Por: Daniela Escribano
Mucho se ha debatido acerca de qué elige la gente cuando selecciona ganadores de realitys. Y la verdad es que, como en todo proceso televisivo, hay momentos y tendencias, años y gustos, caminos “derechos” y contravolanteadas de último momento. No hay una única respuesta, ni una sola verdad- Hay muchas y una para cada caso.
Los tres primeros “Gran Hermano” nos la hicieron fácil: Corazza, el Negro Parra y Viviana Colmenero, con sus diferencias, venían a representar lo mismo. El desamparo, la humildad, la historia familiar difícil que necesitaba un final feliz, una reconversión, una mano ajena.
Y cuando pensamos que la teníamos clara, vino Marianella Mirra a cambiar la historia y se empezó a decir que la gente “había elegido el buen juego” y, de pronto, nos convencimos que “la Tucumana” había hecho hazañas similares a las de un deportista de elite, cuando solo había traicionado a su “amigo de encierro”, metiéndole una nominación espontánea, y “le había dado” a las harinas que daba calambre.
Y con Cristian U, el GPS nos condujo al mismo lado, pero pegó el volantazo con “Bam Bam” y con algunos que le siguieron. Moraleja: “Nada está comprado en esta vida”. Ni siquiera las tendencias de TV.
Con “Bailando por un sueño”, la historia fue algo similar. Repasemos: Carmen Barbieri lloraba por la casa de su soñador y por su propia casa que se pudo comprar gracias al certamen y lo ganó. Florencia De la V ya tenía casa, pero darle el triunfo era parte de apoyar su reivindicación y lo logró. Carla Conte fue un raro caso de perfil bajo que no a pesar, sino por esto, se quedó con el primer puesto. Celina Rucci, algo similar, aunque con una posición más aguerrida para defender ciertas cuestiones como el inexistente sobrepeso de su bailarín que le achacó Graciela Alfano.
Lo de Pampita fue pura simpatía. Lo de Escudero, un voto contra Fort. Lo de “la Mole” un claro caso de “voto lástima – voto pueblo – voto reivindicación del antihéroe”, tal cual ocurrió en las primeras ediciones de GH. Lo de los dos campeonatos de Piquín y Noelia fueron triunfos limpios de la segunda, que quisieron disfrazar para que “el gran bailarín” no se diera la cabeza contra la pared, y lo de Anita y el Bicho, fue lo de Anita y el Bicho.
Del mismo modo que “la Mole Moli” debió luchar con espada de madera para bailar lo que nunca había bailado y ganarse el cariño de la gente a pura tonada cordobesa, falta de escolarización y anécdotas de lo más bizarras, Anita Martínez y el Bicho Gómez, dos cómicos de siempre, pero protagonistas de nunca, debieron jugar con armas de juguete y conquistar el botín a pura “vincha, gorrito y matraca”.
Anita es la misma que siempre hizo reír. La predilecta de Fantino, la que arrancaba proyectos en la TV, que luego desaparecían o la separan de sus huestes. La que llegó a la final de “Patinando por un sueño” y hace temporada de teatro en verano, muchas veces con el Bicho Gómez.
Y el Bicho Gómez es, sobre todas las cosas, “el Payaso Mala Onda”, el elegido de Guinzburg, su ahijado televisivo y teatral, un hombre de circo que no hace mucha tele, pero si mucho teatro, justamente muchas veces con Anita Martínez.
En eso estaban (haciendo teatro juntos) cuando la producción de “ShowMatch” pensó en ellos juntos para traerle al formato de baile en parejas algo distinto. Una fórmula bien Ideas del Sur, que todos los años, en su inicio, abre el tenedor libre con distintas propuestas y es el público el que termina de elegir porqué este plato sí y esta opción no.
Ella bailaba, bien, muy bien. Él no, aunque más o menos; es acróbata y eso vale en esta pista y mucho. Bailaron, lo hicieron dignamente, pero ellos eran (son) otra cosa y a por esa cosa fueron cuando se presentaron en sociedad como “la dupla risa” del “Bailando 2014″ y dijeron “acá estamos” con Adelmar y Titina.
Y así, silbando bajito, en modo “Carnaval Carioca”, haciéndole caso a medias a un jurado que les pedía que no hicieran tanto personaje, pero sin olvidar que ese era su ancho de espadas para mantener a la audiencia cautiva en su trinchera, fueron saltando charquitos, jugando rayuelas, atravesando sogas y elásticos y acortando el hilo de colores que los unía con la gran final.
No les tocó bailar con la más linda, por el contrario. Enfrente tuvieron que destronar al casi ganador por decreto, Pedro Allfonso, y a la bicampeona Noelia Pompa, y cuando ganaron esta última pulseada de pulgares, nos tocó pensar que sí, que eran los ganadores.
Con una espada que destilaba luces de colores. Con una pistola de agua. Con la máscara del “tío” o el truco de nariz que no funcionó. Apelando a lo más naif de una fiesta de disfraces con un hombre vestido de mujer y una mujer disfrazada de hombre, pero con talento y mucho humor.
No temiéndole al ridículo. Llorando cuando había que llorar. Bancando estoicamente la parada cuando las devoluciones no eran buenas. Sin peleas como Iliana Calabró en la primera edición de “Cantando por un sueño”. Haciendo reír como “La Mole”. Riéndose, el Bicho, de su gordura como Marianella Mirra en GH. Y cantando, quizás estratégicamente, “ganamos, perdimos, igual nos divertimos”.
Anita y el Bicho, jugaron, ganaron y se divirtieron. Mejor fórmula, no hay. Y eso pasa cuando se juega con espada de colores: no hay daño, no hay mal paso, no hay traición.