Por: Sergio Bergman
Culturalmente, la palabra escrita fue la forma que encontraron las diferentes generaciones para poder desarrollar el ejercicio de la memoria colectiva. Arraigar en un texto los símbolos, los significantes, no es algo que los seres humanos estaban obligados a hacer, sino que decidieron hacerlo.
En el caso de la cultura judía, que es la que da origen a la cábala tal como la conocemos hoy, el texto sagrado es la Torá, que contiene la voz de D-s, la verdad, la sabiduría. Si nos enfocamos específicamente en la cábala, el texto se convierte en un objeto concreto, que puede explicar la interacción, pero que nunca ocupará su lugar. Es, como decíamos al principio, el recibo y no el contenido.
Con la cábala, quien se quiere vincular necesita entender que el maestro, los símbolos, los textos y los recursos son medios, no fines. La búsqueda siempre está abierta y el motor es ser buscador: no el medio, no el artefacto, no la materia, no el símbolo. El secreto es que la recepción, para que funcione como tal, no requiera intermediación. Esto va en contra del concepto habitual de las religiones formales, que establecen siempre un intermediario, un punto de administración de poder. La mística, en cambio, lo cancela.