Por: Jorge Baravalle
“Me siento vacío”, “A Boca no vuelvo más”, “No tengo nada más para darle al club”. Estas fueron algunas de las tantas frases (contundentes, certeras) que Riquelme lanzó durante sus días de ausencia. Ausencia que sería definitiva según lo que dijo el futbolista, que hasta incluso disparó alguna vez contra un periodista no muy afín: “Quedate tranquilo que no vuelvo”. ¿Y entonces?
Una de las acepciones que el diccionario da para definir la palabra “cínico” es “el que actúa con descaro, sin sentir vergüenza de sus acciones reprochables”. Esa definición le cae como anillo al dedo a Riquelme. Un Riquelme que se burló de todos, que sostuvo su carrera bastardeando a la prensa pero amparándose en la protección de muchos periodistas, un Riquelme que un día se levantó y se fue, y luego volvió, y luego quiso irse otra vez, y quiso volver. Y volvió. Porque lo dejaron, porque no quedaba otra, porque no había que pagar el costo político de actuar con firmeza, de ser coherentes, de no dejarse manejar por la bipolaridad.
Aunque no lo dijo, hasta Bianchi se molestó con todo esto. Aunque no lo dijeron, muchos de sus compañeros se hartaron de él. Que la demagogia, la hipocresía o el miedo los haya frenado a plantarse ante la situación es otra cosa.
Para paliar los comentarios ofensivos de los extremistas “riquelmianos” (la Argentina está plagada de extremistas, lamentablemente), el problema no es que Riquelme vuelva a jugar en Boca. Ese es otro punto de análisis. Si lo hace bien o mal, si sirve o no, si el equipo mejora o no. A mí no me cambia que Boca gane o pierda, que lo haga con o sin Riquelme. Pero todo lo que se dio no puede pasar inadvertido o quedar en la conclusión facilista de “bueno, los ídolos son así”. Riquelme jugó con una de las instituciones deportivas más importantes del mundo.
Esto no cambia según los resultados deportivos. Boca puede fracasar en todo este año o levantar cuánta copa se le cruce. Pero hay algo que está claro: con el “Riquelme-gate”, el club perdió la batalla de la coherencia por goleada. El arquero que no pudo atajar ninguna fue Daniel Angelici; paradójicamente, el que vapuleó las redes de la propia lógica xeneize fue un tal Juan Román Riquelme. Esto no termina con “el tiempo dirá”. Lo que hizo Riquelme está mal, le guste a quien le guste. Ojalá la siga rompiendo adentro de la cancha, afuera de ella nunca lo hizo.