El instante en que el test de embarazo muestra dos rayitas nos queda grabado para siempre. A partir de ese momento todo cambia, la prioridad la tiene la panza que después se convierte en bebe y se adueña no sólo de nuestro corazón, sino de nuestro tiempo, nuestro sueño, nuestra posibilidad de bañarnos, de comer, de charlar con un adulto, de ir la peluquería y de mirar un noticiero pero compensa adueñándose de casi todas nuestras sonrisas.
Desde el momento en que vemos el positivo empezamos un recorrido lleno de alegrías, de sustos y de contradicciones.
Ser mamá dista bastante de las publicidades de pañales con mujeres esplendidas y las uñas recién pintadas. Tiene más que ver con ser una especie de súper heroína capaz de lograr que el día dure 48hs con tal de hacer todo lo necesario para que no les falte nada, para llevarlos a todos lados, para hacer los deberes, jugar un rato, lograr que coman verduras, que se bañen, que duerman (y nos dejen dormir), que sean felices, que nada los lastime, que tengan el mejor disfraz para el acto del colegio y los fideos para que hagan esos collares que decimos que nos encantan, que aprendan a nadar, que le pierdan el miedo a los perros, que, que, que. Y todo esto sin perdernos nosotras que como mujeres que seguimos siendo profesionales, esposas, amigas, lectoras, amantes de la moda, del cine, del gimnasio o de lo que sea. Básicamente seguimos siendo nosotras y también vale ser un poquito egoístas para reencontrarnos.
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