Por: Daniela Escribano
Se miran con recelo. Bah, en realidad, ellas, las villanas, miran con resentimiento a sus hermanas, las buenas, las “perfectas”, las heroínas, las que todo lo tienen, las más queridas por todos y las que -aquí la eclosión- son amadas por los hombres que ellas dicen amar.
Un triángulo infinidad de veces retratado por los guionistas de aquí y de allá. Propongo entonces que nos detengamos a comparar dos de estos casos, uno de hoy y otro de ayer: el de Clara y Ana Guerrico en Padre Coraje y el de Camila y Brenda Garay en Sos mi hombre.
Cabería discutir si en estos dos ejemplos traidos a colación existe el triángulo amoroso; puede ser que sí, puede ser que no. En realidad son ellas, Ana y Brenda, las que imaginaron un vínculo con los héroes -Coraje y Ringo-, una relación que no existe, ni existió, un amor que no es correspondido y que, en todo caso, les corresponde a sus hermanas, Clara y Camila. No obstante, echaremos mano igualmente de la figura geométrica, ya que para las “malas del cuento”, lo hay, existe: son ellas y los hombres que aman y sus hermanas metidas en el medio, entrometiéndose, arruinándolo todo.
A diario, Brenda Garay, muy bien interpretada por Gimena Accardi, le reprocha a su hermana el hecho de sentirse menos, opacada, a su sombra. “Vos siempre fuiste la perfecta, la buena, la que estudió y yo la enferma que no sirve para nada”. Estas palabras calan hondo en Camila (Celeste Cid), aún cuando sabe que jamás hizo nada adrede para hacer sentir mal a su hermana.
Inevitablemente, la historia de esta joven, enferma psiquiátrica, que está enamorada del personaje de Luciano Castro, que en su imaginario cree (sabiendo que no) que él también la ama y que ha llegado hasta a incendiar la casa de su hermana, nos traslada a la historia desandada en La Cruz, allá por 2004, y a Ana, esa “muchacha” lisiada interpretada por Carina Zampini, que odia a Clara (Nancy Dupláa) porque camina, es la preferida de su madre y se está a punto de casar, y conoce el sentimiento del amor cuando Coraje (Facundo Arana) llega a su pueblo vestido de Padre Juan para hacerse cargo de la iglesia local.
Y así, como si ambas historias se hermanaran (valga la redundancia), el resentimiento, la envidia y los deseos de Ana de sacar a su hermana del medio se reinventan en Brenda, que sueña con que Ringo sea de ella y Camila pase a mejor vida.
Pero así como Coraje/Padre Juan se enamoró de Clara el mismísimo día que la conoció y se sintió acosado por Ana también desde ese mismo día, sin poder gritarle al viento -por condición de cura falso- cuánto quería a la morocha de las hermanas Guerrico, también el boxeador debió padecer el hostigamiento de la Garay rubia, quien aún todavía no entiende que el amor de Ringo le corresponde a su hermana y no a ella.
Y en el medio, en su momento Clara, y en la actualidad Camila, tratando de entender los celos de sus hermanas, intentando comprender sus rencores, haciendo esfuerzos para no responder a sus ofensas, llevando adelante sus vidas sin intenciones de lastimar a sus hermanas, aún cuando en sus interiores saben que lo hacen, involutariamente, pero lo hacen al fin.
Hermanas, pero también enemigas, más de un lado que del otro, pero enfrentadas por el amor de un hombre. Dos mujeres con dolencias (en silla de ruedas Ana, con problemas psiquiátricos, Brenda) que culpabilizan a sus hermanas por todo lo malo que les pasa, por todo lo que no tienen y por todo lo que ellas sí pudieron conseguir.
Como el agua y el aceite, en Padre Coraje, antes, y en Sos mi hombre ahora.