Por: Dino Buzzi
Sobre Avenida Independencia, en uno de los muros que delimitan el clamor cotidiano del barrio de Montserrat con el interior de la histórica Casa de Ejercicios Espirituales, se puede presenciar un fenómeno muy particular:
La pared mencionada está siempre pintada con consignas políticas. Nunca luce declaraciones de amor, manifestaciones del ingenio popular, o recordatorios de descensos a la segunda división del fútbol argentino por motivos relacionados a la falta de coraje y hombría. Siempre, sin excepción, pintadas políticas, que se renuevan indefectiblemente a cada semana. No importa cual sea el partido que haya cubierto con sus mensajes el muro. Se trate del Fpv, el Pro, la UCR, el PO, el PRI, el Partido Democrata, Forza Italia o el Partido Socialista Unificado de Alemania, irremediablemente, llegará el momento de cambiar y adaptarse a las circunstancias. Aquí no hay arrepentimientos, complejos, o momentos de hesitación. Unos litros de pintura y un puñado de horas hombre bastan para darle un giro de 180 grados a cualquier cosmovisión; en el muro la memoria es una ilusión y los principios, humo y espejos.
Cuando noté por primera vez estos cambios, todo el asunto me pareció sorprendente. Después, con el pasar de las semanas, comprendí que cosas como estas no deberían inquietarnos demasiado. A fin de cuentas, los ladrillos y el revoque tienen una ventaja: no tienen capacidad de avergonzarse. Las personas, por otra parte, no pueden prescindir de tales emociones.
Algunas, por lo menos.
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