Por: Joaquin Múgica Diaz
La muerte vuelve más buena a la gente. La dignifica, la enaltece, la desplaza de los males cosechados en los años de prepotencia y soberbia. La muerte es sanadora. Cura las críticas del pasado y reconforta la imagen vacía de una cara que entró en estado de degradación. La muerte le ganó a Julio Grondona.
“Don Julio” se quedó sin aire apenas pasado el mediodía del miércoles 30 de julio. Y desde ese instante mortal hasta ahora, dejó el traje a rayas de Don Corleone y se puso el manto blanco de San Pedro. Cambio de equipo en apenas algunas horas. Dejó la camiseta de los odiados personalistas y se puso la de los grandes hombres de América Latina.
Con el paso de los días los críticos serán más críticos que antes del deceso del presidente de AFA, y los aduladores se convertirán en historiados parciales de un pasado de supuesto esplendor en el fútbol argentino. Palabras más, palabras menos, serán los fieles pelegrinos de un Dios del fútbol llamado Julio.
Grondona dejó un sillón vacío, una estructura de poder sin líder y una entidad importante, en términos sociales, hundida en un caos de desmanejos y abusos de poder. La construcción del predio de AFA, el crecimiento de la Selección Argentina y el descenso de equipos grandes (aparente transparencia en la gestión), llenan la mitad del vaso que Julio soltó para siempre.
Julio Humberto Grondona fue el “vicepresidente del mundo” con el poder concentrado en su puño, un hombre “sin gorra ni chapa” porque entendió que no era él, el que tenía que escribir la lista de barrabravas, y una persona que se jactó de ser intuitiva porque siempre vio “un poquito más adelante”.
El poder y la muerte están íntegramente relacionados. Pueden ser causa y consecuencia en una misma situación. Podes salvarte de la muerte por poder o podes morirte por utilizar mal el control de influencias. Grondona vivió y murió con poder. Lo supo utilizar. Se transformó en un experto y astuto controlador. Inclusive, fue un hábil declarante, cualidad distinguible en un país de muchas frases y pocos conceptos
En su última aparición pública lució elegante, con el último botón de la camisa prendido y la corbata ajustada. Una imagen pulcra y entera. Parecía haberse preparado para la última foto de su vida. Los flashes lo iluminaron en la puerta de la AFA, en el edificio de calle Viamonte que se transformó en un imperio infranqueable. En ese lugar donde supo convencer a sus fieles seguidores de que lo extrañarían cuando ya no estuviera. Su amado sillón presidencial está en venta.