Por: Juan Chiramberro
Tal vez no haya nacido en la ciudad de La Plata personaje histórico más trascendente para la humanidad que el doctor René Favaloro. Tarde se valoró su obra, como ha pasado repetidas veces con los grandes héroes de una patria. Es que el disparo que le perforó el corazón, el 29 de julio del año 2000, fue nada menos que la explosión simbólica, el ahogo, de aquel que se queda solo.
Egresado de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de La Plata y apasionado hincha de Gimnasia, como quien entiende también irracionalmente algunas cosas del corazón, Favaloro no fue sólo un profesional admirado por colegas y pacientes, sino, más bien, uno de los científicos más destacados de la medicina universal, una fuente de conocimientos teóricos que encontró en lo empírico una suerte de salvación. Fue un tipo que puso a disposición del hombre la mismísima proyección y desarrollo de su intelecto, la fatídica obsesión de sus propósitos, el irreversible consumo de su tiempo. Todo eso, alentado, nada menos, que por el romántico amor a la vida.
Fue, llegando a 1975, cuando Favaloro proyectó la Fundación que llevaría su nombre. Los avances en cardiología y cirugía cardiovascular, y las experiencias que pudo experimentar en su brillante carrera profesional, son documentos históricos para el mundo de la medicina. Su legado está vigente en todas las universidades del mundo.
Hace 14 años, el país se conmovía con el suicidio de quien fuera uno de los argentinos con mayor prestigio internacional de toda nuestra historia. En la carta que dejó, Favaloro denunció la falta de financiamiento del gobierno al sistema de salud, la corrupción institucional y, por sobre todas las cosas, el abandono por parte de los sectores de poder a las causas nobles. Es que si hay algo que distinguió a Favaloro fue la nobleza de luchar por lo que quería, por lo que sentía. De eso se trata el corazón.