Club Atlético Luis Alberto Spinetta

#ElFlaco

No tengo ganas de caer en la clásica compilación de vivencias relacionadas con ÉL (me refiero al flaco y no a Néstor). Podría ponerme a escribir sobre los discos que tengo en un mueblecito horrible, pésimamente ubicado y contar de cómo, lo que está inmortalizado ahí, hace las veces de máquina del tiempo: directo al cuarto de cuando tenía 15 años y sonaba el disco “2” de Pescado Rabioso, con un atardecer rojo furioso de domingo, después de que Boca empatara con Colón de Santa Fe y de los, igualmente domingueros, ravioles en lo de mi abuela, etcétera… No, no voy a hacer eso. Está buenísimo, igual quiero aclarar, pero lo dejamos para otra oportunidad.

Lo que si me dieron ganas es de explicar el “sentimiento spinettiano”, por decirlo de alguna manera, si es que se lo puede explicar. Esa especie de “santo y seña” a cualquier tipo de conexión entre dos personas que conocen la música de Luis y tienen sus discos en un mueblecito horrible o en uno lindo, o los tienen en el iTunes, o donde quiera que sea, pero los tienen. O los tenían y ya no, pero bueno, bien igual.

Una conexión que puede durar lo que te dura un descenso en ascensor en el que ves a tu vecino, el gil del segundo, que siempre te cayó mal por esa vez que dejó la bici en el medio del pasillo de tu edificio, toda llena de barro y ahora lleva en la mano “El Jardín de los Presentes” de Invisible y voilá, “qué buen disco che” y resultó ser copado el pibe.

Ese tipo de conexión que te da la llave de la puerta a la habitación Spinetta, cuando estabas en la terraza abierta de un barcito, en pleno invierno, hablando con la hija de alguien y no daba para más, pero sí, al final sí. O digo, que de repente, resulte que la chica que te gusta, además escucha Spinetta y listo, golazo.

Y hasta acá no es otra cosa que lo que a cualquiera le puede pasar con cualquier cuadro de fútbol. “y encima es hincha de…”, catalizador de más de uno/una a la hora de redondear las cualidades de determinada persona. Y quizás es eso, un poco el fanatismo, el llevarlo en la sangre, en la piel, en los “trapos”, en donde sea, pero con Luis también es encontrarlo en todos lados y en todas las cosas. Tal vez sea por su lírica distinguida, que siempre apuntó a lo misterioso en lo cotidiano, a lo distinto en un mundo completamente normal, una nave de fibra hecha en Haedo y la foto de Carlitos en el comando.

La cuestión es que Spinetta tiene eso que no pasa con todos los ídolos del rock. Te hace socio de un selecto club que ostenta un grado de sensibilidad particular en cada uno de sus respetados miembros. Una sociedad secreta que últimamente, quizás un poco por su muerte, o quién sabe por qué, me parece está abriendo más y más las puertas. El CALAS (Club Atlético Luis Alberto Spinetta) se está agrandando y eso, a mí personalmente, me gusta mucho.