Por: Fabricio Portelli
Uno de los aspectos más atractivos del vino es que detrás de cada etiqueta hay muchas manos que trabajan. Es una cadena casi interminable de personas que hacen posible descorchar una botella y servir copas en la mesa.
Primero en la viña. Luego de la cosecha, el viñedo queda despoblado, de gente y de racimos. Y con la llegada del otoño, ni las hojas quedan. La gran mayoría de los cosechadores emigran hacia otras latitudes para continuar su tarea con otros cultivos. Pero muchos viñateros se quedan cuidando las vides. Llega el momento de la poda, fundamental para preparar los próximos vinos. Con paciencia, cuidado y casi en soledad, muchos héroes silenciosos se prestan día a día, a cortar ramitas. Mientras en la bodega, los vinos terminan las fermentaciones. Algunos quedan casi listos para embotellar, mientras que otros seguirán una larga crianza en barricas o toneles. Allí, el trabajo no para. Bodega, laboratorio, logística, sea donde sea, infinidad de personas realizan tareas diversas, pero con un mismo fin. Lograr que cada botella elaborada salga de la bodega con destino final a algún comercio, ya sea dentro del país o del mundo. Pero para ello hace falta un ejército de profesionales de la venta y el marketing. No sólo en la bodega, sino caminando las calles de las ciudades más importantes del mundo. Llevando el mensaje de cada botella para poder lograr los objetivos del año.
Pero hasta ahí llega la responsabilidad de los que lo hacen. Porque al entrar en el canal de distribución, sus vinos pasan a otras manos. Quienes también se dedican a ser mensajeros del placer embotellado. Choferes, ingenieros y demás, deben hacer llegar las botellas a los puntos de venta; donde aguarda otra gran cantidad de personas. Si es off trade; botella cerrada; las preocupaciones rondarán en la exhibición y recomendación. Pero si se trata del on trade, como son los restaurantes y wine bars, el servicio será fundamental. Allí, se incorporan los sommeliers a esta gran cadena de trabajo. Que si bien no es solidario, su fin es muy beneficioso para el que se hace de una botella.
Es decir que son muchas las manos que participan en un vino. Y eso lo hace muy distinto. Porque más allá de su condición de producto noble, natural y de la tierra, saber que en cada copa el factor humano es fundamental en tantos aspectos, reconforta cada trago. El vino no se puede fabricar, siempre se va a elaborar. Y por más grande e industrializada que sea la bodega, siempre va a tener mucho de artesanal. Porque sin hombre no hay vino.
Celebro con un brindis por todos esos trabajadores del vino que hacen más felices nuestros momentos.