Por: Fabricio Portelli
Esta semana, Mauricio Macri lanzó una frase (y varias explicaciones) que realmente motiva; al menos a los amantes del vino. Porque es una prueba de cómo aprovechar la (indudable) década ganada del vino argentino, en pos de mejorar la calidad de vida de todos.
Porque no se trata solo de disfrutar más de la vida a pura copa llena, sino de seguir un ejemplo. Hace algunos años, cuando Cristina anunció que el vino se convertía en la bebida nacional por ley, frente a la mayoría de los referentes del vino en Mendoza, parecía que por fin el vino volvería a ser protagonista del desarrollo de nuestro país. Pero no fue tan así. En aquel acto, la mandataria recordó que solo 1.000, de los 55.000 millones de dólares en exportaciones, se generaban gracias a los vinos. Sin embargo, ese dato cuantitativo no hacía más que enmascarar la pura realidad. Porque no hay dudas que el vino es el producto con valor agregado más exitoso de la balanza comercial. Esto significa que una botella de vino argentino en las mesas y restaurantes del mundo pueden desatar desde un viaje familiar, hasta una inversión millonaria. Entonces, cuál es el verdadero porcentaje del peso en la balanza que tiene el vino argentino. ¿Sólo el 0,2%? Claro que no.
El Jefe de Gobierno porteño dejó bien en claro que entiende el aporte del Malbec al vino argentino. Una bandera de color púrpura que supo aprovechar la industria a tiempo y sin dudas se convirtió en el estandarte de la reconversión. El foco se sacó de la cantidad y se puso en la calidad, se amplió la visión. El mercado de destino ya no sería únicamente el interno, sino el mundo. Esto obligó además a mejorar en todos los aspectos de la cadena, ya que la alta competitividad sólo le brinda oportunidades a los que hacen las cosas bien. Fue así que las normas internacionales de calidad fueron adoptadas por casi todos los productores, a punto tal que hoy incluso ya hay una conciencia verde muy instalada. Tratamiento de desperdicios, mejor aprovechamiento de los recursos naturales, utilización de energías alternativas, a la par de las innovaciones tecnológicas que reinan en las principales zonas vínicas del mundo.
Las condiciones de trabajo también se vieron beneficiadas, y esto no es un dato menor, teniendo en cuenta que detrás de cada botella hay muchas manos que participan para que puedan ser descorchadas en las mesas. Desde el trabajo en la viña, incluso en esta época de mucho frío podando las vides para obtener la calidad de uva deseada, hasta el trabajo en bodega.
Y si bien todo este proceso exitoso, que ya lleva más de diez años, es responsabilidad de una industria, se puede (y debe) adjudicar la gran responsabilidad al éxito del Malbec; nuestro vino emblema.
Porque de ser una uva francesa, de las tantas implantadas en nuestras tierras, pasó a ser la uva. Y eso gracias a la visión de unos pocos que vieron en sus jugos la posibilidad de hacer un vino nacional, capaz de triunfar en los principales centros de consumo del mundo.
Sin dudas, la Argentina tiene muchos más atributos que el Malbec, y que si trabajan todos los sectores convencidos en que se puede, seguro los objetivos se cumplirán. Tal como lo lograron los bodegueros de la mano del Malbec.
Aquí, junto al gran Miguel Brascó en plena malbequización.