Por: Miriam Molero
Si antes de ir a ver a al escritor John Banville en diálogo con Chitarroni alguien hubiese vaticinado que en tres oportunidades el público iba a rebelarse con protestas airadas e iba a interrumpir el evento, no le habría creído. Hubiera estado equivocada. Porque pasó.
El jueves a última hora de la tarde John Banville, invitado a la Feria del Libro, se presentaba en el subsuelo del edificio de Retiro de Osde (sí, la prepaga) para una entrevista abierta con Luis Chitarroni, el editor de La Bestia Equilátera.
Pasó que había un servicio de traducción simultánea por auriculares pero la voz de la traductora con la versión en español se filtraba por los parlantes y no permitía escuchar lo que decía Banville en inglés. En un primer momento pensé que la perturbada era yo; no obstante, como mis perturbaciones no me amilanan llamé a uno de los acomodadores para señalarle el problema. No pasó un minuto que otros asistentes comenzaron a agitar los brazos para quejarse. De los brazos se pasó a los murmullos, de los murmullos a las voces en alto y la batahola. Chitarroni y Banville nos miraban desorientados: ¿habían dicho algo ofensivo? ¿qué estaba pasando?
“No se escucha a Banville”, les explicaron.
“¿Y ahora tenemos que empezar todo de nuevo?”, preguntó Chitarroni no sin una pizca de desconsuelo porque ya habían pasado unos diez minutos de charla.
Banville prometió hablar más alto. Lo hizo. Pero ese no era el problema. Porque claramente la voz de la traductora siguió interfiriendo.
Protestas.
Las caras de Chitarroni y de Banville.
Se intercambiaron los micrófonos. El problema persistió, en menor medida, pero persistió. Así que los que no quisimos usar el sistema de traducción simultánea, escuchamos más o menos a Banville mientras nos molestaba la traducción. Quienes usaron el sistema escucharon a la traductora. Ninguna de las partes salió ganando. Ni nosotros a los que no nos llegaba nítida la voz de Banville, ni los otros porque los traductores rara vez no son traditori.
Me prometí escuchar la grabación en casa para intentar repasar los tramos que me habían quedado confusos pero está claro que si no lo hice hasta hoy, ya nunca lo voy a hacer. Sin embargo, durante la entrevista abierta tomé nota de algunos tópicos que me llamaron la atención. La pregunta es: ¿qué es lo que comenzó a llamarme la atención y por qué?
La pregunta es: ¿qué es lo que comenzó a llamarme la atención y por qué?
John Banville es un gran escritor. Hace unos años se fabricó a Benjamin Black, el álter ego que usa para escribir novelas policiales. En lo personal, con lo mucho que me gusta el género policial, no le veo ningún atractivo al doppelgänger y, en cambio, encuentro sumamente placentero leer al original. Banville es un escritor fino, como William Trevor, también irlandés. “Luz antigua”, por ejemplo, es una novela exquisita. Por su tema, por su ambiente, por la forma en que está escrita. Alguien dijo, tal vez el propio Banville lo dijo de sí mismo, que es un poeta que escribe en prosa. No está nada mal esa definición. Es efectiva: efectista y precisa a la vez. Y funciona como un slogan.
No sé si por vicio profesional porque mi formación académica es semiótica o porque tengo problemitas de neurosis, determinados fragmentos de discurso de pronto empiezan a brillar en mi cabeza como luces de neón. Así me pasó con Banville. Slogans, microrrelatos… pequeñas piezas prefabricadas que se van insertando en lo espontáneo de sus respuestas. Son recursos ya ensayados que en el público provocan risas, reflexión, admiración, más risas. (Agrego risas porque Banville es un tipo simpático).
El famoso lava-vajillas de Banville y señora
Entonces, ahí en el subsuelo de Osde, para la ilustrar que hay buena y mala escritura y que la cuestión de géneros y estilos se discute aparte, cuenta la anécdota de cuando con su mujer compraron su primer lava-vajillas y el manual de instrucciones le pareció impecablemente escrito.
Awww…
Awww…
Awww…
Y también…
Así como el caso del lavaplatos podemos listar:
“Mis libros me dan vergüenza. Son fracasos”. Acá te cuenta que sigue escribiendo para alcanzar la perfección. Que si alcanzara la perfección, dejaría de escribir.
“Descubrí la literatura a los 12 años cuando mi hermano me regaló Dubliners”. Es la anécdota más o menos revisada en distintas entrevistas de cómo James Joyce le reveló que se puede hacer literatura sobre la vida tal como la conocemos. (Párrafo aparte, qué envidia que a los doce años te regalen algo sublime como “Dubliners”, qué manera de cortar camino directamente por lo magistral).
“Odio a Banville”. Esta afirmación es para sintetizar el hecho de que las novelas de Benjamin Black las escribe en los tres meses de verano en la computadora mientras que las de Banville las escribe a lo largo de dos o tres años, a mano, en cuadernos.
La cita del amigo: “Well, my old friend, the wonderful Irish novelist John McGahern, used to say that “there’s verse and there’s prose and then there’s poetry, and poetry can happen in either”. Bueno, mi viejo amigo, el maravilloso novelista irlandés John McGahern, solía decir que hay versos y hay prosa y que hay poesía, y que la poesía puede suceder en cualquiera de los dos“.
Un escritor no puede cambiar su pasado, no puede inventar diez anécdotas distintas de cómo se introdujo en la literatura, ni tiene por qué dejar de citar a su amigo si lo que dice le sigue pareciendo apropiado e inteligente, ni está obligado a pensar nuevos firuletes atractivos para divertir al público y a la vez expresar sus ideas o sus sensaciones. Pero, por Dios… Decir lo mismo una y otra vez… Es una tortura. Entiéndase bien: es una tortura para Banville.
Entonces recordé que el jueves por la noche seríamos cien personas máximo, y que no es ni será su única presentación. Pensé que en el trascurso de los siguientes días van a aparecer diversas entrevistas que ha debido de conceder a medios importantes. Pensé en que viene de otro festival o feria o evento y que seguramente irá a muchos más durante el año como parte de las campañas promocionales de su obra. Y finalmente me puse a pensar si el público se merece que un hombre inteligente ande por ahí repitiendo lo mismo una y otra vez como si fuera un actor de teatro (que no es su profesión). Me pregunto si ese público que quiere verlo en vivo y en directo al menos compra sus libros, aunque más no sea los de Benjamin Black.
El público debería conformarse con leer. Porque eso es lo que importa: que un tipo estuvo dos o tres años sentado en su escritorio todos los días, de 9 a 5, para escribir una novela fabulosa. Además de entregarse al trabajo todas esas horas, ¿tiene que trabajar en stand-up? Y ya no hablo de Banville. Hablo del sistema.
Me parece demasiado pedirle tanto a una sola persona.
Afortunadamente, las repeticiones no son lo único. En los muchos reportajes a Banville que leí desde el jueves disfruté momentos interesantes y de primera mano, o sea, frescos. El jueves en Osde eso también sucedió.
A Banville le tocaba responder preguntas del público y alguien quiso saber si conocía de literatura argentina. Banville respondió que Borges, que Bioy Casares, que Rodrigo Fresán. Y en un rapto de autocrítica dijo que la literatura anglosajona estaba cerrada en sí misma, que no tienen idea de lo que sucede en el mundo editorial en otros idiomas, no ya chino o finlandés sino también en español, en francés, en italiano. Y con un frenesí como para arengar a las masas nos dijo que es imperioso exigirle a los Gobiernos que traduzcan la literatura argentina al inglés para que los lectores de habla inglesa nos conozcan.
Le faltó subirse al escritorio y agitar una bandera.
Tomá pa’ vos.
Era cuestión de preguntar.