Papelitos, Parte II : Desde el más allá

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I.
La base de la  observación de cualquier fenómeno, creo yo, es la fascinación por el mismo. Aún antes del método, el enfoque, o cualquier cuestión técnica, es la curiosidad lo que lo mueve a uno a sumergirse en un determinado tema para tratar de comprenderlo.  Y esta curiosidad, este deseo, muchas veces nace en el misterio en que está envuelto el origen o génesis de dicho asunto.
Durante mucho tiempo, estos ¨misterios¨ jugaron un rol clave en el modo en que las personas se relacionaban con determinados eventos. Imaginemos, por ejemplo, lo que habrá sido asistir a un recital de David Bowie durante los primeros años setenta: al no saber cuál era su comida preferida o a dónde vacacionaba, aquél tipo lucía ajeno a todo y extravagante, más parecido a un extraterrestre de otra dimensión que había aterrizado de emergencia en algún escenario de suburbio inglés, que al alfeñique paliducho de cincuenta y pico de kilos que era. Un sentimiento similar deben haber provocado los  Boca–River de antaño, en los que los jugadores aparecían en la cancha ante los espectadores luciendo como misteriosos gladiadores que habían estado encerrados durante semanas para el combate. ¿En qué pensaban? ¿Cómo se sentían? Nadie lo sabía, ya que no habían pasado los días previos al encuentro haciendo cuantiosas apariciones televisivas y escribiendo pensamientos en twitter, como es costumbre hoy día.
Lamentablemente, todo esto ha cambiado. Debemos esforzarnos muchísimo para encontrar algo sobre cuya procedencia no existan datos conocidos. Y así llegamos a nuestros papelitos.
Yo sé que si esto se tratase de una publicación periodística deberíamos llegar al fondo del asunto. Preguntando y metiéndose en el número suficiente de lugares, se puede averiguar de todo. Pero esa no es la intención, pues ya he aclarado que abordaremos cuestiones de otra naturaleza, más sensibles e intuitivas.
II.
La pregunta del millón: ¿Quién diseña los papelitos? A riesgo de sonar prejuicioso (lo soy), no imagino muchos diseñadores gráficos profesionales dedicados a este trabajo. La variedad y cantidad que podemos encontrar cada día en la ciudad de Buenos Aires, nos hacen pensar, sin embargo, que hay una considerable cantidad de horas hombre invertidas en su producción. ¿Dónde se hacen? Alguno vendrá a decirme que el primo editó una película porno, o que el cuñado diseñó un sitio web de citas con escorts; pero no me vengan con que conocen a alguien que diseñe papelitos.
¿Quién es el que elige poner un culo, o unas tetas, el precio, el nombre, o lo que sea, en un cierto lugar y en un determinado tamaño? ¿Quién, sin saberlo, retoma las enseñanzas de los constructivistas rusos, las mejores ideas de Tom Wesselmann, infinitos imaginarios populares de la sociedad occidental, y un sinfín de otras influencias para metabolizarlas de modo inconsciente en 6 cm. cuadrados de papel del más barato del mercado? Los anónimos diseñadores de papelitos, campeones del ad-hocicismo, ven como las horas de cada uno de sus días se evaporan probando diferentes composiciones, colores, y diagramaciones. Sin ayuda ni orientación alguna, son los forjadores de un elemento visual de nuestra ciudad que es hoy tan reconocible como los semáforos y las paradas de colectivo.
¿Alguien los corrige, como en la facultad? No, acá faltan más tetas, dirá algún improvisado director de arte. ¿Hay recetas para hacer un papelito infalible? No, acá el precio va más grande, si no, no va a entrar nadie, dirá otro diletante de la imagen. ¿Cómo será su proceso creativo? Finalmente, un tema de la ciudad que nos da más dudas que certezas, un terreno donde podamos conjeturar libremente sin temor al disparate.
Durante un tiempo, contemplé la mucho menos lírica posibilidad de que estén seriados: un stock de layouts a disposición de distintas imprentas y gráficas en los cuales, con cada encargo,  solamente cambian los datos de contacto de los respectivos lugares a publicitar. Es una hipótesis triste, aburrida, pero también posible, ya que en la mayoría de los casos, son las sensaciones antes nombradas (fascinación y curiosidad) las que alimentan nuestras fantasías, y no la cruel realidad. La respuesta quizás esté por ahí, como muchas otras verdades tristemente develadas de hoy.

Yo prefiero quedarme con la duda, y  seguir pensando que David Bowie es de Marte, que Rattin era un gladiador romano, y que los papelitos, como todas las cosas capaces de crear sentido y provocarnos cierta intriga, provienen de cierto espacio lejano cuya comprensión no es del todo posible.

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