La verdadera leyenda de la Guerra de Troya (parte 1)
La frase es tan vieja, que no nos alcanzaría nuestro árbol genealógico más extenso para encontrar su origen, ni siquiera para el árbol de nuestro tátara abuelo. Lo cierto es que aun hoy se recurre a ella (hasta hubo un programa televisivo con la frase en cuestión) para simbolizar un escándalo, la debacle o un conflicto significativo (muchas veces mediático) dentro de un determinado grupo cerrado, como lo era la amurallada ciudad de Ilión, más conocida como Troya.
La ciudad siempre se creyó mitológica, hasta que en 1871, el investigador Heinrich Schliemann descubrió las ruinas en sus intensas excavaciones.
Quizá muchos conozcan la historia de una de las ciudades casi inexpugnables de la historia (o de la mitología) pero los detalles y causas de la devastación se han ido corroído con el paso de los siglos.
Todo comienza en la boda de Peleo y la diosa Tetis (padres de Aquiles), acontecimiento al que fueron invitados hombres y dioses, a excepción de Eris, la diosa de la discordia. Ésta, encolerizada por el desplante, decidió infiltrarse en la celebración y colocó en una de las mesas una brillante manzana de oro con un cartel que indicaba ser “para la diosa más hermosa”. Inmediatamente, Hera, Atenea y Afrodita hicieron alarde de su belleza y quisieron llevarse de forma despótica la manzana, por lo que Zeus (tratando evitar el enojo de las perdedoras) decidió que el juez de la disputa fuese el jóven más apuesto entre los presentes: Paris. Las diosas, en su afán de ser elegidas por el príncipe troyano, se desnudaron sin tapujos para mostrarle sus dotes, pero ante la perfección corporal de las tres, resolvieron ofrecerle distintos premios para obtener su voto. Hera, esposa de Zeus, le ofreció ser el hombre más poderoso del mundo; Atenea le ofertó ser el hombre más sabio entre los mortales y Afrodita, el amor de la mujer más linda del orbe. Paris, que amaba a las mujeres más que a nada en el mundo, eligió como la más agraciada a la diosa del amor, ganándose la antipatía de las diosas restantes.
El Juicio de Paris de Rubens, la obra más conocida que designa la elección del jóven troyano de la diosa más hermosa. La ungida será Afrodita, que le había prometido el amor de la mujer más linda de la tierra: Helena.
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