Por: WOBI
La calidad de nuestras vidas tiene mucho que ver con la calidad de nuestras relaciones. No me estoy refiriendo al número de conocidos que tenemos, sino a la hondura y solidez de los vínculos que establecemos.
Los seres humanos tenemos una serie de necesidades que hemos de cubrir para sentirnos bien y en equilibrio. Precisamos sentirnos valorados y también nos hace falta saber que pertenecemos a un grupo y que se nos acepta como parte importante del mismo. Además, hemos de tener la sensación de que estamos contribuyendo en un proyecto valioso, un proyecto que para nosotros tiene sentido.
Muchas veces, las personas no es que no nos sintamos valorados, es que ni siquiera nos sentimos escuchados y comprendidos. Cuando alguien está con nosotros, podemos percibir sin grandes dificultades que donde de verdad le gustaría estar es en otra parte y que si está con nosotros es porque se siente obligado a hacerlo.
A veces, nuestras reglas para sentirnos valorados son distintas de las que operan en otras personas. Un hijo puede sentirse querido por su padre si éste juega con él al tenis o participa en un juego de ordenador.
Otro hijo sin embargo, puede sentirse especialmente valorado cuando sus padres le reconocen y felicitan por los éxitos logrados.
Cuando alguien siente que sus necesidades no están cubiertas, entonces pone en marcha un curioso mecanismo para desensibilizarse del dolor que experimenta. Es como si aparentemente, cada vez le afectara menos no sentirse valorado, reconocido y querido. Quien construye una armadura para protegerse, también se aísla y se inmoviliza sin ser consciente de ello.
Cuando perdemos la conexión con nuestro mundo emocional, nosotros también nos vamos volviendo cada vez más duros y más fríos. Al desconectarse de las propias emociones, también se pierde la capacidad de conectar con los sentimientos y las necesidades de los demás. Llegados a este punto, nuestro corazón ya no está en paz, sino en guerra. A partir de ahora, la mente va a buscar peligros y amenazas incluso donde no las hay.
Además, va a percibir las acciones de la otra persona no como conductas, sino como estratagemas para controlarle y dominarle. El conflicto está servido y nos vemos unos a otros en actitud desafiante o siempre a la defensiva. Nos convertimos en personas hipersensibles, irritables, resentidas y reactivas. Lo único que importa es desquitarse, criticar y buscar aliados que hagan lo mismo. Ambas personas acumulan tanta tensión que su cuerpo se debilita y sus cerebros se atrofian.
Cualquier conversación cuando nuestro corazón está en guerra, lo único que busca son razones y justificaciones para fortalecer nuestra certeza de lo injusta que es la otra persona y lo lógica que es nuestra actitud. Esto podría tener algún valor si no fuera porque la otra persona está haciendo exactamente lo mismo. Al final es una competición no para ver cómo se logran los mejores resultados, sino para ver quién logra tener el montón más grande de razones y de justificaciones.
Hace falta mucha, pero que mucha humildad y una gran dosis de coraje para elegir no seguir participando en este juego suicida. Hace confiar en que cuando uno empieza a quitarse su propia armadura y deja de invertir en reforzarla, algo sorprendente empieza a ocurrir. Todo ser humano tiene sus ilusiones, sus sufrimientos, sus alegrías y sus tristezas.
Todo ser humano tiene sus sueños y sus preocupaciones, sus momentos de calma y sus tremendas luchas internas. Cuando vemos a los demás bajo esta luz, colaboramos en la creación de un mundo diferente y mejor.
Por Mario Alonso Puig, experto en comunicación y liderazgo