Por: Paula Echeverria
Hace unos días me encontré con un caso excepcional: el de Ángel Corella. Un hombre exitoso y reconocido mundialmente que decidió volver a su país en plena crisis. Me interesó profundamente porque rompe con la idea de éxodo ante un momento poco prometedor. De hecho, hizo todo lo contrario. A pesar del malestar socio-económico decidió volver y, desde su lugar y ocupación, buscó revertirlo. Este hecho parece idílico, propio de un cuento, pero lejos estuvo de tener un final feliz. Hoy él se debate entre quedarse o irse nuevamente porque su empresa está en quiebra por la falta de apoyo gubernamental y la subida de impuestos.
Creo que es un ejemplo de vida que merece ser contado y del que deberíamos contagiarnos. Una historia que merece admiración y sobre todo respeto.
Ángel Corella nació en Colmenar Viejo Madrid en 1975. Desde niño supo cual era su máxima afición: la danza clásica. Dejando todo tipo de prejuicios y críticas decidió empezar con las clases de ballet e inmediatamente salieron a la luz sus innatas condiciones. A partir de ese momento el baile no se despegaría nunca de su vida, se dedicaría laboralmente a él. Con el soporte de su grupo familiar, decidió probar suerte en Estados Unidos. No hizo falta siquiera que aprenda el idioma para destacarse del montón. Al poco tiempo, se convirtió en miembro fijo de la prestigiosa compañía American Ballet Theater de Nueva York. Un año después se convertiría en la principal figura masculina del grupo.
El tiempo le fue demostrando a este apasionado bailarín que su amor por el baile no se limitaba a una pasión individual sino que se había convertido en una virtud reconocida y admirada por el mundo entero. Aquella fantasía poco a poco se fue convirtiendo en una realidad evidente. Rápidamente las manos de Ángel se fueron llenando de las máximas distinciones internacionales. Y hasta llegó a participar de grandes festivales alrededor del mundo. Entre ellos, el Ballet de Londres, Australia, Chile, Hungría, Finlandia, Puerto Rico, y del Asami Maki Ballet de Tokio. Su estrellato inmediato hizo que Ángel se convierta inevitablemente en una figura de renombre a nivel internacional.
Su virtud se volvió evidente para los expertos en danza y envidiable ante los ojos más ignorantes. Sin embargo, este artista español no se dejó encandilar con el éxito y llenarse de arrogancia. De hecho, nunca olvido sus orígenes y decidió apostar siempre por su país. Por ello, en 2001 comenzó su primer proyecto: La Fundación Ángel Corella en España. El objetivo, según su página oficial, es ‘fomentar el arte de la danza clásica facilitando los medios a bailarines que por circunstancias sociales, económicas o de otra índole no pueden llevar a buen término su formación” en un país donde la danza clásica ha tenido poca formación y soporte gubernamental. De esta forma, a pesar de que el artista continuaba trabajando en el exterior buscó, a la distancia, inculcar una cultura de danza en territorio español.
Tras siete años de actividad, la Fundación creó la Academia Corella de Ballet en Segovia, la primera compañía especializada en danza clásica en España. En ese momento, contó con el apoyo de la Junta de Castilla y León que le otorgó un crédito para armar esta compañía. A partir del surgimiento, siguió persiguiendo la idea de que la danza se posicione. Esta vez, la idea consistía en fomentar la profesionalización a nivel internacional sin la necesidad de que los bailarines encuentren oportunidades laborales en el exterior, tal como él lo tuvo que hacer.
Entusiasmado con el nuevo proyecto, creyó que lo mejor era volver y poder dedicarse exclusivamente a eso. Para eso, tras 17 años de carrera decidió renunciar al American Ballet Theatre, aquel lugar que adoptó a ese joven de puro entusiasmo y que lo vio crecer hasta convertirse en un artista de renombre mundial. Era momento de cerrar un capítulo para abrir uno completamente nuevo que requeriría esfuerzo y voluntad. Para aquel entonces nadie podía entender su decisión. La renuncia implicó una gran ausencia para el público estadounidense que se había encariñado con aquel español carismático. Tras un gran espectáculo a modo de despedida, se retiró de aquel país que lo rodeó de aplausos y elogios.
Sin embargo, ese hombre tan alabado y solicitado por los mejores productores extranjeros no tuvo tal reconocimiento en su propio país. Parecía que Ángel Corella se hubiese despojado de sus habilidades y virtudes al traspasar la frontera, o simplemente hubiesen desaparecido. Irónicamente, sus compatriotas no pudieron comprender ni compartir lo que él ofrecía tal, como hacían en América. Ni siquiera eran capaces de valorar y ayudar a un hombre que extendía su mano a su país en un momento difícil y estaba dispuesto a luchar con ellos. En 2011 la misma Junta que le brindo soporte económico en sus inicios tenía una gran deuda con él y, además, redujo el presupuesto.
Este hecho no logró que él se resigne y buscó alternativos. A fines de ese mismo año consiguió el apoyo del ayuntamiento de Barcelona. Para ese entonces, la crisis empeoraba y atentaba en contra del proyecto original. Con la esperanza de que la Junta de Castilla y León le pague lo que le debía por cuatro años de trabajo en su territorio, Corella se mudó a la provincia de Castilla. Pero una vez más sus ideales se golpearon contra una pared. El dinero con el que pensaba solventar la crisis no aparecía y el pesimismo se hizo presente. Ni el crédito del gobierno catalán ni las inversiones privadas alcanzaban para sostener semejante proyecto que ya parecía completamente imposible.
Corella empezó a pensar que a los políticos no tenían ningún tipo de interés en lo que el proponía. En 2012, la situación se volvió incontrolable: la compañía estaba en quiebra. Ya no tenía más para dar. Había dejado todo: su dinero personal y sus bienes pero, sobre todo, su insaciable convicción. Ni siquiera alcanzaba para indemnizar a los propios integrantes que habían quedado tras una reducción de personal. Lo que se traducía en más desempleo y tasa de paro. Lo único que pudo mantener abierto fue un local de entrenamiento en una de las sedes.
Su voluntad era demasiado generosa para un gobierno que lo ignoraba completamente. Sus ideas desbordaban intensamente, se negaba a darse por vencido. Entre ellas, un proyecto presentado al Liceu, uno de los más importantes teatros en Barcelona, que consistía en formar ahí una academia de danza y que le traería grandes beneficios económicos al lugar. Nunca obtuvo respuesta.
Hoy en día, Ángel Corella se plantea la idea de irse del país. Siente que literalmente lo quieren fuera. Todo lo que ofreció no fue apoyado, o directamente rechazado. No supieron siquiera oír lo que planteaba. Nunca lo vieron como una persona que estaba decidida a poner todo de sí por la danza y por su país. No valoraron que este mismo hombre generó empleo a cientos de personas que trabajaron con él durante años y que debido a la quiebra quedaron desempleados.
Aquel mismo bailarín tan aplaudido ni siquiera es escuchado en su propio territorio. A los ojos de un político, hoy Ángel Corella no existe.