Por: Fabricio Portelli
No es un error. No estuve de vacaciones en Córdoba, ni mucho menos bebí de manera irresponsable. Es que últimamente, el espíritu revolucionario que todos llevamos dentro parece haber despertado de un letargo… Este patriotismo, casi efímero, aflora siempre en mayo y explota gracias a que Messi y compañía (y también Los Pumas) hacen de las suyas con la celeste y blanca. Pero el origen de ese sentimiento revolucionario, más allá de las coyunturas políticas (las propias y las venezolanas), hay que buscarlo en la historia. Y si bien no es lo mismo recordar que revivir la gesta de nuestros antepasados en el siglo XIX, con el vino y salvando las distancias, se puede hacer un paralelismo con esas sensaciones y esa adrenalina que se genera nuestra industria vitivinícola, desde hace mucho más de diez años. Esas razones me hacen pensar que todo lo que gira alrededor del vino argentino es, cuanto menos, revolucionario. Porque, recordemos, que en la Argentina había un mercado bien establecido, con productores históricos y consumidores que cotidianamente tenían incorporada a la noble bebida. El destino quiso que esa tradición no prospere, más allá del nuevo milenio. Y entonces, fue necesario un gran cambio, sobre todo de mentalidad. Los bodegueros tuvieron que apostar todas sus fichas a la calidad: hoy están recaudando sus premios.
Pero no quiero hablar del espíritu revolucionario de los protagonistas del vino nuestro de cada día, sino del re-evolucionario. Porque estos nuevos personajes vínicos (lejos de ser bíblicos), tuvieron la difícil tarea: la de reconvertir, en tiempo record, una industria. Una actividad que representa mucho para varias provincias y de la que viven numerosas personas. Y que, además, le brinda placer a tantas otras. Esta –llamémosla – evolución, se fue dando al hacer, así como el camino se hace al andar.
Con las mejores intenciones se importaron los conceptos acerca de la tierra y cada una de las fases del proceso de producción, pero fue necesario escuchar la voz de la tierra, que ella, con el paso del tiempo, dé su veredicto. Lo mismo ocurrió con la tecnología, aunque concretar la planificación implique riesgos. No obstante, la evolución del vino nacional en la primera década del milenio fue notoria: auge de puntos de venta, récords en los principales mercados de consumo del mundo (incluso en algunos hasta superamos a nuestros competidores naturales, del otro lado de la Cordillera). Ni que hablar de lo que ocurre en los restaurantes. Las cartas de vino no sólo se multiplicaron, sino que llegaron a sofisticarse tanto que hoy llegás, te sentás y en algunos lugares te ofrecen un Ipad para que con un par de “touchs” pidas el vino que querés. Esos cambios son, apenas, la punta del iceberg. Aquellos que saben, entienden que se trata del principio de algo mucho más grande e importante. Y no es que sea exitista, solo parto de una conclusión básica: si el vino nace en el viñedo y en nuestro país está explotado apenas el 5% del territorio apto potencial, significa que… Si a esto le sumamos que el consumidor promedio global (obviamente incluyo a chinos y rusos) recién está descubriendo nuestro vino, eso significa que… Y si hemos evolucionado hasta este punto, ¿cuál será nuestro techo?
Para poder esquivar los desafíos que presenta este año, con la coyuntura interna y externa y salir exitosos, hace falta dar un paso más allá de la evolución, es necesaria una re-evolución. Y en eso están inmersos bodegueros, enólogos y agrónomos: hilando fino y pensando en el largo plazo. La vitivinicultura de precisión no es un verso. No es una utopía cuidar del medio ambiente, la sustentabilidad forma parte de la misión. No es suficiente con ver a la planta de cerca, hay que adentrarse en ella y cavar una calicata a su lado para entender las raíces. Hay que preguntarle a las piedras cuál es la variedad con la que mejor se llevan… incluso hasta con qué clon. No es cuestión de regar, sino de saber cómo quiere cada planta tomar el agua que necesita para vivir y dar lo mejor de sí. Todo esto no es sinónimo de un cambio en el concepto de terruño. Hay que recordar que en los libros, a la palabra francesa “terroir” se le atribuye la interrelación entre el suelo, el clima, la planta y la mano del hombre. Sin embargo, en la Argentina estamos reviendo el concepto. Hasta podríamos decir que recién se está en la etapa más “sucia”, con las manos bien dentro de la tierra, pero estamos construyendo la base de lo que vendrá. Los protagonistas están mirando al suelo, pero no para desviar la mirada del frente… es para ver más allá. Por eso le dedicamos este Conocedor al terruño argentino. Estoy seguro que hemos dejado atrás la evolución: estamos comenzando la re-evolución.