Por: Martín París
El diván está incómodo.
-Ahora parece que todos somos descartables: hoy te quieren, mañana te ignoran, pasado te olvidan.
Miro a mi psicólogo.
-¿Escuchó alguna vez esa frase “nadie es imprescindible”?
-Sí.
-Esa es la frase más cruel que escuché en mi vida.
-¿Por?
-Porque yo creo que uno desea volverse imprescindible para la gente que quiere. ¿Se imagina que de un día para el otro un ser amado venga y le diga “bueno, gracias por todo”, pega un portazo y se va, lo reemplaza con una muñeca inflable o peor, que ni le importe reemplazarlo? ¡Eso es una porquería!
Me acomodo en el diván para mirarlo de frente.
-Yo quiero volverte loco, que me extrañes apenas me voy, que te falte la respiración si no me ves, que te desesperes por hacerme feliz, que tu vida no sea la misma sin mí.
Mi psicólogo se acomoda en su sillón. Yo me pongo de pie.
-Porque cuando uno hace una elección en su vida, tiene que pensar que es una elección en siete mil millones de opciones. O sea que cuando usted besa a una mina, está besando a una sola mujer de este planeta. No besa a una china, ni a una nigeriana, ni a una croata (a no ser que la chica que esté besando sea de esa nacionalidad), besa a la mina que usted eligió frente a todas las otras muchas opciones que le presenta su vida.
Mi psicólogo frunce el ceño.
-A lo que voy es que cuando usted le da amor a una persona se la da a esa persona y no al resto de la humanidad, ¿me entiende?
-Lo entiendo.
-En ese momento ese gesto cobra una entidad única no sólo por lo que representa, sino por su negativo. O sea que yo beso a una mina, no sólo porque la elegí a ella, sino porque no beso a otro ser humano en el universo. ¿Entiende la complejidad de todo esto? ¿Entiende que cuando uno hace una elección en esta vida por una persona REALMENTE está haciendo una elección ÚNICA?
Le digo resaltando dos palabras que imagino en mayúsculas.
-O soy único o no soy nada. Eso quiero que sientan por mí, porque yo siento eso por la gente que tengo a mi lado. Así que eso de que nadie es imprescindible… ¡las pelotas!
-Yo prefiero vivir así, a lo bonzo.
Mi psicólogo afirma con la cabeza.
-A mi me gusta sentir, doctor. Yo siento, me conmuevo y me la paso haciendo cosas que me movilizan.
Miro por la ventana.
-Porque las cosas hay que hacerlas con un sentido, porque si no tienen un sentido es como no hacerlas.
Sonrío pensando en otra que me rompió el corazón pero que me dejó esa frase.
-¿Se está prendiendo fuego?
-¡Obvio! ¿Usted se imagina lo amargada que sería una vida apagada? ¿Sin asumir riesgos? ¿Sin dejarse conmover por nada? ¡Yo prefiero vivir jugándomela a todo o nada! ¡Y si esta todo bien, genial! ¡Y si está todo mal, se sufre un poco y se arranca de nuevo!
Mi psicólogo nota mi excitación casi futbolística.
-Pruebe, doctor, no sea careta. Pruebe lo que se siente sentir. Ría, llore, ame, odie, viva de un modo más visceral, menos analítico. ¿Sabe una cosa? Todos los análisis profundos que hice en mi vida no me sirvieron para una mierda. Todos los diplomas que acumulé no me dieron ni una pizca de la satisfacción que me generaron esos momentos en donde el riesgo es absoluto, en donde o le comés la boca o dormiste para el campeonato.
Lo miro fijo.
-Porque yo no sé si la felicidad es cosa de uno, pero lo que sí sé es que los momentos más felices de mi vida siempre los viví acompañado.
Mi psicólogo se pone de pie.
-Vamos a dejar acá por hoy.
Yo también me levanto y lo miro sorprendido.
-¿Por qué, doctor?
Mi psicólogo espanta el humo con una mano.
-Porque me anda chamuscando el diván, me anda.
-La vida nos configura de una manera particular. El otro no tiene por qué demorar los pasos correspondientes para conocernos. Si lo conmovemos realmente, sentimientos reales afloran y se expresan para asegurar una continuidad. ¿Me sigue?
-Lo sigo.
Mi psicólogo toma nota.
-Ahora bien. A veces, sucede que el otro se ve conmovido por otras configuraciones que le son más amenas, que tienen que ver más con su persona, y entiende que tampoco debe demorar los pasos correspondientes para conocer a este tercero más compatible. Eso no le quita mérito a uno. No es nada personal, simplemente se reconoce una diferencia en este otro nuevo que, por su diferente configuración, conmueve de una manera más profunda.
Mi psicólogo muerde su lapicera, prestando atención.
-Porque no hay misterio. Uno conmueve o no conmueve. El secreto es ser auténtico, nada más. Exponer la configuración real de uno, como es. Y a partir de ahí, tratar de conmover a un otro cuya configuración nos sea compatible… y que nos de bola, obvio (porque también hay sujetos que nos conmueven y que serían compatibles con nosotros pero que no se interesan en uno). Después está en cada uno decidir si concentra las energías o si sigue permeable a nuevas experiencias. Y, sobre todo, está en uno demorar o no las agonías, en decidir cuántas oportunidades de reinvención le da a sus relaciones de acuerdo al nivel de profundidad, a la fortaleza de los lazos que realmente se generó entre los sujetos.
Mi psicólogo piensa un momento.
-¿Y cuál es la conclusión que saca de todo esto?
Yo le sonrío con un gesto de aprobación en mi rostro.
-Que hay que seguir buscando.