Por: Paula Echeverria
Hace tan sólo cinco meses, comenzó una aventura distinta. Dejé de lado, aunque sea por un tiempo, mis afectos y vida cotidiana para partir en búsqueda de una experiencia nueva y diferente. El destino: España, un país desconocido y muy lejano. Las expectativas eran altísimas y mi cabeza estallaba de intriga sobre lo que vendría. Recordando esos días me veo entregándome completamente a esta idea de despojo y, en el fondo, un poco asustada. En ese sentido suelo ser bastante determinante. En cuanto no puedo predecir algo prefiero ni especular. Quizás se deba a que pensarlo demasiado podría resultar inquietante. Así que con la mente vacía de ideas y prejuicios partí de Buenos Aires una tarde de un caluroso verano.
Recuerdo esos primeros días como si hubiese sido un entrometido testigo. Una tercera persona que ahora ve esa llegada desde fuera, como si no fuese yo. Parece curioso pero proyectarme en ese entonces parece demasiado lejano. Aquellas cinco páginas que marcó el calendario desde febrero a julio para mí fueron mucho más que eso. Suelo decirlo bastante seguido, pero en esta experiencia un día es una eternidad, literalmente. Aquella rutina incesante de Buenos Aires se vio completamente obstaculizada por eventos, sucesos y gente nueva. Pareciera que alguien hubiese decidido suprimir por completo lo que tuve hasta ese entonces para presentarme a un entorno completamente incógnito. Así, en medio de un mundo ajeno, todo es novedad y todo te asombra. Muchas veces suelo sorprenderme al pensar la cantidad de cosas que abarqué en este tiempo y me parece irreal. Para algunos unos breves meses son un puñado de la rutina donde las cosas no cambian demasiado. De hecho, es lo que le sucede a la gran mayoría, incluyéndome a mí en mi país. Sin embargo, acá al compararme con aquella vida que llevaba, me impresiona como la misma cantidad de días pueden ser tan irrelevantes y tan extraordinarios para otros. Sin duda alguna, me considero una gran afortunada. No es cosa de todos los días poder vivir experiencias exóticas como conocer culturas y modos de vida distintos y hasta viajar a países que nunca pensé que iría.
‘El que está acostumbrado a viajar, sabe que siempre es necesario partir algún día’, dijo Paulo Coelho. Cuando me suelen preguntar qué siento por la idea de volverme me lleno de nostalgia por lo que dejo. Sin embargo, la alegría y la satisfacción personal por todo lo vivido no me lo quita nadie. La vuelta se presenta como un hecho inevitable y evidente. Pero no logra opacar lo ganado. Aunque lo niegue es una realidad que se va acercando a medida que corre el reloj. Admito que pensar en dejar este lugar que me alojó y que me hizo sentir parte me entristece. Pero simplemente porque irme implica no volver a vivirlo de la misma manera. Por más que retorne a España o a Sevilla esta experiencia es irrepetible y eso es lo que me genera más nostalgia. Lo demás prefiero recordarlo con optimismo puro.
A partir de ahora cuando escuche a alguien hablar de Sevilla me voy a acordar de aquel destino pintoresco que, como toda ciudad del sur de España, desborda alegría. Acecha con su clima caluroso apenas entrada la primavera pero siempre ofrece distintas variables para un turista principiante. La hospitalidad de todos es moneda corriente y la grata bienvenida ante el acento argentino es cosa de todos los días. Las fronteras no existen y mucho menos las diferencias regionales. El extranjero pierde su carácter de ajeno para convertirse en uno más del montón, como si nunca hubiese pertenecido a otro país. Un sevillano me dijo una vez que tenía suerte de haber tenido esta oportunidad por dos razones: una por lo que implica el intercambio a nivel cultural y académico. La segunda, por haber venido a una ciudad con riqueza patrimonial, un clima extraordinario, llena de fiestas, una gastronomía envidiable y un gran capital humano. Y es tal cual.
Así que hoy, a tan solo un par de días de partir, puedo afirmar que este viaje me enriqueció en todo sentido. Me volvió más independiente, amigable y perceptiva. La idea de estar solo por un tiempo te obliga a ser distinto y, por qué no, a madurar. Te lleva a querer conocer e intentar abarcar todo, a no querer desperdiciar ni un segundo en banalidades. A intentar disfrutar de todo y no dejar que se escape nada. Por eso, a pesar de la nostalgia que implica abandonar este viaje tan increíble siento que hice todo lo que estaba a mi alcance. Lejos estoy de sentirme insatisfecha, sino todo lo contrario. Cargo con una mochila llena de anécdotas y vivencias increíbles para compartir con todo aquel que quedó en Buenos Aires. Creo que volver implica aceptar que esto fue una oportunidad increíble y no un estilo de vida. Sería hasta irreal vivir así siempre y hasta creo que perdería un poco el encanto. Es momento de sentar cabeza en mi país y comenzar una nueva rutina. Y aunque no parezca tan tentadora como la que estuve llevando hasta ahora, es un nuevo desafío al que decido entregarme por completo. Y por qué no, en un futuro regresar y recordar lo vivido. Por eso creo a que, aunque sea irrepetible, Sevilla y yo nos vamos a volver a encontrar.