Que la tecnología trae consigo grandes beneficios para la vida cotidiana todos lo saben, pero pocos admiten que el uso inadecuado o excesivo genera en los usuarios el desenfoque de elementos importantes de las esferas mental y física, como son salud, trabajo, ocio, entre otras. El ahorismo, ese comportamiento contemporáneo marcado también por el ritmo de las redes sociales, nos hace ver como la historia del sujeto aquel que llevaba una gota de agua sobre una cuchacha y que debía cruzar una montaña sin que se le cayera y como premio el rey le iba a dar a la princesa en matrimonio. Al enfocarse sólo en el objeto que transportaba el líquido se perdió el paisaje y todo lo que ocurría a su alrededor. Al final, a dos pasos de llegar a la meta tropezó.
El ahorismo es el ADN de nuestros tiempos y no se ve la forma cómo pueda revertirse este proceso puesto en marcha desde la Revolución Industrial; con diferentes argumentos nos hemos subido a este tren de alta velocidad para no quedarnos en el Pleistoceno de la vida contemporánea. Allí convivimos, como el pasajero del tren de 2046, de Wong Kar-Wai, con una cyborg que se puede comparar con la burbuja de consumidores de smartphones, tabletas y computadoras. Igual que ese personaje que va hacia una ciudad futurista llamada 2046, durante el trayecto no podemos darnos cuenta a la velocidad a la que viajamos, una densa capa de comentarios, fotografías y vidas ajenas nos impide vernos a nosotros mismos. Nuestro Yo Digital no es el Yo del que hablaban los alquimistas o escolásticos en el sentido de Unidad Intransferible y con un origen divino.
El Yo Ahorista no tiene un origen metafísico, como destacaban las antiguas culturas de pensamiento mágico, es una proyección holográfica creada para navegar en la metagalaxia de los bits, en un universo fabricado por cables coaxiales, redes inalámbricas, pasajes de banda ancha, teclados, pantallas de millones de pixeles. El Yo Ahorista está concentrado en vivir el momento de las modas, angustiado en ganar followers, tener popularidad en YouTube y muchos amigos en Facebook. A diferencia de ese Yo pre-Internet éste se apaga cuando no hay pila en el celular o la tableta y la energía eléctrica se interrumpe. Es entonces cuando emerge poco a poco esa esfera mental básica y nos conduce a un reencuentro con nuestros pensamientos y queda sepultado entre bits cuando se reactivan los aparatos.
Los ahoristas también tienen cuerpo: no tienen tejidos, sangre, huesos, pero sí la brillantes que se adquiere en los editores de fotografía y video, voz; algunos hasta llegan a ser más importantes que los humanos. Sobre este punto también hay una importante nota que hacer al margen: algunos creen que el avatar es la esencia del universo y olvidan que sin nuestro cuerpo, esa máquina que la evolución ha perfeccionado y mutado, nada podría conseguirse. El conocimiento vasto que ahora podemos tener con sólo un click no significa sabiduría. Como un ahorista incurable me olvidé que tenía un compartimiento en mi cuerpo para ese Yo que ha sido transmitido de generación en generación desde tiempos antiguos, cuando los hombres se curaban con yerbas, observaban el cielo, salían de caza, buscaban la sabiduría y la conexión entre lo físico y lo invisible para hablar con sus dioses. Sí, para ellos sus deidades eran quizá un rayo, la lluvia, el sol, la luna, la tierra o un volcán. ¿Cuáles son los nuestros ahora? el iPhone 5C, el vehículo, Facebook, la nueva Mac.