Por: Mijal Orihuela
La calidad del espacio público incide en forma directa sobre el uso que se le da. El uso del espacio hace a nuestra apropiación de él. Al hacer un recorrido caminando tendemos a apropiarnos más del lugar que si nos desplazamos en auto. El “slow motion” hace que veamos cada detalle y persona. Las ciudades pensadas para el peatón son compactas, sostenibles, cuentan con espacio público cualificado (de calidad) y son saludables, porque desestimulan la actividad sedentaria y son más amigables con los no-videntes, ancianos y niños, por ejemplo.
En ciudades extendidas como Buenos Aires, es insuficiente arreglar las veredas y crear sectores peatonales. Es necesario contar con sistemas de transporte público de calidad: eficientes, seguros y comfortables. El transporte público de calidad es la mejor herramienta para desestimular el uso del automóvil particular. Las líneas de Metrobus son un primer indicio en este sentido.
Otra herramienta, usada en Amsterdam, fue que en auto se pueda llegar a todos lados pero siempre se tarde más. La bicicleta siendo el sistema más rápido. En forma paralela se desarrollaron las infraestructuras, educación de la población, incentivos a su uso y estudios de uso del espacio público, que analizan qué tipo de lugares la gente elige usar. Pero claro, estas son ciudades compactas, con excelente transporte público, en el que se puede llevar la bicicleta. Sin embargo, ¿cuántos de nuestros recorridos diarios no podríamos realizar en bicicleta?, ¿sería tan desagradable vivir en el centro si hubiese menos autos?
Las políticas de movilidad urbana, como las antes expuestas, se complementan con otras, como la creación de “centros comerciales a cielo abierto”, que en realidad son asociaciones entre comercios con el objeto de ganar competitividad y reducir costos. Lo que estas hacen, por lo general, entre otras cosas, es mejorar el espacio público que los circunda, organizándolo y embelleciéndolo a fin de atraer mayor número de transéuntes y poder competir con los shoppings. El resultado es un espacio público que invita a caminar, a tomarse un café en la calle, a comprar, pero también a pasear.
Sin embargo, es imprescindible recordar que a mayor expansión urbana, y menor densidad, más caro es hacer y mantener las infraestructuras, equipamientos, mobiliario urbano, transporte público, servicios, etcétera. Si las ciudades crecen sin programación, no pueden soportar los gastos que ellas mismas generan. Quedando sectores de la población sin eso que los especialistas llaman “acceso a la ciudad”, es decir, a los beneficios de vivir en una ciudad.
Esto es un problema de muchas cuidades del mundo, siendo una excepción, por ejemplo, los Países Bajos, donde al menos el 70% de las viviendas pertenecen al Estado. Crecer con baja densidad nos juega en contra. Sin embargo lo defendemos: “yo tengo derecho de vivir donde quiera”, “yo tengo derecho a tener mi jardín”, “yo quiero vivir alejado de la ciudad”. ¿Qué es lo que realmente deseamos? Un estudio realizado por Guillermo Tella y Rodrigo Silva refleja que un “lugar deseable”, un lugar donde dan ganas de vivir, tiene, entre otras características, forestación añeja: árboles grandes. ¿No será lo que queremos ciudades lindas?
El catalán Jordi Borja afirma que si la gente es pobre, entonces hay que mejorar más su espacio público, porque es imposible contar con el presupuesto para darles una buena vivienda a todos, pero al menos, cuando salgan de su casa estarán en una buena ciudad, y eso mejora su calidad de vida. Esto es lo que se hizo en la Barcelona de los ’80 y ¿saben qué? Funcionó. Muchos argentinos viviríamos con placer en una cuidad como Barcelona pero rechazamos la idea de una Buenos Aires más densa. ¿Y saben qué? Aquélla tiene más pobladores por metros cuadrados, si: se puede densificar Buenos Aires mejorando su espacio público e, incluso, sus viviendas.
Hace un tiempo leía un estudio sobre la inversión pública de los municipios argentinos en la última década. Este refleja que, en todos los casos analizados, la mayor inverisón se realiza en los barrios de clase media a media-alta, la segunda (mucho menor) en las villas miserias, y casi nada se invierte en los barrios humildes. Esto acerca barrio pobre a villa miseria, alejándolos de la clase media, que se acerca a la alta, aumentando la diferencia entre los sectores bajo-medio. ¿Cómo hacemos ciudades más equitativas? Como hizo Barcelona, podemos focalizar nuestras energías no en hacer centros caminables sino ciudades caminables. Pero también, como nos explica ITDP México, necesitamos limitar el crecimiento de nuestras ciudades para poder tener una Buenos Aires más vivible.