Por: Mijal Orihuela
Recorriendo el Paseo La Plaza, uno de esos rincones mágicos que Buenos Aires tiene aquí y allá, pensaba en que hoy día no se podría construir tal cual es porque no cumple con la Ley de Accesibilidad. Haciendo una visita guiada por sus arquitectos al Teatro la Cooperación, uno de los más lindos de Buenos Aires, el arquitecto se lamentaba de que una de sus terrazas, diseñada con gran ahínco, no puede ser utilizada porque no cumplimenta con la misma ley. Se trata de normativas que se hicieron en pos de que las personas con movilidad disminuida puedan recorrer la totalidad de los edificios, y que resultaron, por ejemplo, en que se empiecen a colocar rampas u otros sistemas en todos los accesos a los edificios públicos que tienen escalones.
Es la clase de normativa, al igual que la de Protección contra Incendios, que generan dificultades a los arquitectos a la hora de diseñar, porque establecen parámetros que redundan en un número de limitaciones. Una rampa, por ejemplo, necesita más de 30 m. de longitud para subir un piso, mientras que el baño para discapacitados en un hogar puede ocupar el doble de espacio que uno tradicional. Esto hace que muchas veces nos “olvidemos” de los discapacitados a la hora de construir, excepto que exista una norma que nos recuerde sus necesidades. Si pensamos que además cerca del 80% de los edificios se hace sin intervención de profesionales es fácil entender por qué las ciudades suelen constituir una verdadera pista de obstáculos para cualquier persona que no responde al estereotipo de hombre o mujer adulto, sano, fuerte y en pleno uso de sus competencias. Es, a su vez, por esto último que la Ley de Accesibiliad refiere también a adultos mayores, a mujeres embarazadas y niños.
En este punto se me ocurrió “googlear” un poco y encontré que, según el último censo, el porcentaje de personas discapacitadas en Argentina es de un 7%, menor al 10% que yo había estimado. También leí que se estima que 1 de cada 1.000 personas es ciega y 2 de cada 1.000 tienen problemas de visión. Sin embargo también leí otro dato, para mí mucho más aprehensible: en el 20% de los hogares vive una persona discapacitada, 1 de cada 5 casas. Entonces me pregunté ¿dónde están? ¿por qué no los veo en la ciudad? ¿si son tantos, por qué no forman parte de mi imaginario común a la hora de pensar una familia, por ejemplo?
Pensando en el imaginario descubrí a Chris Downey, un arquitecto estadounidense que perdió la visión en el 2008 y desde entonces es asesor sobre la temática, es decir que іsigue ejerciendo como arquitecto!
Chris Downey nos dice que no debemos pensar en lo que lo que los ciegos necesitan sino en lo que ellos le pueden dar a la ciudad. ¿Cómo es una ciudad diseñada con los ciegos en mente? Es la ciudad que venimos pensando: una ciudad donde predomina el transporte público por sobre el automóvil particular, una ciudad donde el espacio público destinado a las personas y el destinado a los autos es equilibrado, una ciudad con buenas sendas peatonales (eficientes, variadas, previsibles y de escala generosa), donde hay empleos para todos y que no sólo se mira: una ciudad que se mira, se palpa y se huele.