A mí me quieren engatusar.
Hacer creer que es mejor la finitud porque de lo contrario no haríamos nada. Lo postergaríamos todo. Y, además, para qué queremos la eternidad terrenal si no sabemos qué hacer un domingo a la tarde.
Todas argumentaciones precarias y falaces, que sirven de premio consuelo.
Y, como todo premio consuelo, no conforman a nadie.
No cuestiono por supuesto al hombre de fe, porque tener fe y nutrirla es una elección reconfortante. Y, desde mi humilde opinión, es a la vez una decisión conveniente.
Tal vez no haya una contradicción insalvable entre la fe y la expectativa de generar la vida eterna en nuestro mundo. No sé qué pensarán ustedes. Sería cuestión de bucear sobre esas problemáticas, indagar las diferentes posiciones y arribar a un entendimiento que pueda resultarnos razonable.
Para eso, como para cualquier posibilidad de evolucionar intelectualmente, tenemos que ser capaces de escuchar y aprender de quien piensa diferente.
Aunque no quisiera desviarme del tema. Si para algo escribo es, sin la menor de las dudas, para tomar carrera, avanzar con convicción unos buenos metros y darle de derecha con todo al hormiguero.
A ver qué pasa.
De lo contrario, sería aburrido. O impropio para nuestros tiempos, porque si para algo estamos, por supuesto entre otras cosas, es para divertirnos. Pasarla bien. Disfrutar. Celebrar la vida.
Y tantas otras cosas que hacen muy bien en recordarnos los gurúes de nuestros tiempos, que a fuerza de palabra y convicción, constituyen una ayuda invalorable para remover las creencias en el sacrificio, que solían ser muy fomentadas en nuestras cabezas de niños pequeños. Por eso, y aunque sea nada más que por eso, bien vale que muchos maestros se encarguen del tema y nos ayuden a liberarnos de esas ideas perniciosas, que contribuyen a deshonrar la vida, postergar el disfrute y amargar innecesariamente a la gente. Continuar leyendo