Por: Mijal Orihuela
Una ciudad no es la mera sumatoria de edificios y calles sino que es también un conjunto de personas que se relacionan entre sí de formas diversas (Ledrut, 1974) en un espacio determinado, construido y continuo. Tampoco existe una única definición de las ciudades, sino que las vivencias y percepciones de los individuos y grupos van generando múltiples “ciudades mentales” que deben ser tenidas en cuenta a la hora de intervenir el entorno construido, so pena de su fracaso y/o rechazo por parte de los habitantes.
Comprender el entorno urbano, los significados de sus elementos y las relaciones que en ellos se producen es entonces una tarea ardua pero necesaria a la hora de realizar proyectos urbanos. Sobretodo cuando se han de intervenir los espacios y/o elementos identitarios, aquellos que generan en cada uno sentido de pertenencia (a un grupo, a un barrio, a una ciudad).
La identidad es un proceso en constante construcción, resultado de las experiencias allí vividas por los habitantes, que dejan huellas (físicas) en el paisaje urbano pero implica a su vez “la percepción de ser idéntico a sí mismo a través del tiempo, del espacio y de la diversidad de las situaciones” (Marta Ruiz). Por esto, alterar en forma abrupta los elementos identitarios puede generar una crisis, una pérdida identitaria, que redunde en un proceso de desarraigo y desintegración social, debido a que la identidad social urbana refiere a la identificación con un grupo pero asociada además a un espacio construido en términos físicos y simbólicos, el cual tiene significados tanto valorativos como emocionales. Entendiendo el lugar como el espacio simbólicamente organizado por la interacción de las personas, el lugar es el elemento aglutinante de la colectividad, el símbolo de su permanencia en el tiempo, por lo que no debe ser destruido.
Lo anterior plantea la disyuntiva respecto del grado de conservadurismo necesario, ¿es lógico convertir las ciudades en un museo gigante? Particularmente pienso que esto es como plantear que nos vistamos como Cristóbal Colón. La identidad es un proceso en constante construcción, el problema surge ante la pérdida de los elementos que nos permiten construirla, ante los cambios bruscos en los mismos o ante su eliminación cuando no existen aún nuevas características con las que nos identifiquemos. Es imposible plantear una ciudad antigua en la que se prohiba modificar en absoluto los edificios, estos quedan obsoletos y necesitan adaptarse a las nuevas necesidades, por ello, existen múltiples variables de conservación (absoluta, estructural, de fachadas, etcétera). Es asimismo razonable plantear la remodelación de los espacios urbanos, dado que las formas de habitar, las tecnologías, el funcionamiento de las ciudades cambian con el paso del tiempo. La cuestión es el cómo.