió dentro del armario de preceptoría,”para pensar qué haría”. Un miedo desconocido, una sensación espantosa de angustia, ansiedad y soledad lo invadió por completo. Esta vez sí que había metido la pata. Los golpes eran repetidos y fuertes, como si alguien le pegara con un palo a un caño hueco… no recordaba haber visto caños cerca de la puerta de preceptoría. Juntó valor y decidió salir. No podía ser nada grave. No podía ser alguien adentro de la escuela. Quizá tuviera que ver con la canilla que él mismo había estado pateando… Ese pensamiento lo envalentonó, agarró un borrador fuertemente para defenderse “por si acaso” y salió del armario.

Espió el pasillo. Oscuridad pura. Los golpes resonaban sonoros junto a la escalera.

_¿Quién está ahí?_ preguntó. Y se asustó por cómo había sonado su propio tono de voz en la plenitud del silencio.

_ ¡Clanc, clanc, clanc!

_ ¿Hay alguien ahí?

 No pudo evitar un alarido tremendamente agudo al sentir el peso de una mano en su hombro. Aterrorizado hasta la médula se alejó lo más que pudo y blandiendo el borrador volvió a gritar:

_ ¿Quién sos? ¿Qué hacés acá?

Sus ojos se iban acostumbrando paulatinamente a la oscuridad. Vio primero una silueta, luego un poco más. Un chico común y corriente, vestido con un guardapolvo blanco un poco pasado de moda, estaba parado junto al borde de la escalera con un caño amarillo en la mano. Era con ese objeto que golpeaba otro caño, uno que evidentemente era de gas, que recorría la escalera junto al pasamanos. Larry no recordaba haber visto jamás ese caño de gas en la escuela, pero ése era un detalle sin importancia. Había un chico ahí adentro, con cara amigable, y ya no estaba solo.

_ Soy Roberto. Bienvenido a la noche de la 11.

 

Continuará…

 Una noche en la 11 es un relato contado en 6 capítulos. Leé la próxima parte el viernes, cuando actualice #ProyectoPibeLector

 

Imagen: Adriana Lara.

 

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Una noche en la Once. Cap. 1.

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Entrega N° 48

Una noche en la 11

a Juan C. Araya,  mi lector incondicional

 Capítulo 1

 

Había sido una tarde común y corriente en la 11 hasta que Larry había resuelto, en un impulso inexplicable hasta para él mismo, subirse sobre la mesadita del baño y patear la puerta hasta destrozarla; mesadita y Larry habían caído violentamente sobre el piso arrastrando el lavatorio y rompiendo las cañerías… En el momento en que empieza nuestra historia, tenemos a Larry intentando disimular su dolor en la espalda sentado en la silla más atrás de los atrases, adentro de la pecera, en plena hora de Literatura. Y acá tengo que detenerme y explicar a los lectores qué es la pecera, en primer lugar, y destacar que la ropa empapada del chico era imposible de ocultar por más pecera que se llamara el salón de clases.

Una noche en la 11

Una noche en la 11

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Sin vuelta atrás

PROYECTO PIBE LECTOR es un blog de FICCIÓN. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

39. Sin vuelta atrás

4:00 a.m.

Se realizó un allanamiento en el Barrio. Hubo un tiroteo que dejó como resultado cuatro heridos y dos muertos. Un argentino de sesenta años y tres jóvenes extranjeros quedaron detenidos. Serán acusados por poseer armas de guerra y dedicarse al narcotráfico. Ninguno saldrá del penal hasta muchos años después de esta madrugada.

 

Dalí: "Los relojes blandos"

Dalí: “Los relojes blandos”

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Qué hacer en caso de Calificaciones

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33. Qué hacer en caso de calificaciones

Efraín es la persona que lleva más tiempo en la Isla del Alumno Autodidacta y la que mejor conoce su funcionamiento. Por esa razón es a quien se debe recurrir en caso de dudas de cualquier especie.

Un tema especialmente peliagudo en la Isla es el de las calificaciones. “Para los docentes”, piensa Efraín, “porque son unos ineptos”. El Auxiliar siente una especial mezcla de repugnancia y desprecio por los profesores del Universo, que se guarda bien de mostrar. Efraín sabe guardar secretos, disimular emociones, manipular hechos. Se considera a sí mismo como un estratega invencible, un soberano en su reino. Finge una pizca de servilidad, escudado tras sus lentes enormes, y contesta solícito cuando se lo requiere.

Efraín es el Auxiliar, con mayúsculas.

Dalí: "Dalí a los seis años"

Dalí: “Dalí a los seis años”

Existe una página especial en el campus virtual de la Isla que contiene las calificaciones personalizadas de los alumnos, y los docentes se desviven por mantenerla actualizada entregando sus planillas en tiempo y forma. No saben (nadie sabe) que jamás tuvo visitante alguno. Ni un cibernauta perdido, mísero. Tampoco saben que esa información es guardada y paladeada placenteramente por el administrador de los datos y recepcionador de planillas: nada más y nada menos, que Efraín.

En diciembre los docentes se agolpan, desesperados, frente a su pequeña oficina-depósito de escobillones y plumeros.

_ Efraín, dígame: ¿Un alumno que tuvo un aplazo en el primer trimestre, se lleva a diciembre la materia?

_ De ninguna manera. Puede tener un 1, otro 1 en el segundo trimestre y un 2 en el tercero y la nota final puede ser 7. Igualmente resultaría sospechoso un profesor que califique con aplazos; usted debería revisar su desempeño y andar con cuidado si quiere continuar aquí.

En voz baja, los alumnos cuentan que cuando era joven, Efraín se metió en una clase de Educación Física con una chancleta en la mano y le dejó el culo bordó a unos pibes que andaban molestando a uno de sus sobrinos, que estaba becado en la Isla. Murmuran: el profesor que estaba a cargo quiso parar los chancletazos justicieros y se ligó uno en la cara que lo dejó tuerto de por vida.

Anécdotas como ésa rodean al Auxiliar como un halo y lo hacen parecer más alto, espigado.

_ Efraín: ¿Los números  van promediados con centésimos en la nota final?

_ De ninguna manera. El educando puede tener un 4, un 3 y un 6 y tener un 7 como nota final. Queda a criterio del profesor, que, por supuesto, favorecerá al educando. No vaya a ser que no podamos festejar tranquilos las fiestas en la Isla por culpa de alguno de ustedes…

Durante el tercer año de su gestión, el director De Álzaga se enfermó. Gozó de una licencia extensa, y Efraín aprovechó con fuición su ausencia. La Isla se volvió su territorio por completo, fue invadiendo oficinas y salones y se desparramó, repatingó y dormitó en cada rincón. De Álzaga regresó, renovado, y no se dio cuenta de los cambios. La Isla había funcionado perfectamente durante su ausencia: Efraín se había encargado del papeleo, de la actividad virtual, de las preguntas frecuentes de los docentes. En su ceguera y nadando en su propio ego, De Álzaga se acomodó ante su escritorio y cerró la puerta, dejando a Efraín solitario, amo y señor de su pequeño imperio.

_ Efraín: ¿Cómo califico a un alumno que vino una sola vez a mis clases-guía de “Administración de la Economía Hogareña”?

_ Con una sola vez, alcanza y sobra. ¿Qué hizo el chico ese día?

_ Nada. Le pregunté cómo se llamaba y me contestó.

_ Bueno. Si dijo su nombre en forma vacilante y usando tono bajo, merece un 7. Si alzó la voz y la miró a los ojos, póngale un 10.

“Universitarios”, piensa Efraín mientras contesta con sorna. “Son los peores”.

_ Efraín: ¿Tengo que calificar a Pérez? Se pasó las 100 horas de mi curso anual de “Prevención de Adicciones” durmiendo como una morsa …

_ Más morsa será usted, señor. No descalifique al chico. Póngale un 10. Uno mientras duerme no se puede hacer adicto a nada.

La lógica del Auxiliar, formidable. Con el tiempo, hasta había encontrado su propio Efraín: un nuevo profesor, doctor en Ingeniería Civil, poseía una personalidad tímida y había aceptado limpiar el edificio a cambio de que intercediera ante los alumnos para que no lo insultaran ni golpearan. “Mucho doctorado y cero manejo de grupo”, le había lanzado el Auxiliar, junto con una escoba.

_ Efraín: ¿Califico a los que figuran en el listado, pero no vinieron nunca?

_ Por supuesto. ¿Usted quiere que nos manden al Continente por falta de matrícula? ¿Quiere que nos cierren la Institución? De ninguna manera. Un 7 a todo el mundo ahorra problemas y todos contentos.

_ Efraín: Tengo a este caso que no sabe leer ni escribir y yo enseño “Discurso persuasivo para tener éxito en las ventas”. ¿Qué hago? No sabe ni escribir su nombre…

_ En primer lugar: no le diga “caso” al alumno; no estigmatice. En segundo lugar, hombre… la escritura está sobrevaluada en este mundo loco… Apruébelo y listo. Se lo merece por ser valiente y desafiar al sistema capitalista.

Efraín es un hombre de muchos secretos. Se rumorea que posee estrategias que los docentes ignoran para manejar situaciones difíciles; dicen que se desliza durante la noche por la Isla y espía y vigila…

_ Efraín: Este grupo de alumnos se pasó el año entero jugando al Call of Duty en mi cara y mandándome a la mierda. Amenazaron con matarme, con torturar a mis hijos, con desfigurar a mi mujer…

_ ¿Y por qué usted no me avisó antes?

_ Yo escribí unos sesenta informes y los dirigí a De Álzaga…

_   Pero no, hombre, al director no, de ninguna manera. Me tiene que avisar… Usted déjemelos a mí. Apruebe a todos y listo. Va a ver cómo lo dejan en paz.

Los “viejos” le cuentan a los “nuevos” que Efraín avanza despacito entre las camas donde duermen su sueño los alumnos, durante la noche isleña. Pone sus manos de dedos largos sobre los cuellos de los que califica en secreto de “rebeldes”, “patoteros”, “cabecillas”…y aprieta, aprieta, hasta que los ojos que miraban el sueño plácido lo miran a él, desorbitados, enrojecidos. Su estrategia es sencilla: aseguran que suelta cuando las venas de su presa están gruesas y oscuras como tronco de árbol.

“Shhhhhhhhhhhh”, les dice. “Ojito con joderme la vida”.

Eso basta.

Los “nuevos” se estremecen.

Jamás un alumno lo ha denunciado ni ha hecho un comentario, en voz alta o por escrito, sobre los terrores nocturnos asociados al Auxiliar.

Eso sí, una vez alguien descubrió el punto débil de Efraín, hecho que le costó el trabajo en la Isla.

Era una profesora nueva, que enseñaba-guiaba sobre “Control de la Natalidad”. Quiso saber qué hacer en caso de calificaciones porque un alumno se negaba a participar de sus clases por motivos religiosos. Le dijeron que le preguntara a Efraín, naturalmente. Tenía una vocecita aguda que se oyó por encima del ruido a adolescencia, cocoteros y mar:

_ Señor portero, ¿puedo hacerle una pregunta?

La Isla se detuvo. Fue como la caída de un rayo.

La despidieron al anochecer. Por la madrugada ya estaba en el Continente.

Su experiencia no fue en vano. Desde ese día, todos en la Isla aprendieron la importancia de no decir jamás delante de un auxiliar la palabra “portero”.

 

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La Revolución del Agua Humana

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32. La Revolución del Agua Humana

 

El niño se detuvo. Tomó aire, dirigió su mirada límpida hacia el cielo transparente. Desplegó el material sobre la Revolución del Agua Humana. Comenzó a indagar.

Al cabo de unos minutos un señor se le acercó, amable, para preguntar si necesitaba ayuda. El niño contestó apresuradamente que sería un honor escuchar la palabra de uno de sus mayores. El señor, entonces, habló:

Dalí "Yang y Yin ampurdaneses"

Dalí “Yang y Yin ampurdaneses”

_ En el año 2036 un investigador de la UNLP, en Argentina, hizo un descubrimiento que le pareció fenomenal: logró sintetizar el líquido que denominó “Agua Humana”, el néctar esencial, el maná, la fuente de la juventud, anhelada, buscada e imaginada por alquimistas y artistas durante milenios. La fórmula aún era imperfecta, pero la subió a internet en su blog personal.

En 2042 un jovencito hizo pruebas en su cuerpo basándose en la fórmula del Agua Humana. Incorporó el Inhibidor del Apetito y la perfeccionó. Quiso pasar a la posteridad como un héroe anónimo: no sólo envió la fórmula renovada a cada gobernante, a cada laboratorio, a cada universidad, sino que usó las redes sociales con tal habilidad que los datos se viralizaron. La gente de esa época estaba obsesionada con su imagen: seducida por la promesa de la pérdida de grasa corporal, fabricó la fórmula y empezó la Revolución.

El Agua Humana adelgazó a las personas, pero además las volvió sanas. Desaparecieron los problemas de los dientes, de los pulmones, de los riñones, del corazón… ya nadie se enfermó. Los organismos funcionaron como debían y la gente se volvió perfecta. Eso trajo consecuencias que el joven dadivoso jamás pudo imaginar, ya que fue asesinado por una horda enfurecida el mismo año en que la Revolución comenzó.

Ya no hubo necesidad de comer ni de beber. Hasta ese momento, la humanidad giraba en torno a la comida: a producirla, a consumirla. Ser comensal era un ritual social. Restaurantes, fábricas, supermercados, vida familiar, horarios, modos de crianza: todo cambió y se produjo un inmenso desconcierto.  A medida que la gente se desintoxicaba de milenios de consumir comida se volvía sagaz: nadie dudó acerca de la importancia de abandonar el paradigma obsoleto y las naciones, unidas, comenzaron a buscar nuevas formas para que la economía no estallara del todo.

El mundo cambió vertiginosamente: tampoco se necesitaban abogados, psicólogos, agricultores, ganaderos… Millares de máquinas, en meses, se transformaron en chatarra. Lo relativo a la estética era vestigio de una época olvidable. Fue demasiado. Hubo que reorganizar todo. La naturaleza se erguía, triunfante: dejaba de ser explotada. El ser humano asumía finalmente su rol como eslabón, como engranaje ínfimo perteneciente al Reino Animal. La gente no sólo no se dejaba engañar, sino que había perdido las ganas de engañar a otra gente. El Agua Humana rasgó el velo que mantenía la Humanidad en la oscuridad y la corrupción; fue un renacer después de una especie de Sodoma y Gomorra. La gente se volvió reflexiva y crítica, y dejó de preocuparse por el consumo. ¿Desplegaste alguna vez el Museo del s. XX?

El niño escuchaba atentamente. “Sí”, contestó.

_ ¿Y qué te pareció?

_ Me dio vergüenza ajena y compasión. Las personas vivían embrutecidas, pendientes de frivolidades. Trabajaban para comprar objetos innecesarios, sufrían por cosas carentes de sentido.

_ No sientas vergüenza. Es parte de nuestra historia. No olvides que estaban intoxicados por la alimentación. Gracias al Agua Humana

_ Sí, es suficiente. Muchas gracias por su tiempo, señor. ¿Usted llegó a tener padres con coincidencia biológica?

_ No, soy muy joven. Ni siquiera mis bisabuelos hubieran vivido esa época. ¿Querés que te hable de la Revolución Igualitaria?

_ No hace falta, muchas gracias. Fue cuando se decidió que tener hijos biológicos restaba igualdad de oportunidades a la Humanidad y los niños se volvieron comunitarios. Luego quedamos solos.

_ Exactamente. La Historia de la Humanidad fue siempre un baño de sangre, pero somos afortunados ahora. Que tengas un buen día, niño.

El niño cerró los ojos y la información desapareció. Se borraron las ciudades, las personas que caminaban apresuradas, los carteles de neón. En el siglo del niño, la gente no necesitaba nada. Mientras contemplaba nuevamente la serenidad diáfana del cielo, se preguntó si el señor que le había hablado amablemente sobre el Agua Humana pertenecía a la realidad o a los materiales históricos que se le había ocurrido curiosear. No supo qué pensar. Se le ocurrió que quizás hubiera soñado todo, que existía la posibilidad de que en ese exacto momento estuviera planteándose acertijos dentro de un sueño. Se le ocurrió que el soñador podía ser el señor, y él mismo, tal vez, fuese el producto de un sueño ajeno, en la soledad de unas ruinas con forma de círculo. Tampoco supo explicar el porqué del sentimiento de nostalgia que lo invadió al pensar todo eso.

Movió sus manos y desplegó el Agua Humana. Se sintió reconfortado. Había olvidado el episodio y los laberintos oníricos cuando comenzó a beber.

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