Favelas. La palabra clave que saltó a mi mente cuando me encontré sorprendida suspendida en el aire de Sao Paulo por primera vez. Casitas y más casitas de colores, después de ver zonas de edificios como estaquitas que se me clavaban en el gusto. Me tomó medio minuto entender lo que estaba admirando; fue entonces que esa extraña contraseña de aterrizaje vino a reemplazar la hipócrita palabra que delataba la clase en que crecí: pintoresco.
Escala. Garúa fuera del aeropuerto mientras leo a Clarice Lispector hablar del hambre, de la ira de Dios, del castigo bíblico… Y, de pronto, me asalta la idea de que sigue el diluvio; el mismo de tiempos remotos, que no sé si es universal, pero en la Tierra nunca paró. Nunca bajamos del arca. Acá estamos los ejemplares elegidos, haciendo ruido en un Pizza Hut que suena como la feria de las naciones, entre naves, unos pocos realmente, en tránsito, mientras el resto sigue ahí afuera, nadando, nadando, nadando.
Sao Paulo, Brasil, Marzo de 2013