Le digo a mi novia que estoy bastante agobiado con el trabajo. Que creo que necesito despejarme un poco y encontrar alguna actividad que me ayude a vivir otras circunstancias. Algo que no tenga nada que ver con lo laboral y me permita distraerme de alguna manera.
—Voy a ir a salsa —le anuncio con cierta determinación.
Me mira con desconfianza.
—Voy a probar —le digo—. Tengo que hacer algo diferente.
Es ahí donde me permito explicarle la situación, la necesidad. Los motivos esenciales que movilizan la eventual acción y que se transformarán en nuevas experiencias. Me rescatarán de algunas rutinas y me darán el aire de vida que estoy necesitando.
Comento con espontaneidad y convicción estos menesteres, para fundamentar la decisión en forma razonable y despejar cualquier otro tipo de especulación impropia para tan sano propósito.
Me escucha, pero no la veo entusiasmada. Tampoco se muestra decidida a bloquear mi camino. Lo que me hace pensar que esa primera intención podría convertirse en realidad, impulsándome hasta la institución que promete ofrecerme esa vivencia, y es capaz de atraer mi cuerpo que entrará quién sabe cuándo con cierto recaudo, para ofrecerse a la experiencia, la circunstancia que facilitaría desestructurarme un poco, mover mis caderas, brazos, cabeza, con cierta timidez al comienzo, supongo, y luego con mayor confianza, acentuando los movimientos, los gestos, la sonrisa y permitiéndome por fin recibirme como un digno bailarín que se mueve con soltura en la pista de baile, sonríe y celebra la existencia, tras haber aprendido la destreza de la salsa y dominar en forma absoluta e irremediable los pasos y movimientos que me permitan salir airoso del desafío.
Vivo la escena mientras comento que iré al lugar que me rescatará de algún modo. Porque íntimamente sé que es una decisión incuestionable y definitiva.
Pero mi novia no dice nada. Sólo me mira amenazante. Debe ser porque su diálogo interno no condice con el mío, se encuentra desalineado de algún modo y cierto espíritu de desconfianza erosiona su apoyo para esta actividad tan sana y pura en apariencias.
Si no fuera por la morocha que aparece en la publicidad como líder de la clase de salsa, ella tendría otra mirada.
Y yo mañana comenzaría con mis primeros pasos.