Si hay algo que se ha transformado en epidemia en los últimos 40 años, son los trastornos de ansiedad; que son la base, el combustible -o un componente fundamental- en decenas de diagnósticos y síntomas que escuchamos diariamente. Oímos sobre el pánico, sobre las fobias; de cuadros obsesivos compulsivos, sobre el estrés, sobre síndrome de burnout…en todos ellos este factor, fuera de control, está presente.
Hablamos de un estado emocional y físico displacentero, familiar -prima hermana digamos- de la angustia. Por supuesto que todos tenemos cierta dosis de ansiedad, pero hoy vamos a hablar de cuando esta “sustancia” se presenta con la potencia necesaria como para complicarnos demasiado la vida.
Entonces: mucha gente no se permite o “no se hace tiempo” para conectarse con los miedos, angustias y conflictos que son parte del abanico normal de emociones y situaciones que transitamos los seres humanos; todos estos “estados del alma” siempre son “señales”, de que algo está pasando -para bien o para mal- pero el asunto es si nos podemos ir conectando con esos factores y así poder ir encontrando (desde la introspección con esas señales), los mecanismos para regularlos y así evitar de deriven en estados o problemáticas aún mayores. Es desde allí que podemos ir a “su causa”. Ir postergando esa actitud de sana conexión con uno mismo, es un factor desencadenante de esos picos de ansiedad que tanto ruido hacen. Por supuesto que, cuando una persona “sufre” de ansiedad estructural en su personalidad, las causas son más complejas, históricas: nacer en un ambiente de discusión, de ansiedad o violencia; ser recibidos en este mundo en brazos de padres con desmedido miedo o ansiedad… situaciones traumáticas en la primera infancia…las causas pueden ser varias; yo creo que el asunto se desarrolla en los primeros años de vida, en “el clima” familiar, primario, en el que crecemos; de allí emerge la predisposición a todos los trastornos derivados de este factor.
De todas maneras, una dosis de ansiedad frente a situaciones que tenemos que encarar, es propio de la vida. El tema es el volumen que toman esos estados. Es la intensidad. Por supuesto que hay estados ansiógenos muy desmedidos que hacen imposible la vida, y que precisan la intervención de los famosos psicofármacos, pero son los menos. En mi experiencia directa, el tema puede resolverse sin su uso (o con poco uso) en gran parte de los casos.
La ansiedad es o se presenta más en los medios urbanos. En el campo, o en zonas más despobladas y de vida más tranquila, las patologías derivadas de este factor, se dan menos, a un volumen más bajo. La vida citadina es difícil y estresante para todo el mundo, por más anticuerpos que se tenga. Construir un blindaje contra la tiranía de los “tiempos modernos” es todo un trabajo.
Yo pienso la ansiedad como un estado casi filosófico: en algún punto es querer ir más rápido que el tiempo. Si pudiera traer al gran Albert Einstein a un café, acá en la esquina, seguramente me diría: -querido, la ansiedad es vivir en “estado de relatividad temporal” es querer ganarle al tiempo, ir más rápido que él. “Siempre estoy apurado, hasta para ir al baño”, me decía la vez pasada un paciente: se trata de una persona que a sus treinta y pico, la realidad, ya le había pasado una factura importante en materia de salud física, por trabajar y estar “a mil” todo el día. Ustedes no saben lo que han aumentado las consultas: gente cada vez más joven que viene con problemas de salud concretos por este flagelo, por esta locura de vivir “al palo” y ni hablar de las problemáticas de pánico, de estrés, y de decenas de trastornos en donde la ansiedad y “el no poder parar” son un factor central. Y claro: no pudieron dominar al tiempo, no lograron decir que “no” a casi nada, no soportaron quedarse afuera, no pudieron ponerse límites y aceptar los tiempos del mundo. Entonces, a esos límites, los pone la realidad, con un grito en su cuerpo.
Hay que escuchar los llamados, las señales, antes de que vengan problemas más pesados; porque, aparte, hay mucho por hacer y es un asunto que realmente tiene salida a corto plazo: las terapias, la actividad física, la reconexión profunda con los afectos, el dejar de priorizar el trabajo y “el deber ser” para comenzar “a ser”…y eso está en los vínculos fundamentalmente. Las curas son siempre sociales, vinculares si queremos.
Es así el asunto. Uno, como profesional, lucha también para que los pacientes no trasladen esos tiempos de la ansiedad (que no son los tiempos del mundo real) al tratamiento. Muchos quieren resultados rápidos. Se explica que el proceso en el cual una persona se va enfermando o adquiriendo estados sintomáticos o patológicos es largo y que de eso no se vuelve tan fácilmente. Yo creo que todos, los ansiosos ya declarados y los que se sienten tranquilos, tenemos que revisar cada tanto qué nivel de estrés sufrimos. Porque son estados que se van instalando muy silenciosamente y, un día, de repente, ya estamos tomados por esta enfermedad de la premura. Aumentar la capacidad de analizarnos; hacer deporte, amar, vivir con intensidad pero en calma, eso es prevenir, lo otro es ya “despertar” cuando estamos a tres metros del piso… y una hora dura 20 minutos.
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