Vinos escritos o para beber

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Para alguien que vive de escribir sobre vinos, los enólogos e ingeniero agrónomos son los maestros. Pero no lo digo de obsecuente, simplemente es así. Porque uno no nace periodista de vinos, se hace. Es muy autodidacta esto de hablar de algo subjetivo queriendo llevarlo para el lado de la objetividad. Pero es así; un profesional no puede tomar partido por uno o por otro, no puede prejuzgar, no puede (o no debe) hacerse amigo. Simplemente debe degustar, escuchar, observar y aprender para expresarse mejor.

Esto lo hago desde hace 15 años con respeto, con pasión y con “sistencia”. Y lo pongo así porque es la palabra que más me importa. Ante todo, quiero ser consistente. Porque no se debe borrar con el codo lo escrito, ya que eso confunde al consumidor.

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Y si bien muchas veces me cuesta más que otras, nunca se me cruzó por la cabeza decir las cosas de otra forma que no sea comunicando. Por ejemplo, haciendo un vino. Ni loco. No necesito hacer un vino para decir eso que no me sale. Prefiero seguir aprendiendo y buscando las palabras justas y el momento indicado; y quedarme de mi lado del escritorio. Tampoco necesito ir a otros países a hablar de sus vinos, simplemente porque yo vivo acá y estoy tan orgulloso de lo que hacemos que quiero seguir viviendo acá haciendo lo que me gusta. Y si somos el quinto productor mundial, claramente no tengo la más mínima necesidad de andar girando opinando sobre vinos extranjeros para gente que nunca voy a conocer y que seguramente con quienes no tenga nada en común. Ojo, me encanta viajar y conocer zonas, bodegas y enólogos del mundo. Me abre la cabeza y el paladar, y eso claramente favorece mi trabajo como periodista de vinos argentinos. Porque más allá de degustarlos, yo los vivo. Y si bien es cierto que no estoy en las zonas productoras, tengo la suerte que acá en la city porteña pasan muchas cosas vínicas.

Sin embargo cada uno es dueño de hacer lo que quiera y como lo quiera. Y en eso andan algunos enólogos, queriendo decir cosas más allá de sus vinos. Escriben en blogs, escriben libros, etc. Se nota que quieren expresarse tanto que con sus vinos no alcanza. Y eso que algunos sacan tantas etiquetas en su búsqueda que no queda claro su mensaje. También es cierto que la sociedad los puso en un lugar de exposición nunca antes visto. Los eventos y las redes sociales potenciaron el efecto, y hoy deben también ser promotores de sus vinos. Esto quizás los obliga o los tienta a cambiar las barricas y las copas por el papel y la pluma, o simplemente la compu. Al respecto tengo opiniones encontradas.

Por un lado, como siempre, aprendo mucho de sus palabras. Pero por el otro debo analizarlos como un colega más. Ya no como mis maestros. Y el ojo es otro. El discurso cambia de emisor, al menos figurativamente, y las conclusiones indefectiblemente son otras. Es como si yo hiciera un vino. Seguramente mis maestros tendrán dos caras de la misma opinión. La positiva y crítica constructiva de un (supuesto) colega ante un (supuesto) buen vino. Y la otra. Seguramente esta última, por cuestiones de compromisos, no salga nunca a la luz.

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Por las dudas, yo no dudo. Habiendo tantos vinos y tantas personas haciendo cada vez más y mejores, yo prefiero quedarme en mi butaca preferencial de espectador de lujo. Y seguir trabajando para aprender y escribir para expresar mejor mis sensaciones y poder descifrar más claramente los (cada vez más complejos) mensajes encerrados en las botella. El gusto por el vino es subjetivo, pero la calidad es algo que se puede mensurar. Y en esto todos los enófilos deberían acordar, más allá de discrepar lógicamente en sus gustos y preferencias. Al fin y al cabo para eso sirve un guía, alguien que muestra los caminos; en este caso vinos; para que vos elijas el que quieras tomar. Porque imagino que vos también preferís vinos para beber a los vinos escritos.

 

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El vino que no miramos

Estuve cuatro días en La Rioja, recorriendo las zonas vitivinícolas más importantes y degustando la mayoría de sus vinos en una iniciativa del Ministerio de Agricultura de la provincia con el objetivo de volver a poner a La Rioja vitivinícola en el lugar que le corresponde. Y el hombre a seguir es José Turbay, un joven con mucho empuje que ama su tierra.

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Pero fue gracias a este viaje que pude degustar y conocer a muchos pequeños productores, pero que no son bodegas, sino productores artesanales (alrededor de 12.000 botellas/año) y caseros (alrededor de 5000 unidades).

Muchos héroes anónimos como Silvio Salvadores y su esposa Sonia de casa India que hacen lo que pueden para mantener la tradición familiar. Y digo que hacen lo que pueden porque a las dificultades técnicas lógicas de un pequeñísimo emprendimiento, se le suman los avatares de la naturaleza.

Recorrimos la Costa Riojana, ese atractivo camino de montaña que rodea el cerro del Velazco, Chilecito, los distintos vallecitos del gran Valle de Famatina, el mágico Chañarmuyo y Villa Unión.

Luego de tres días de degustaciones varias, incluyendo el Festival Nacional del Torrontés Riojano y el Concurso Evilar 2014 (primer evaluación de los vinos de la provincia), tengo un panorama claro de la actualidad vínica de la región. Pero lo que más me impactó fue conocer a personas y sus vinos, que viven de sus pequeñas producciones. Vinos que tienen mucho para decir. Un trabajo duro y silencioso de familias enteras que, en muchos casos, viven de la venta de estos vinos que rondan los $30 cada uno. Y sorpresivamente el Torrontés Riojano no es la estrella, sino los tintos a base de Cabernet Sauvignon y dulzones. Las únicas chances que tienen es vender desde sus casas/bodegas, sobre todo las que quedan sobre la ruta a Chilecito,  o en las ferias regionales. La mayoría de los  productores caseros y artesanales trabajan en condiciones algo precarias. Recordar que para hacer buen vino es necesario contar con tecnología. El INV (Instituto Nacional de Vitivinicultura) algo está haciendo al respecto, con un equipo de frío y un filtro móvil. Pero queda mucho camino por recorrer.

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Pero estos pequeños héroes anónimos del vino son muy importantes para el folklore local del vino. En 2014 llovió mucho, y eso complicó mucho la cosecha. Esto explica que la mayoría de los Torrontés del año carezcan de las fragancias típicas. Mientras que los tintos, Malbec, Cabernet Sauvignon y Bonarda, no han sufrido tanto. Más allá que muchos han salido dulces. Ellos dice, “nos quedó así”.

Pero el valor de estos vinos va mucho más allá de la calidad. Ellos deben mantener vivo un tipo de vino que habla del lugar y su gente, de su cultura. Y con poco se puede hacer mucho. Porque hay muchos de estos vinos que son sumamente decentes. Y si a eso se suma el lugar y su gente, terminan significando una opción muy atractiva para conocer. La idea es que los que pasen por allí, y se lleven algunas botellitas a sus casas, puedan replicar la experiencia una vez en casa y lo compartan con los suyos. Par destacar los vinos de

Cepas de Pituil (origen de agradables grapas, y grapas anisadas), El Cabernet Sauvignon y el Malbec Roble de Casa India; dueños de un viñedito único que hasta cuenta con riego por goteo; el Malbec Roble de Los Navarro y los caseros de Doña Emilia, los tintos (un Syrah y un Malbec) de Horacio y Eduardo Castro y los vinos Don Juan.

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Luego de degustar más de 150 vinos, entre exponentes de bodegas, productores artesanales y caseros, puedo decir que muchos de estos últimos, hicieron un mejor papel que algunos de bodega. Y si bien las tolerancias (léase exigencias) son diferentes, las distintas calidades están garantizadas por el INV.

Es tarea de todo amante del vino mirar más a esta gente, y apoyarlos con sus visitas y compras, porque ellos se esfuerzas para convertir el fruto de su tierra en placer para compartir. Porque ellos también son parte del gran momento del vino argentino, y aportan a la gran diversidad que ofrece nuestra bebida nacional.

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Zapateros, vuelvan a sus zapatos

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Walter Bressia tiene el foco puesto en hacer vinos en familia.
Sabe que alguien se los vende muy bien, y que otros escriben lo que se merecen sus vinos

Los dichos tienen tanto de cierto como de viejos, y en este caso me sirve de mucho para analizar lo que está pasando hoy en el mercado del vino. La evolución supone cambios, y por su nombre, también una mejora. Eso se ve nítidamente en la calidad de los vinos. Algo que ya esta fuera de toda discusión y que ya no es un tema, sino que viene implícito en cada vino, sin importar su rango de precio. Hoy, gracias a la evolución, los vinos van en busca de ganar en sutilezas, en aspectos diferenciales a partir de un terruño específico y de elaboraciones menos intervencionistas. Claro que para no meter la mano, hay que saber mucho. Y en eso están los enólogo, estudiando suelos, influencias de temperaturas, optimización es de riegos, probando con diferentes recipientes de elaboración y crianza, etc.

Pero al mismo tiempo las mismas bodegas que marcan el camino de la evolución, no están contentas con sus volúmenes de venta. En el mercado externo, porque no pueden aumentar los precios como quieren y la inflación les ha erosionado el margen, y por ende la motivación. En el ámbito local, si bien pueden tocar los precios a gusto y piacere, el consumidor nunca llega a alcanzarlos. Porque cuando se está empezando a enamorar de una etiqueta, se la corren un poquito más allá, hablando del precio. Pero la problemática es más profunda, y tiene que ver con lo cultural. Esta claro que vivimos en un país con situaciones que modifican constantemente nuestros usos y costumbres, y que siempre estamos preocupados por llegar a fin de mes lo mejor parados posible. Y el vino, como cualquier otro producto  sufre esos vaivenes.

Pero yo me pregunto como puede ser que se haya desperdiciado la década ganada del vino. A esta altura deberíamos estar tomando todos, mucho mas y mejor. Sin embargo estamos estancados. Y la culpa es un poco de todos.

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Las bodegas, porque salieron a vender vinos en forma directa por donde se pueda, ya sea puerta a puerta, a través de valijeros o de manera virtual. Las vinotecas por su parte se metieron en el mundo de las revistas;  tal punto que hoy todas tiene su propia publicación. Algunas más dedicadas a los contenidos pensando en el cliente mientras que otras son catálogos de venta disfrazados. Pero la realidad es que son revistas de buena calidad y gratuitas al alcance de los clientes. Sumado a la falta de tiempo relajado para leer, estas se han convertido en el único material de lectura especializada en las casas de los enófilos. ¿puede haber sido esto una revancha hacia aquellas revistas que se metieron a vender vinos? Quizás. Porque existen varias publicaciones que juntan distintas botellas, la mayoría hoy a la venta en vinotecas y restaurantes, y se las hacen llegar a la casa de sus socios y/o suscriptores. Hace mucho, cuando sólo existía el Club del Vino del recordado Cacho Vázquez, la idea es ofrecer vinos exclusivos, entendiéndose por ello vinos in conseguibles en Capital y alrededores. Pero hoy, esa exclusividad la tenemos en todos lados, porque a donde vamos siempre encontramos vinos que no conocemos. Me pasa a mi diariamente que me dedico a esto, y por eso me imagino lo que le pasa al consumidor. Esto, que parece un dato menor no lo es. Porque la venta de vinos es un arte tan importante como la elaboración. Lo mismo que editar una publicación. No es algo sencillo, debe haber una línea editorial, un respeto por el lector una distancia crítica y una consistencia en el mensaje. Algo que es imposible si se está de ambos lados del mostrador.

Por ultimo las exposiciones de vino. Hoy, todos hacen una, y el resultado está lejos de ser un beneficio para todos. Porque más allá de lo atractivo que significa tener eventos todos los días cerca de casa, hay que pensar en los que exponen y esa gran cantidad de vino regalado. Hay que preguntarse si se cumple el objetivo. Algo que claramente no está pasando, porque si no las bodegas no se quejarían de sus magras ventas actuales. Hay bodegas que hacen su propia feria, hay distribuidores que juntas a sus bodegas clientes para dar de degustar sus vinos a clientes y aficionados y surgieron organizadores de ferias de todos lados, más como oportunistas de un negocio que como verdaderos promotores del vino argentino.

Todo esto explica nuestra coyuntura. Si cada uno retrocediera algunos pasos y pudiera volver a poner foco en lo suyo, en lo que verdaderamente sabe hacer y por lo que se ha ganado el respeto del consumidor, todo seria distinto. Por Ejemplo, no  habría vinos por todos lados sin precios de referencia, habría vinos donde corresponde y al precio adecuado; léase no tan inflados. O las bodegas podrían pagar una publicidad como corresponde en un diario o en las revistas especializadas, sin necesidad de recurrir a entregar miles de botellas en canje que deambulan por ahí. Sin dudas, todo sería más claro si los zapateros volvieran a sus zapatos.

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Bailando por un vino

Qué difícil hablar de Fede, el flamante Malbec 2011 de alta gama que presentó Marcelo Tinelli junto a sus socios (Hernán De Laurente y Young Woo, uno de los principales desarrolladores inmobiliarios de Nueva York). Pero no por el vino, sino por la repercusión que tiene todo lo que toca el conductor más famoso y exitoso de la TV Argentina. Y ahora se mete en el vino, con todo lo que ello implica. Para él, debe sumarle a su imagen como conductor, locutor y empresario exitoso. Pare el vino argentino, sin dudas, un sacudón. Porque no sólo se trata de un vino sino de un mega proyecto en una de las mejores regiones vitivinícolas de Mendoza; Agrelo. Un emprendimiento que incluye bodega (comenzará la construcción en 2015), hotel 5 estrellas con spa y un restaurante de la mano de Mauro Colagreco. Además brindará la posibilidad de sumarse para hacer vinos propios.

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Yo fui a la presentación y, mientras se daban los discursos de rigor, me senté con Fede (así se llama el vino en honor a su entrañable amigo fallecido Federico Ribero), a ver qué me decía. Algo ya lo conocía porque su hacedor original; a quien Marcelo agradeció (pero no nombro porque ya no tiene que ver con el proyecto) por haber marcado el rumbo y el concepto del vino; me lo venía compartiendo. Se nota que es un gran Malbec argentino, moderno y con capas de aromas y sabores. Todavía muy joven, pero ya se puede disfrutar, aunque pida un tiempo más de botella para acomodarse mejor.

Escuché las palabras atentamente y soy de los que celebro el desembarco de un personaje tan popular y famoso al vino argentino, porque estoy seguro que sumará. Pero aquí es donde empieza el camino sinuoso. Si uno habla bien, queda como obsecuente. Y si habla mal, puede quedar como aprovechador del instante de fama que le puede dar criticar a un personaje con tanta resonancia.

Pero yo me voy a abstraer de ello y me voy a basar en mis años de experiencia; en definitiva Marcelo vino a mi mundo (el del vino), yo no fui al de él. Es más, ni me animé a saludarlo. Para qué, para decirle “hola que tal soy Fabricio…”. Soy tímido y respetuoso, y creo que no le sumaba nada conocerme personalmente y mucho menos una selfie conmigo.

Pero volvamos al vino. Es inobjetable, tanto como los fundamentos que lo crearon (amistad, compartir, etc.) y que van más allá del negocio. Su precio ($1800) es discutible, más allá que no creo en el concepto de caro o barato. Un gran tinto argentino de hoy, del cual se elaboraron tan pocas botellas (1250) y con la fama que se trae a cuestas, quizás lo vale. Si lo puedo pagar o no, esa es otra cuestión.

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Pero lo que no me parece menor es haberlo llevado al límite actual de los grandes vinos argentinos. Hoy, las etiquetas más consagradas de bodegas reconocidas, con mucha historia y trabajo de posicionamiento en pos de la bebida nacional, ostentan un precio similar. Espero que sus pares (los bodegueros) no se ofendan, ni tomen este detalle como un atrevimiento por parte del empresario. Yo, si fuera Marcelo (ni loco me meto en la industria del vino, los sigo disfrutando como gran conocedor),  no lo hubiese llevado tan alto. Está claro que esto es un negocio, como todos, pero también que el proyecto no necesita facturar por el momento. Para mi un precio de $500 hubiera sido más atinado, y repito no por la calidad ni el estilo,  sino porque todo lo que haga Tinelli debe sumarle a su core; su imagen de conductor/locutor/empresario mediático. Y con su vino top a un precio totalmente competitivo,el impacto sería diferente. Total, no creo que al proyecto lo complique el $1,6M que dejara de facturar. Y todos, consumidores y competidores (los bodegueros), lo admirarían por su golpe de gracia, y le darían la bienvenida sin dudar, con todas las ventajas para este flamante proyecto que ello implica.

Si Marcelo Tinelli se lo toma en serio (espero que no todo su vino), su incursión en la industria marcará un hito sin precedencia. Su presencia y participación puede ser un gran catapultador de nuestros vinos acá, y en la región con mayor potencial para nuestros vinos: Latinoamérica.

Y aunque no estoy de acuerdo con el precio fijado por botella, yo lo votaría presidente de Vinos para Todos (ya que no lo dejaron entrar en Fútbol para Todos), porque se que su imagen y carisma le pueden hacer muy bien al vino argentino. Y mientras Fede sigue su camino, seguramente los nuevos vinos que nacerán de Lorenzo de Agrelo sumarán más a la causa.

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Shhhhhhhhiempre con soda

Foto: www.taringa.net

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El tiempo pasa y sí, nos vamos poniendo viejos. Y si bien soy cosecha 1970, hay cosas que empiezo a hacer que las asocio más a la conducta de las personas mayores. Quienes saben más por sabios que por viejos. Seguramente a vos te pasa lo mismo y la si hacemos una lista sería muy larga. Pero yo acá hoy me quiero dedicar a la soda. Esa compañera que me sigue desde la infancia. Y por más que haya dejado de lado sus vestidos vidriados y metálicos brillantes, y los haya cambiado por atuendos más plasticoides, la sigo queriendo.

En mi casa, la gaseosa no entraba, era un lujo. Pero sí una vez por semana el sodero dejaba 4 cajones. La gran mayoría se los bajaba mi padre acompañando sus blancos de mesa; Toro Viejo primero y luego Termidor. Pero la soda estaba siempre en lo de algún familiar, y estuvo ahí la primera vez que probé vino. Con el tiempo me fui animando a darle más color a aquel vaso alto apenas rosadito, y aunque la tonalidad aumentaba, nunca dejó de ser transparente.

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Casi a mis treinta volví con todo al vino. Pero la soda había sido reemplazada por el agua mineral con gas. No tengo nada contra ella, pero la soda es la soda. Tiene otra personalidad, en la mesa cuando se sirve se hace notar. Y si bien no tendrá todas las propiedades minerales de las sofisticadas aguas, a la soda no hay con que darle.

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Muchos me preguntan si está bien echarle soda al vino. Mi respuesta es sensata y simple, como debe ser. Porque cada uno es dueño de elegir. Yo recomiendo primero degustar el vino tal como viene de la bodega. Y si no gusta, buscar variantes. Mientras lo consuman y lo compren, en las bodegas estarán contentos. Hace unos años me tocó participar activamente del Concurso de Vinos de Todos los Días. Y más allá de lo inolvidable de la experiencia, recuerdo haber intentado aprovechar la oportunidad para reivindicar al sifón. Obviamente, la idea no pegó.

Por surte en casa volvió la soda, un poco por elección y un poco por ahorro. Y lo celebro todos los días. En casa no soy de tomar vino siempre, pero trato lo más que puedo. Y al promover siempre el vino con soda, no estoy haciendo apología de su mezcla. A mi me encanta el vino tal como viene. Pero para sacarme la sed necesito algo fresco, que me ayude a limpiar el paladar para seguir disfrutando de mi bebida favorita. Y sin dudas la mejor opción es la soda. Porque desde el primer shhhh hasta el último sifonazo tiene la misma fuerza e intensidad de burbujas. El agua mineral no, ya que pierde mucho ímpetu desde que se la abre. No hace falta buscar aquí la complejidad de sabores ni la armonía de las texturas; para eso está el vino. Yo al menos, necesito ese torbellino limpiador de frescura que sólo la soda me puede dar. Y así disfruto mucho más del vino.

Yo se que no está muy bien visto, pero cada vez que puedo cuando salimos a comer afuera con mi familia, pregunto si tienen soda. Y me encanta, creo que es la mejor compañera que el vino puede tener, siempre.

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Voto por la reivindicación del sifón, porque vuelvan los esbeltos y plateados Drago, o los ornamentados de vidrio y hojalata a las mesas. Y no es un capricho, es una necesidad cultural. Un reclamo de esta generación para poder seguir transmitiendo a las venideras la cultura del vino. Porque si a mi hijo le doy de probar vino con agua gasificada, seguro no le va a gustar. Pero si a un poquito de tinto le agrego un buen shhhhh sí. A las pruebas me remito.

 

 

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Más respeto a los mayores

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En las últimas semanas tuve la oportunidad de degustar varios vinos de cosechas anteriores. Y con eso me refiero a vinos de 5 a 25 años de vida. Para muchos, son vinos viejos, para otros tesoros bebibles, y para la mayoría vinos que no se tienen en cuenta hasta que llegan a la mesa de uno.

Todo vale en cuánto a gustos, y nadie es quien para decirnos que preferimos, pero si me parece interesante destacar que todos los vinos que he degustado, con varios años en botella, demostraron que evolucionan muy bien. Más allá que muchos no hayan sido concebido para tal fin. Como por ejemplo el caso de la magnum de Chandon Extra Brut, corte 2004, que descorcharon para celebrar en la embajada francesa, los 40 años de Onofre Arcos en la bodega y Chef de Cave desde hace 20 años. El espumante estaba maduro, pero con una acidez, una fineza de burbujas y unas notas complejas que a ciegas muchos hubieran apostado que se trataba de un reconocido Champagne.

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Otro espumante de la misma cosecha, y en este caso con mayores pretensiones de guarda, fue el Rosell Boher Brut. Delicado y profundo, con agradables notas de evolución. De López, qué más se puede agregar en este contexto. Todos sus vinos están concebidos para que al llegar a la copa regalen equilibrio y consistencia, con la complejidad que sólo le da el tiempo a los grandes vinos. Me gustó la evolución del Montchenot 115 años, cosecha 1988. Porque pasaron 27 años desde que nació, y sigue diciendo cosas, más allá de ser fiel a un estilo único. Con Sebastián Zuccardi pude degustar muchas cosas en estos días. Y algunas de ellas fueron traídas especialmente de la cava de la bodega. Así, el Chardonnay 2006 de Q, el primero elaborado con uvas del Valle de Uco, y el que inauguró la nueva era de los blancos de alta gama de la casa, se mostró expresivo y refrescante. Pero la joya guardada de la noche (en Oviedo) fue el Tempranillo Q 1999. Un vino que emocionó al joven wine maker de la bodega. Y claro, no es para menos; porque allí está la historia de sus antecesores, los que forjaron la empresa en la cual él está escribiendo la suya propia. Un tino que sigue regalando estructura y un final de boca complejo. Y, como a Emilio Garip (dueño del restaurante Oviedo) le encantan los vinos bien añejados, trajo de su cava propia dos exponentes para confirmar que los buenos vinos nacionales, evolucionan muy bien. Descorchó el primer Trapiche Medalla Blanco, un Chardonnay 1995 vivito y coleando. Y un Pérez Cuestas 1986, elaborado en su momento por Carmelo Patti. Y hablando de blends y grandes enólogos, Roberto de la Mota fue otro de los que estuvo paseando por buenos aires y, entre tantos vinos, descorchó a la luz de la vela en los jardines del Palacio Duhau, una magnum (botella de 1,5 litros) de su Mendel Unus 2004. Uno de sus dos primeros vinos en Mendel. Y recordó la gran cantidad de vinos, dentro de un estilo pensado más para la evolución que para el consumo joven, que elaboró junto a su padre (don Raúl) en Weinert.

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Todas estas degustaciones me llevaron a reflexionar mucho sobre el tema. Ya que como conocedor y curioso, soy de analizar mucho cada vino y a veces no les tengo el respeto que se merecen a los mayores. Porque más a allá de tener o no la intensión de evolucionar sana, digna y atractivamente con la estiba, son vinos que van más allá de las sensaciones que puedan brindar en el momento de degustarlos. Porque ese momento, sin dudas se extiende, ya que los vinos, sus sabores diferentes y sus cosechas, quedan flotando en la mente y el paladar. Y los recuerdos remueven muchas cosas, muchos sentimientos. Por eso a Sebastián Zuccardi le emociona la evolución del Tempranillo Q 1999, o a Eduardo López anunciar que lanzan su ciclo de degustaciones verticales partiendo de un vino con 40 años, sí el Montchenot 1975 (del Centenario). Ya sean blancos, tintos o espumantes, la experiencia de disfrutarlos, compartirlos y dejar fluir los recuerdos con otros amantes del vino, es una experiencia que los vinos actuales, por más impactantes, elegantes, expresivos y complejos que sean, no pueden ofrecer. Ya lo dice mi gran maestro de los vinos guardados, Víctor Dayan (quien ostenta la mayor colección de estos vinos en nuestro país) de Ligier; después de un vino maduro, no se puede tomar otro vino. Porque te lleva a otra parte, en todo sentido. Y si bien es imposible hacer un análisis justo de la relación calidad precio cuando el tiempo juega un rol importante, él tiene una muy buena explicación; “siempre vale más el vino que lo que cuesta. Cuando lo puedas pagar, no me vas a preguntar por el precio; y si te lo explico ahora, no me lo vas a entender”.

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¿El reino del revés?

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Ya van cuatro años que participo de un concurso internacional de vinos denominado (ahora) Six Nations, inspirado en la famosa copa de Rugby. Ya que inicialmente solo se degustaban vinos de Nueva Zelanda, Australia y Sudáfrica. Pero luego invitaron a la Argentina, casualmente el mismo año que se sumaron los Pumas al championship, conjuntamente con Chile y Estados Unidos.

Somos 6 jurados, los cuales seleccionamos 100 vinos representativos de cada país, que degustamos todos los vinos por categoría en busca de los tops.

Año tras año, regreso con interesantes conclusiones. Ya que degustar 600 vinos que mejor representan a cada uno de estos países, y que (no casualmente) son los principales competidores de nuestras etiquetas en el mundo, brinda un panorama de lo que está pasando. Sobre todo con los cambios en los estilos de vino, porque aquí la moda también pesa, aunque los mejores vinos son los que se fidelizan con su terruño.

Pero he visto pasar a los Sauvignon Blanc neozelandeses, tan aclamados en todos lados, muy maquillados y casi artificiales. Y hoy ser más naturales. O sorprenderme con los blancos y espumantes sudafricanos, de los cuales aquí no hay referencia pero merecen mucho respeto. Y así la lista es larga, pero me guardo los tecnicismos para el informe que les paso a los enólogos.

Sin embargo, este año pasó algo muy curioso. A tal punto que Houn Hooke, el periodista referente de Australia, temió por su vida profesional (http://blog.huonhooke.com/post/96035821614/six-nations-wine-challenge).

Es que se rompió la hegemonía, en realidad fueron dos. Y eso es lo que lo puede salvar a Huon y a mi. Porque Australia se ha llevado el Trophy al Malbec y la Argentina al Syrah. No puedo develar aún las etiquetas. Sólo puede decir que la mayoría de los demás vinos que ocuparon el Top ten en cada categoría si fueron fieles a la historia.

Pero no voy a negar que al enterarme me sorprendí. Pero luego, revisando mis notas de cata, me surgieron muchas conclusiones.

Por un lado no hay dudas que el Malbec es nuestra gran referencia y que somos los líderes en la materia. Por masa crítica y por diversidad de calidades; y si a eso le agregamos que aún estamos en pañales, el futuro del Malbec argentino es insuperable. Y es genial que en Australia, o donde sea, surjan Malbecs de renombre. O acaso no nos ponemos contentos cuando un Pinot Noir, como los que hace Piero Incissa della Rocchetta (http://www.fabricioportelli.com/2014/09/04/piero-el-grande/) en Río Negro, sorprende a los referentes de la Borgoña. O un gran blend nuestro, como los que acostumbra a hacer Alejandro Vigil para Catena Zapata, opaca a los reyes de Burdeos en catas internacionales. Y sin embargo eso, y tantos otros ejemplos a manos de otros productores del Nuevo Mundo, no pone en riesgo la supremacía y el prestigio de las regiones tradicionales. Es más, ese tipo de sucesos, no hace más que referenciar más el origen de los mejores exponentes de tal o cual cepaje.

Por otra parte es una gran noticia para el Syrah, y de San Juan (menos mal). Porque mantiene viva la llama de que allí se pueden hacer grandes exponentes, a pesar que el boom de hace diez años parezca un lejano recuerdo. Y estoy seguro que así como no debería preocupar a ningún bodeguero este resultado, los de Australia, seguramente seguirán muy tranquilos con sus Syrah, y el Penfolds Grange seguirá siendo la referencia nuevomundista del enigmático varietal.

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La calidad no, ellos sí

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El otro día, en la presentación en sociedad de Abremundos (te lo anticipé hace unos meses en http://blogs.infobae.com/vinos/2014/06/19/musica-para-beber-by-pedro-aznar-y-cia/), entendí algo que, al menos para mí, es interesante. Y por eso lo comparto aquí.

La calidad ya no hace la diferencia, ya no es un valor agregado. Y por qué digo esto. Porque todos los vinos de hoy, aquellos que podemos disfrutar más allá del consumo cotidiano, son de calidad. Es más. Si hablamos de vinos top, como es el caso de los flamantes vinos de Pedro Aznar y Marcelo Pelleriti, esa calidad es muy alta. Tanto que no imagino una más allá en el corto plazo. Pero esto no es malo. Muy por el contrario, es una gran noticia.

Porque si la calidad se define como un conjunto de elementos capaces de llevar la sensación de consumo a un nivel superior, eso lo han logrado todos.

Entonces me di cuenta, al escuchar el origen de Abremundos y la inspiración de Pedro Aznar, que la diferencia hoy la hacen ellos. Los hombres detrás de los vinos. Esto abre una nueva discusión, hombre o terroir.

Hoy, no hay dudas que los vinos argentinos están marcados a fuego por sus hacedores, y son ellos los que hacen la diferencia. Con sus ideales y sus intensiones, con sus locuras y creatividades. Que si pueden llegar al consumidor a través de la copa y tocar sus sensaciones, habrán logrado su objetivo.

Hoy el hombre elige donde, como y cuando. El hombre persigue un ideal. Claro que el lugar; léase terruño; es muy importante. Pero hoy es muy prematuro hablar de vinos en los que el terroir sea más que el hombre. Seguro que ese será el destino de los grandes vinos argentinos. Ese momento en el cual el hombre sólo sea un guía y la naturaleza lo ayude a mejorar su vino, año tras año. Esa será la conclusión del trabajo de muchos años. Es decir, no serán vinos de una cosecha, sino el producto de una vida dedicada a las cosechas. Y a fundar la Argentina vínica del terroir. Veo en el horizonte muchos grandes vinos, e imagino que en algún momento las (be)bibliotecas de todos se llenarán de esos libros para beber, de diferentes años, y que evolucionen diferente por el sólo capricho de la naturaleza.

Hoy, tenemos muchos grandes vinos que simbolizan esa búsqueda. Que van cambiando año tras año porque su hacedor quiere cambiar, está aprendiendo o simplemente busca crear algo diferente. Estos vinos, con el paso de las añadas, se multiplican. Pero por más que ostenten la misma etiqueta, son vinos diferentes. Y hay que tomarlos como tales. Son vinos de transición.

Por eso, si la calidad ya no hace la diferencia, y el terroir aún está en una etapa inicial, es el hombre el que marca la diferencia. Y con sus intensiones le da valor a cada botella. Y más allá de lo que cada uno pueda pagar por un vino, los hacedores son conscientes de las reglas del juego. Y a la hora de fijar los precios, saben que están justificados. Siempre y cuando conlleven un significado que los consumidores aprecien y puedan valorar a la hora de descorchar y brindar.

Si disfrutan del vino tanto como yo, los espero en WWW.FABRICIOPORTELLI.COM 

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A mi no me importa

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A la hora del vino, tu gusto es tuyo y el mío es mío. Y así como a vos no te importa el mío (o no debería), a mi tampoco el tuyo. Porque cuando te hablo de un vino que conocí, que degusté o tomé en alguna situación, trato de compartírtelo desde un lugar objetivo. Ya se que me vas a decir que la degustación y la apreciación de aromas y sabores son subjetivas. Y tenes razón. Pero mi punto de partida no es mi gusto sino la calidad del vino. Y a partir de allí trato de describirlo acabadamente, basado en la experiencia, el conocimiento de la etiqueta, del enólogo, del terruño, y sobre todo de la intensión del vino. Con todo eso me formo una opinión y le pongo un puntaje. Y mi gusto no cuenta, porque yo no vengo a imponer nada, sino a compartir mis experiencias con el único objetivo de los que me lean, como vos, les den ganas de descorcharse un vino y disfrutarlo.

Estoy seguro que esa es la mejor manera de poder aportar algo para que el consumidor, que no tiene tiempo de probar tantos vinos como yo; porque simplemente se dedica a otra cosa; sienta curiosidad. Y en todo caso, cuando está tomando un vino recuerde algo de mis palabras, y que las mismas lo ayuden a determinar cuánto le gusta tal o cual vino. Una vez más mi gusto no cuenta, sino el tuyo; al menos para vos.

Por más líder de opinión o referente que uno sea, no hay que tomar partido, no hay que involucrarse con el vino desde lo personal sino desde lo profesional. Si yo quiero imponer mi gusto, y califico un vino en base a eso, seguramente te estaré dejando afuera muchos vinos que puedan llegar a ser de tu agrado. Dicho de otra forma, si a mi no me gustan los vinos concentrados, o alcohólicos o los que vienen en botellas pesadas, y por eso los mato con los puntajes, estoy siendo muy subjetivo. Y por lo que yo entiendo, también poco profesional. Porque ese vino concentrado puede ser redondo, puede tener mucho potencial, e incluso puede tener aromas y sabores agradables. Y hasta ser más envuelto que un vino liviano, con mucha acidez y que raspe el paladar con sus texturas “atizadas”, como los que hoy están de moda.

Hablando de eso, el gusto amplificado por la comunicación, también fomenta modas. Si hoy me cansé de tal o cual vino, y descubrí la novedad, todo lo anterior no es tan bueno como este. Algo así como borrar con el codo lo escrito. Es cierto que todos vamos cambiando, creciendo, y el paladar también. Pero no hay nada mejor, para un periodista al menos, que ser consistente. Pero no con su gusto personal, sino con los vinos. Si un vino es bueno, lo es, guste o no. Cuántas veces estuviste frente a una copa de vino que todos alrededor ponderaban y a vos no te gustó. Hay vinos de calidad que seguramente no son de tu gusto, ni del mío. Pero sabes una cosa, yo estoy acá para probarlos a todos y contarte como son, darte tips, informarte de lanzamientos o simplemente recordarte que existen, de una manera atractiva para poder captar tu atención. Allí sí uno puede demostrar sus talentos y lograr un estilo. Pero una vez más, mi gusto no cuenta.

Referentes, periodistas y comunicadores que hablen de vinos hay muchos, y todos son profesionales. Algunos con estilo, otros se apoyan 100% en su gusto esperando que sus seguidores y la industria los avalen. Otros toman más distancia, e incluso viven lejos de donde se hacen los vinos, o hasta nunca nos visitaron. Sin embargo hablan de los vinos argentinos con gran influencia.

Yo vivo acá, tomo diariamente vinos argentinos y trato de conocer cada día un poco más. Comparto muchas cosas con los que hacen los vinos que degusto, porque somos de aquí o habitamos en el mismo lugar, comemos las mismas comidas, sentimos el fútbol de la misma manera. Y por eso tenemos las mismas costumbres. Las mismas que las tuyas. Compartir todo eso me da una visión tan global como nuestra, de los vinos argentinos. Algo muy difícil siendo extranjero y de visita, o degustando a la distancia.

Hace 15 años que degusto vinos y los comparto aquí, comunicándolos a través de diferentes medios. Y quiero seguir haciéndolo.

Hoy comienzo una nueva etapa con www.fabricioportelli.com, te espero para recorrer juntos este fascinante mundo del vino.

Ojalá pueda ser un aliado en tu camino, alguien que te muestre las opciones para que puedas elegir mejor, y así disfrutar más. Eso sí me importa.

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¿Es un cuento chino?

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Claramente no, si nos estamos refiriendo al consumo actual de vinos, principalmente tintos. Porque China ya es el principal consumidor de vinos en este rubro, y quinto si le sumamos blancos, espumantes, rosados y dulces. Y si la tendencia se mantiene; ¿serán los salvadores de la categoría alrededor del mundo, tomándose los excedentes y potenciando la producción, o nos dejarán sin vinos para disfrutar a diario? Continuar leyendo