Por: Daniela Escribano
Desaparece. Aparece muerta. Tiene 16 años. Conmueve porque ¡tiene 16 años! y porque en principio se dice que fue violada. ¿Quiénes lo dicen? Los medios. Algunos periodistas apurados. La tele. Situación: Un periodista le cuenta a los conductores: “quienes la encontraros sostienen, por indicios, que habría sido violada”. Inmediatamente cambia el graph: “Fue violada y estrangulada”.
¿Se entiende no? Tu periodista especializado utiliza el potencial, habla de indicios descritos por gente (no una autopsia) y vos (la producción, la gerencia, el canal, la tele) decidís convertir la hipótesis en certeza y salir al ruedo con un título agresivo y, aunque suene terrible, esperado por aquellos que necesitaban tener entre manos un móvil lo antes posible para justificar lo injustificable: el asesinato de una adolescente.
¿Una afirmación es más contundente que una posible teoría? Sin lugar a dudas, pero si el hecho no está corroborado y se asume como verdad en un zócalo televisivo: ¿nadie va a hacer nada para impedirlo?
La respuesta es “no”. Se puede criticar, se puede poner en tele de juicio, se puede indignar mucha gente, pero al fin de cuentas, “esto también pasará”. La lavandina salpica todo el tiempo el accionar del periodismo local frente a casos híper mediatizados y, se sabe, nadie se juega la credibilidad haciendo y deshaciendo teorías sobre homicidios -principalmente -que nos conmueven.
El debate más generado en las últimas horas gira en torno a la famosa duda sobre el huevo y la gallina y promueve la pregunta: ¿en función de quién se organizan las largas veladas de cobertura televisiva cuando las papas queman y un asesinato se convierte en la tapa del día? ¿Es el público el que pide una guardia de 24 horas o es la tele la que decide que ese es el camino que hay que transitar aún cuando ya no haya nada nuevo para decir?
Los espacios en blanco se llenan con palabras y el silencio, una decisión tan venerada en otros ámbitos, se prohíbe. ¿Y si no hay nada más para decir?, podría preguntar un pasante de producción televisiva. “Se dice igual”, le contestaría su jefe. Una vez más nos preguntamos: ¿desde dónde parte la demanda?”
En las últimas horas el crimen de Ángeles, una chica de Palermo que murió asesinada en circunstancias aún no descubiertas, le ganó la pulseada (de horas de transmisión) a la tragedia de Castelar, ocurrida al chocar dos formaciones del Sarmiento (sí, otra vez), con un saldo de 3 muertos y 300 heridos.
¿Por qué? Por el morbo. ¿De la gente o de la tele? Una vez más, el huevo y la gallina…
El hecho de no saber si fue abusada, de no saber si llegó a la casa, de no saber si la familia está involucrada, de que hayan allanado la casa en el momento en que la velaban, de que se hayan registrado imágenes que la muestran a una cuadra de la casa, de que existan unas zapatillas que no fueron las que tenía cuando la encontraron muerta, el misterio de un morral, y un “padrastro” y un hermanastro” que se dejan llamar así en 2013, todo, pero todo, todo, con sus grandes aditivos de ficción, lo convierten en un caso de interés colectivo, que se fomenta aún más con la enorme cobertura que le asignan los medios y, sobre todo, la televisión.
La pregunta que internamente nos hacemos todos es si lo que liga es la muerte de Ángeles o la sospecha de un entorno familiar posiblemente involucrado en su homicidio. “El morbo”, es nuevamente la respuesta. Lo tenemos todos. Nos guste o no nos guste. Lo aceptemos o no. Tira el saber más. ¿Se le pide a los medios que nos den más información? Seguramente sí, o quizás no sea necesario porque la oferta es constante: llevando menores a la TV, simulando el basural en el que fue encontrada, llenando horas de pantalla con un tuit que escribió un anónimo que pronto se convirtió en “cómplice encubierto” del asesinato porque dijo que la chica iba a aparecer asesinada en el CEAMSE, un comentario que en el corto tiempo de su desaparición se lo escuché decir a más de cinco personas de mi círculo laboral; simplemente porque Ángeles había desaparecido cerca de ahí, no en Humahuaca, no en Bariloche.
¿La oferta responde a la demanda? Al igual que la disyuntiva del huevo o la gallina, seguimos sin poder develar el misterio. En este sentido, mientras algunos acusan a Mauro Viale de hacer “TV Basura”, otros lo reconocen como un excelente periodista “por sacar de la galera contenidos cuando ya no hay nada por hacer y decir”.
Un video de Ángeles (o de sus pies) caminando por la vereda de la cuadra anterior a su casa llega primero a “Telefe Noticias” que a la Justicia. Nos indignamos y, acto seguido, lo vemos. Los medios ayudan a “contaminar” las escenas de los distintos crímenes y el público ¿es cómplice?
Yo pienso que sí; pienso que la morbosidad se comparte entre la televisión y el público. Que nos “enamoramos” (en el buen sentido) de las víctimas y que terminamos por consumir casos policiales como si fueran telenovelas y que justamente por esta interacción es que el periodismo busca ficcionalizar todo el tiempo a través del tono, los recursos que utiliza y lo que elige decir cuando debería omitir.
No por nada una de las frases más citadas dicta que “no nos atrae el amor, sino el espanto”…
El espanto hacia un posible involucramiento de la familia en el crimen de Candela. El ruido de imaginarla con 9 años teniendo relaciones sexuales consentidas.
Tanto amor y tanto horror juntos y revueltos que no fueron pocos los que pidieron “que no sea Candela la chica aparecida”, aunque en ese decir se estaba diciendo “que no sea ella aunque fuera otra chica de su misma edad, quizás asesinada en circunstancias parecidas”.
¿La mediatización colaboró en este último caso? No. De hecho se llegó a decir que al ver tanto revuelo mediático, los captores decidieron matarla…
Ni hablar del caso más paradigmático, el de los Pomar; una familia que falleció en un accidente automovilístico y quedó aislada a la vera de la ruta durante 24 días y se convirtió en una “causa nacional” con cobertura 24 x 24 y de los que se llegó a decir, afirmar y refrendar de todo, menos que habían muerto accidentalmente y “esperaban” ser encontrados por un helicóptero que volara bajo.
No obstante, no comparto el “periodismo de periodistas”. No comparto que se diga que “hay muchas Ángeles que mueren a diario en iguales o peores circunstancias y nadie se entera” porque el que lo dice no está hablando de las otras tantas chicas que mueren en el anonimato, sino de Ángeles.
¿Hablar de nada o callar? Esa es la cuestión. Decir por decir. Llenar espacios con palabras vacías o con barbaridades que, con tiempo en forma de virulana o períodos de lavandina, se borraran de las fojas periodísticas.
La discusión es eterna y lastimosa. Sobre todo por la familia Pomar, Candela, Ángeles y tantos más.