Por: Juan Chiramberro
Todo gran movimiento identitario tiene su punto de inflexión. Hay días en la historia en los que las demandas sociales toman forma, en los que los reclamos comienzan a materializarse y en los que las reivindicaciones pasan a ser el sentido mismo de la existencia de un grupo de seres que comparten algo, sobre todo, un sentimiento.
Un poco de todo eso pasó el 10 de diciembre de 1990 para el pueblo de Gimnasia y Esgrima, cuando, empujados por la iniciativa del periodista Néstor Basile, un conjunto de hinchas se movilizaron encausados hacia el Palacio Municipal, frente a la icónica Plaza Moreno, para exigir la cesión de las tierras del Bosque, ese lugar en el mundo en el que descansa el Estadio Juan Carmelo Zerillo.
Años enteros duró el debate, los obstáculos judiciales y los reclamos burocráticos que buscaron impedir a la Institución decana del Fútbol Argentino hacerse de las escrituras de las tierras ubicadas en las inmediaciones de 60 y 118. Pero el triperío defendía una bandera cuya leyenda rezaba: “la adversidad no nos vence, nos retempla”, y, tras una serie de batallas libradas, un día el reconocimiento llegó.
Símbolo de lucha y resistencia, entonces, fue declarado el 10 de Diciembre como el Día Mundial del Hincha de Gimnasia y Esgrima La Plata, consagrando el hecho como uno de los primeros en el mundo en celebrarse, simplemente, que uno pertenece a un fenómeno de esos que no tienen tanto para explicarse ni tanto para entenderse. La lógica, a veces, deja espacios oscuros en la historia, y es ahí donde nacen los más intensos colores.