Por: Martín París
Confieso que tengo el “te amo” fácil y estoy seguro que una de las mayores cuentas pendientes que aún conservo en mi vida es la de no saber manejar muy bien las intensidades amorosas. Quiero decir que, en verdad, creo que todo se trata de saber sincronizar el amperaje del amor. Esto es tener claro cuándo se debe ser intenso con alguien demandante, o cuándo ser distante con alguien independiente. Bueno, la cosa es que yo siempre fui a contrapelo de las personalidades de las minas con las que estuve, lo cual me otorgó un título con las mujeres que todavía no sé si es virtuoso o si evoca un defecto a tratar con mi psicólogo: siempre soy el anteúltimo hombre de sus vidas.
Durante un tiempo salí con una chica con la que me divertía mucho. Naturalmente me enamoré de ella y quise dar un paso más, formalizar la relación, ponerle títulos, tener bien claro qué éramos. Pero ella me dijo que sentía que no era su momento para comenzar algo porque tenía ganas de viajar y probar otras cosas, y le parecía poco útil “atarse” a otra persona. Yo bajé la cabeza y acepté a regañadientes, triste obvio, pero por un lado contento por una frase que me dijo y que nunca me voy a olvidar: “Si tuviésemos treinta años, todo hubiera sido diferente”. De algún modo, esa sentencia cerraba su argumento. O sea que no era “el” momento, “nuestro” momento. Nos faltaba adquirir ciertas experiencias, crecer un poco más. La cosa es que lentamente nos dejamos de ver, ella viajó y volvió a los pocos meses. ¿Y qué hizo? ¡Se puso en pareja con un tipo de treinta! Al ángulo, sin vaselina, hasta el tronquis. ¡Chapeau!
Después salí con una mina más grande que yo, y cuando uno sale con una mujer que tiene algunos años más cree ingenuamente que la tiene más clara. No, todo lo contrario. Alto mambo. Como a mí ya me estaban pasando cosas y ella me repetía a cada rato que “le costaba engancharse”, decidí darle su espacio. Me la aguantaba días enteros pensando si mandarle un mensaje, hablarle por MSN o “megustearle” cualquier gilada para que supiese que del otro lado de su monitor yo respiraba. Así fue como la relación comenzó a basarse en ausencias. O sea que me terminé enamorando mucho más de la mujer que nunca veía pero que yo imaginaba, que aquella que me recibía en su casa las noches en las que no había nada copado para ver en la tele. Bajé un par de decibeles y tampoco sirvió. La mala leche. Nuestra relación de tres meses terminó. Como ella me había adelantado desde el primer día, no se enganchó. Pero curiosamente sólo tardó dos meses en ponerse de novia con un flaco después de años de soledad. Aco, aco, a comerla…
Y también me pasó que conocí a una chica que todos los días se preocupaba por contactarse conmigo. Me hablaba aunque estuviera desconectado, me llamaba por teléfono para que le cuente las pocas novedades de mi miserable vida y siempre tiraba ese “Jajaja” que no es otra cosa que la forma en la que uno dice presente en las redes sociales: “Los mosquitos de ahora parecen aviones”, “Jajaja”, “Los chinos me vendieron paleta por jamón”, “Jajaja”, “Hoy tengo ganas de morir”, “Jajaja”. La cosa es que, curado de espanto, directamente preferí jugarla de recio, no darle bola y hacer cosas por mí (me compré una Play 2 chipeada y con bocha de juegos). Pero como la piba me buscaba tanto accedí. Salimos, tuvimos algo y yo dije “¡Por fin! ¡Alguien que va a 220… como la Play!”. Pero al poco tiempo dejó de contactarse conmigo con tanta insistencia. Para ese entonces, obviamente, a mí ya me había comenzado ese run run estomacal del amor, así que pensé que era mi momento de mostrarme interesado. A los pocos días le dije que la pasaba muy bien con ella, que me gustaría seguir conociéndola. Fue la primera vez que tardó en contestar. Claro, esa noche estaba recomponiéndose con su ex novio.
Me parece que la cosa es que uno no puede disimular durante mucho tiempo quién es en verdad y qué le produce el otro. A mí me sale ser intenso con la gente que me genera eso y respetuoso con los que no me conmueven, todo esto oculto bajo una hermosa careta de simpatía y una armadura de insoportable caballerosidad. Es medio heavy, pero bueno, uno vive en sociedad y hay que hacer sacrificios. Por eso ahora, antes que nada, yo aviso.
Si me querés, quereme como soy…